Al Dr. José Miguel del
Pino, a la Dra. Yaiza Hernández, al Dr. Mykolajewsky, a las enfermeras Lucia
Julián, Ariana Cabrera, a la auxiliar Guacimara Padrón y al administrativo José Luis de León.
Hace unos días, por primera vez
en mi vida, tuve la imperiosa e ineludible necesidad de pasar por un quirófano.
Una vivencia dura para la que no estaba todavía preparado. Siempre he tenido una
verdadera fobia a los hospitales. Por no gustarme, no soportaba siquiera ese olor
tan característico de los centros clínicos que me asfixiaba, no por temor a la
muerte, que siempre la he concebido como una consecuencia natural e inevitable de
la vida, que es más peligrosa y traicionera que el propio descanso eterno.
Tampoco ese rechazo viene derivado
por una severa "alergia" al mundo de las enfermedades, pues hace algunas décadas tuve
que enfrentarme de tú a tú a ese enemigo indeseable, el cáncer, aunque debo
reconocer que a pesar de la dura batalla emprendida, obtuve una experiencia
altamente positiva, desde el punto de vista personal y humano, al permitirme un
tiempo para analizar, cuestionar y reflexionar sobre los pasos existenciales dados
hasta ese momento en función a mis ideales como ser humano y me ayudó, además, a
consolidar mi “Norte” como un individuo de vocación colectiva en mis diferentes
parcelas. Recibí, sin duda, una gran lección de vida que intento cuidar, mejorar
y presentar como ofrenda en cada instante a mis semejantes.
En cambio, en esta reciente
experiencia, mientras recorría en camilla un inmenso pasillo, escoltado por una
incandescente luz infinita, sin atisbo alguno de miedo a los posibles
imprevistos que pudieran surgir durante la intervención, brotaba en mi interior
un arrepentimiento por no dejar ciertas cosas bien atadas o preparadas. Una de esas
preocupaciones fue el no haberme despedido, el no mostrar personalmente mi
gratitud a mi gente querida, tanto en Canarias, Ecuador como en otros países del
continente americano, por el acompañamiento que me han brindado en las distintas
etapas y, especialmente, por el valor de sus enseñanzas. Todo ello a causa de un
profundo sentimiento de vergüenza desmedida, que pudiera entenderse como una exageración
desproporcionada por mi parte. En cualquier caso, me sentía extremadamente incómodo
por no haber saltado ese absurdo obstáculo que paralizaba mis sentimientos,
aunque, a cada metro que transitaba la camilla en busca del quirófano, crecía en
mí un reproche por esa falta de valentía, algo impropio, porque siempre me han importado
un “carajo” las interpretaciones de mentes calenturientas. En ese momento necesitaba
trasladar mis sentimientos a mi familia, a mis amigos y a mis colegas.
Reconozco que fui un verdadero cobarde integral, pero a lo hecho, pecho.
Tras cruzar el umbral del quirófano
sentí una gélida bocanada de aire, que al instante se transformó en una cálida,
agradable y cariñosísima irradiación humana por parte de todo el equipo de médicos,
enfermeras y auxiliares. Fue algo especialmente excepcional e indescriptible. Me
invadió una felicidad plena, un clima de tranquilidad y una confianza absoluta.
Por ello, este breve testimonio no
es más que un modesto intento por mostrar mi gratitud y reconocimiento a ese
equipo humano conformado por el Dr. José Miguel del Pino Monzón, la Dra. Yaiza
Hernández, el Anestesista Dr. Mykolajewsky, las enfermeras Lucia Julián, Ariana
Cabrera, la auxiliar Guacimara Padrón junto al administrativo José Luis de
León, personal del Hospital San Juan de Dios en la isla de Tenerife
(Archipiélago Canario). Mis respetos y alta consideración, que Dios les
bendiga por siempre.
José Manuel Castellano
Tenerife (Islas Canarias) septiembre 2022