Sr. Gobernador de la
provincia del Cañar, Dr. Luis Quishpi, Dr. Jorge Núñez Sánchez, Director de la Academia
Nacional de Historia de Ecuador, Dr. Diego Moscoso Peñaherrera,
Secretario de la Academia, Dra. Rebeca
Castellanos, vicerrectora Académica de la UNAE, Dr. Nicanor Merchan, compañeros
académicos del Cañar y Azuay, autoridades civiles y universitarias, amigas y
amigos muy buenas tardes-noche, mi inmenso agradecimiento por acompañarme en
este evento de especial significación para quien les habla, que adquiere, sin
duda, una mayor relevancia personal con la presencia de un grupo de mis alumnos que
representan a todos los paralelos a los que he impartido docencia durante mi
estancia en la UNAE. Gracias, muchísimas gracias por ese hermoso gesto que
guardaré como un detalle eterno.
Asimismo quiero mostrar
mi sentimiento de gratitud y emotividad a todos los miembros de la Academia
Nacional de Historia, por acogerme en esa centenaria institución, un inmenso
honor que recibo y que intentaré devolver con total responsabilidad y compromiso
a la Academia, a la sociedad ecuatoriana y a la comunidad del Cañar. Deseo también
mostrar mi reconocimiento al Sr. Rector por su excelente predisposición a que
esta Sesión Pública Solemne se realice en nuestra casa común: la UNAE.
Previo a entrar en
materia debo compartir con Ustedes que estas últimas semanas han sido de profunda
reflexión e interno debate sobre la elección del tema a esbozar en este
Discurso de Ingreso. Evidentemente, como todos ustedes saben, no soy nacido en
Ecuador pero, sin duda alguna, me considero un ecuatoriano más. Y no es una
frase gratuita de cara a la galería sino que es un sentimiento que responde a
un compromiso que he intentado que esté presente en mi quehacer cotidiano.
No concibo la
Historia como una profesión sino como un ejercicio de compromiso social que me
permite indagar en el pasado para intentar comprender y actuar en el momento presente
con la idea de proyectar una visión hacia el futuro en ese largo y necesario
recorrido hacia la utopía, hacia la construcción de una sociedad libre,
igualitaria, solidaria, intercultural y de Buen Vivir. Ese ideario ha sido la hoja
de ruta de mi vida y de mi ejercicio profesional.
Desde que llegué a esta
bendita tierra en 2013, como miembro del Programa Prometeo del Gobierno
ecuatoriano, mi labor ha estado dirigida a sumar, a contribuir como ciudadano,
historiador e investigador y en estos momentos como docente en este ilusionante
proyecto de transformación social a través de la educación que es la UNAE.
Mi estancia en estos
últimos cuatro años en este pluri-multicultural Ecuador ha supuesto un duro
ejercicio de reconversión de conocimientos de una nueva realidad sociohistórica
y una experiencia, sin duda, altamente enriquecedora, tanto en el ámbito
personal, social y profesional. Mi trabajo se ha centrado en el territorio y en
sus gentes, en la historia, en el patrimonio, en la cultura y en la educación.
Mis primeros espacios de atención fueron Machala, Guayaquil, Babahoyo y en este
último año y medio la UNAE y en el incipiente interés por contribuir a la
reconstrucción histórica del Cañar. De modo que seleccionar uno esos temas
locales en los que he investigado para elaborar este Discurso me generaba un
mar de dudas, a pesar que tenía en la recamara una segunda opción, centrarme en
un objeto de estudio de carácter nacional, como las Casas Flotantes de Ecuador
o el impacto social de la Guerra del 41, pero esta segunda alternativa tampoco
me convencía del todo.
Evidentemente un aspecto
sobre la historia del Cañar hubiese sido el más pertinente, sin duda. Sin
embargo, todavía me encuentro en una fase de formación, de adquisición de
conocimientos y en la etapa preliminar de un proyecto encaminado en esa
dirección, dentro del contexto de creación del cantón del Cañar durante el
período de la Gran Colombia.
Por tanto, opté por
una tercera vía: abordar un breve ensayo vinculado a una de mis grandes
inquietudes, mi vocación americanista en el ámbito de las relaciones
Canarias-América y de esta manera compartir con ustedes un elemento específico de
la presencia de Canarias en Ecuador.
