Ese masivo y
constante trasvase poblacional de canarios a la Gran Antilla, desde los
primeros momentos del proceso colonizador, a finales del siglo XV hasta el
primer tercio del siglo XX, junto al permanente contacto de “ida y vuelta”
enraizaron y forjaron diversos componentes sociales y culturales comunes en
ambos espacios geográficos. No podemos olvidar que la primera manifestación
literaria cubana, “Espejo de paciencia”,
se debe a Silvestre de Balboa Troya Quesada, originario de la isla de Gran
Canaria. Tampoco se puede soslayar que los grandes maestros de las haciendas
azucareras o los vegueros cubanos eran los “isleños”, apelativo que se usaba en
la Perla Antillana para designar a los canarios; la simbiosis que conforman sus
tradiciones folklóricas (el punto cubano, la fiesta del indiano en la isla de
La Palma, la cría y peleas de gallos, etc.); así como su influencia en el mundo
gastronómico, cultural, artístico y económico (el papel jugado por las remesas
de los emigrantes en el desarrollo agrario, las inversiones en el alumbramiento
de agua en el Archipiélago canario, etc.); el gran aporte canario a la
ruralidad, el guajiro, y su contribución en la edificación nacional cubana.
Junto a ello
se debe resaltar el relevante papel desempeñado en otros ámbitos en la Historia
de Cuba de un elenco de canarios o descendientes de isleños: como
Cristóbal Madan; Gaspar Betancourt Cisneros “El Lugareño”; Francisco de
Frías -Conde de Pozos Dulces-; Miguel Aldama; José Luis Alfonso; José Morales
Lemus, que nacía justamente en la bahía de Gibara (actual provincia de Holguín)
a la llegada de sus progenitores emigrantes, originarios de la isla de
Lanzarote; José Martí, hijo de la tinerfeña
doña Leonor Pérez; la importante participación de isleños en las filas del
movimiento emancipador; los cuatro canarios que alcanzaron el grado de general
en el Ejército Mambí (Manuel
Suárez Delgado, Matías Vega Alemán, Julián Santana y Jacinto Hernández Vargas); la constitución del Partido Nacionalista Canario en
La Habana (1924), a través del palmero Luis Gómez Wangüemert; el también
originario de la isla de La Palma, José Miguel Pérez, cofundador del partido
Comunista de Cuba (1925) y del Partido Comunista de Canarias (1933); o el
pianista, considerado como la mejor mano izquierda, además, de extraordinario
compositor, Ernesto Lecuona, cuyo padre era natal de la isla de Tenerife, junto
a una larga lista de isleños que dejaron su huella imperecedera en la ancestral
tierra de Hatuey. En definitiva, que
isleño no tenía un abuelo en Cuba o cuántos cubanos no tienen un familiar en el
Archipiélago canario.
Mi primer
contacto físico con la isla de Cuba se producía en el verano de 1991, en los
inicios de ese momento denominado Período
Especial, con motivo de recabar información documental en el proceso de
elaboración de mi tesis doctoral. Fue durante esa estancia, y otras
posteriores, las que me permitieron acceder y profundizar en diversos aspectos
vinculados a la presencia de canarios en la isla caribeña. Uno de ellos fue
precisamente ese episodio central que se aborda en este libro, la matanza de
isleños en Ciego de Ávila (1926). Sin embargo, como suele ser habitual, esa
intención quedó pendiente, en favor de otros temas de estudios que centraron
nuestra atención. Y ahora, casi treinta años después, me vuelvo a reencontrar
con ese capítulo de la historia a través de la investigación realizada por José
Antonio Quintana García, al que conocí recientemente desde la distancia, de una
forma casual, aunque labrada por caminos paralelos. Ambos residimos durante un
mismo período en la Capital Mundial del Banano (Machala-Ecuador) sin
conocimiento uno del otro. En la actualidad José Antonio vive en Canarias y
quien suscribe estas líneas en la Atenas del Ecuador (Cuenca). Ambos nos hemos
interesados por la presencia canaria en Cuba, uno cubano descendiente de isleño
y el otro, canario, interesado en conocer la presencia isleña en la isla
hermana. De modo que ese encuentro reciente nos permitió, además, de compartir
una inquietud como historiadores, revivir el sentimiento secular de dos
pueblos, construido a través de una intensa relación humana, al tiempo, que
surgía la idea de materializar esta publicación por medio de la Editorial
Centro de Estudios Sociales de América Latina y el inmenso orgullo personal de
elaborar estas breves palabras iniciales al libro intitulado “Crónica de una matanza impune. El
asesinato de emigrantes canarios en Cuba”.
El autor de esta obra, José Antonio Quintana, se encarga -tras realizar una previa contextualización histórica del momento, caracterizada por la inestabilidad social ocasionada por la crisis de “la danza de los millones” en la década de los 20 del pasado siglo- de perfilar los personajes y protagonistas que intervienen en el secuestro del coronel Pina, ejecutado por tres canarios. Para posteriormente centrarse en la consiguiente acción represiva de las fuerzas policiales y del ejército hacia los isleños, además, de estudiar el tratamiento ofrecido por la prensa, junto a la recopilación de testimonios orales y una revisión del soporte bibliográfico existente. Sin duda alguna, este negro episodio fue un hecho aislado, que no debe concebirse como una acción xenófoba de la sociedad cubana hacia los emigrantes isleños, sino más bien como un acto despótico y corrupto de la estructura política dominante en ese momento histórico.
Es un escrito muy interesante en la historia y sobre todo en Cuba pero me parece un acto de crueldad desde la sociedad cubana hacia los emigrantes isleños por parte de la clase dominante de ese entonces.
ResponderEliminarPero espero que en la historia de cualquier país no se vuelva a repetir actos de crueldad en una sociedad actual y avanzada .
Gracias Berenice por comentar, saludos fraternales.
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