Por: José Manuel Castellano
El surrealismo ha muerto, viva el surrealismo. Esta sociedad
no tiene remedio alguno pero, eso sí, cuenta con una nutrida representación de
borregos descerebrados por miles de millones, que toman partido a ciegas por el
poder para morir hambrientos, mientras sirven como miserables esclavos la
suculenta mesa de sus propios verdugos. Con estos bueyes bípedos no se puede
arar en igualdad, ni sembrar ecos de libertad, ni soñar siquiera con un mundo
solidario.
De esas fecales aguas, estos hediondos lodos: un atlántico
reconvertido en una descomunal necrópolis africana; unas islas, en un pasado
Afortunadas, hoy reacondicionadas en presidio, que aniquilan cualquier
esperanza de humanidad; una piel de toro donde se envía por correo ordinario
cuatro balas asesinas; un Rey que tima a sus súbitos; un Presidente que lidera
grupos terroristas y bombardea la Libertad de prensa; una Europa xenófoba y
neofascista; un Ecuador de femicidios y violencia sexual a menores dentro de su
entorno familiar y en los ambientes educativos; un premio nobel que alienta la
corrupción y la discriminación social; una plaga de mesiánicos salvapatrias parlanchines;
unos desalmados que levantan muros segregadores; unas potencias que asesinan vilmente
a inocentes; unos organismos internacionales que acentúan las diferencias y los
desequilibrios; una economía global depredadora de los recursos naturales; unas
industrias farmacéuticas y armamentísticas que superan el nivel fratricida de
los narcoestados; corrupción, más corrupción y corrupción.
Un pronunciamiento reciente, avalado por expertos en el buen arte
de la manipulación y por pragmáticos doctores en actos delictivos, dogmatiza
que “el fútbol pertenece a los aficionados” y las anémonas se lo creen a pie juntilla, hasta el punto de
manifestarse en empozados charcos en contra de uno de esos clanes bicéfalos,
poseedores de dotes mágicos, propios de trileros callejeros, que se disputan la
hegemonía del negocio futbolístico europeo y mundial.
La verdad que la Champions o la Superliga me interesa lo
mismo que a la inmensa mayoría de la ciudadanía la calidad de su voto. No
obstante, sin que sirva de precedente, me detengo en este tema porque no lo
considero un asunto menor sino un reflejo evidente en esta encrucijada que nos
ha tocado vivir de cambio de época o época de cambio, que viene promovida
directamente desde las propias estructuras dominantes. Un pulso entre grupos
que ya comparten y se reparten el poder económico, pero que ahora lo quieren
detentar en exclusividad. Un juego en el que emplean a sus títeres políticos, a
sus juguetes institucionales y a sus lacayos medios de comunicación que están
experimentando, bajo férreos controles el escenario social, económico e
ideológico, ese futuro cercano, que ya se hace sentir a través de excusas
pandémicas, de un nuevo amanecer en tinieblas con dioses monstruosos e
irracionales sin disfraces, junto a esos infelices y pobrecillos diablillos
terrenales. Un nuevo cuento para un nuevo tiempo pero con el mismo argumento de
siempre.
La ideología ha muerto, viva el control, la seguridad, el
orden, la explotación y la sumisión social universal. Esos serán los nuevos
códigos y el nuevo estandarte que ondeará en los contaminados vientos de
nuestro futuro cercano, que nos esperan a la vuelta de la próxima esquina. Es
muy probable que me tenga que dedicar a la ingesta alcohólica o atiborrarme a
cualquier tipo de sustancia alucinógena, con la finalidad de intentar entender
o mirar desde un prisma chamuscado a esta naciente sociedad robotizada, sin
criterio, sin capacidad de resistencia y sin intelecto, que entre todos hemos
alimentado por cobardía colectiva y por miedo individual a defender principios
y libertades esenciales. Mientras tanto disfrutemos del poco tiempo que nos
resta, porque para sufrir tendremos de sobra. Amén.
Fuente: https://www.laclavecuenca.com/
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