Nací en un
archipiélago atlántico norteafricano, cuyas islas históricamente han buscado en
el horizonte la silueta de la costa americana, hasta el punto que la identidad
histórica de Canarias no puede entenderse sin el aporte esencial de América, desde
el sur del Río Grande hasta La Patagonia. Y de igual manera podemos decir que la
conformación de muchas sociedades americanas cuenta con un substrato y aporte de
canariedad. Ambos territorios han recorrido una historia paralela, sufrieron
las brutales consecuencias de la codicia conquistadora y colonizadora, aunque
con un desenlace distinto, pero con un sentimiento forjado en una identidad compartida
como consecuencia de esa estrecha relación de ida y vuelta a lo largo de más de
cuatro centurias.
La presencia canaria
en América tuvo un definido carácter agrario, pequeños campesino que vinieron a
roturar y cultivar la tierra y que se insertaron e integraron plenamente en la
sociedad americana hasta el punto que tomaron las armas a favor de los movimientos
emancipadores de la América Latina.
Desde que llegué a Ecuador
no he parado de buscar esa huella canaria en esta tierra. Y eureka, a los pocos
días descubrir uno de esos temas que me acompaña desde que era un joven
estudiante de los últimos años de primaria: San Borondón. Este va a ser el eje
central de este Discurso que se articula a través de un viaje histórico desde
Canarias a Ecuador.
Las primeras referencias sobre el Archipiélago canario se encuentran en los
escritos grecolatinos anteriores a nuestra Era. Unos textos que trasmiten una
información basada en la concepción, creencia y cosmovisión de la época y que
intentan dar respuesta a la existencia humana y a la trascendencia de la vida
más allá de la muerte. Las sociedades clásicas ofrecían una interpretación a lo
desconocido mediante la elaboración y recreación de todo un mundo mitológico. Y
el océano Atlántico, considerado como un mar tenebroso, y sus enigmáticas islas
fueron elementos donde filósofos y poetas desplegaron una gran imaginación
marcada por su concepción religiosa y mitológica.
Canarias, dada su ubicación en aquellos momentos “al borde del mundo
desconocido”, centró todo tipo de conjeturas mitológicas. Las denominaciones
adjudicadas tanto al Archipiélago como a otros ámbitos geográficos -Campos
Elíseos, Islas Afortunadas, Islas Bienaventuradas y Jardín de las Hespérides-
hacían referencia al lugar de residencia de los dioses, al paraíso terrenal o
el lugar de la felicidad perfecta: un lugar de delicias y placeres en unas
islas situadas en las extremidades del mundo, cerca de la morada de la Noche,
donde sus habitantes tenían una vida dulce y tranquila, sin experimentar nieves
ni inviernos rígidos, ni lluvias, sino un perenne aire fresco, donde brotaban
toda clase de frutos, sin plantar ni sembrar, donde sus árboles nunca estaban
despojados de sus hojas ni de sus aromáticos frutos, donde crecían manzanas de
oro, fuentes de miel, de aceite y de bálsamo, con arroyos de vino y leche, en
fin, un lugar de descanso reservado a las almas de los que en vida habían sido
héroes y de los hombres de bien.
Junto a esa visión, Canarias también fue considerada a partir de los textos
de Platón como uno de los vestigios de un continente sumergido en el mar, la
Atlántida. Y posteriormente, durante la Edad Media, mientras que en el mundo
árabe se transmitía una leyenda que contempla el océano Atlántico como cubierto
de tinieblas, circulado por vientos fortísimo, tempestades y plagado de
monstruos, entre la comunidad cristina europea se difundía la idea bíblica del
Paraíso terrenal, que generó una auténtica fiebre entre sus fieles por
encontrar su emplazamiento. Y es en ese contexto, donde nace la leyenda del
monje Brandán o Brendán y la misteriosa isla de San Borondón, tras la
publicación de la “Navigatio Sancti Brandani”. Una obra del siglo X que narra
uno de los relatos medievales de la cultura celta, que contribuyó a extender por
la Europa cristiana el viaje que, a la Tierra Prometida de los Bienaventurados,
las islas de la Felicidad y la Fortuna, había realizado el monje irlandés.
Es a partir de las incursiones europeas por el Atlántico en los siglos
XIII-XIV cuando aparecen las primeras referencias directas sobre San Borondón, que
se intensifican en las centurias posteriores con diversos relatos coincidentes
que señalan la existencia de una isla que a veces se divisaba en el extremo
occidental del Archipiélago. Una isla que cuando los navegantes intentaban
aproximarse a sus costas era envuelta por la bruma y desaparecía completamente.
Al menos desde el siglo XIII los cartógrafos comienzan a dejar constancia
en sus cartas la localización de San Borondón y facilita la difusión de esta
leyenda que se ve enriquecida con las informaciones posteriores de avistamientos
que justificaba la incorporación de la isla a las cartas náuticas, portulanos y
mapas en los siglos siguientes.
Con anterioridad a la conquista del Archipiélago (1402-1496) no se tiene
evidencia alguna que las sociedades aborígenes canarias conocieran el fenómeno
de San Borondón y es a partir de la colonización europea de los archipiélagos
atlánticos cuando se dispone de descripciones más concreta de la isla. De
hecho, el convencimiento general sobre su existencia fue tal que durante la
época de los grandes descubrimientos geográficos los monarcas hispanos hicieron
en numerosas ocasiones donación de esta isla a diversos personajes a condición
de que la encontraran.
En los momentos previos al descubrimiento
de América la leyenda de la isla de San Borondón fue un elemento que contribuyó
notablemente a fomentar el espíritu descubridor de nuevos territorios y se
llevaron a cabo diversas expediciones hispanolusitanas a lo largo de los siglos
XV-XVI, que se prolongaron en centurias posteriores. Incluso en pleno siglo
XVIII, en 1721 el Capitán General de Canarias concedía el Título de Cabo
Gobernador y descubridor de la isla de San Brandán a favor del capitán de
Infantería española D. Juan Franco de Medina, que al mando de la expedición de
la balandra “San Telmo” tenía como objeto descubrir y conquistar la isla.
En definitiva, la isla de San Borondón es uno los
imaginarios históricos del Archipiélago canario, cuyo origen está
perfectamente documentado, aunque nadie jamás haya encontrado a esa misteriosa
isla, y su idea se ha transformado en un valor mágico cargado de utopía e
ideales y en un sugerente recurso de inspiración creativa.
En cambio, el SAMBORONDÓN ecuatoriano existe, es real.
Es uno de los cantones que integra la actual provincia del Guayas, aunque sus
orígenes en cuanto a su denominación parecen diluirse entre brumas y tormentas,
en torno a una leyenda recreada.
El nombre del cantón de Samborondón generó cierto debate en el último
tercio del siglo XX a través de diversas teorías que intentan explicar su
origen. Por tanto esta contribución pretende simplemente exponer esas interpretaciones
y aportar luz en esa discusión con nuevos fundamentos.
El primer autor que aborda el origen de su denominación
fue Luis Arias Altamirano. En su libro "Samborondón
a través del tiempo", publicado en 1976, recoge varias teorías.
A partir de un acta del Cabildo de
Guayaquil, fechada el 20 de mayo de 1650, señala que la denominación de esta zona ya se
conocía con anterioridad y que pertenecía a Fermín de Asiaín (Alcalde Ordinario de Guayaquil), quien
tenía a su servicio a un esclavo llamado Bartolomé Samborondón Rendón, que dará
el nombre a la comarca.
Una segunda hipótesis, compartida también por los
historiadores Ezio Garay Arellano y José Antonio Gómez Iturralde, plantea que el
topónimo proviene desde tiempos inmemorables y se debe a la combinación de dos
palabras: Zambo (término racial que define el mestizaje entre negro y
amerindio) y Rendón, su apellido. Y que con el paso del tiempo (Zambo-Rendón)
derivaría en Samborondón.
Un tercer planteamiento, defendido
por Eduardo Estrada Guzmán y Ricardo Delcalzi, sugiere que la base de la
denominación del cantón proviene de Saint Brendan, santo irlandés conocido en
castellano como San Borondón.
No obstante, hay un aspecto que debemos resaltar y es que el propio Luis
Arias en 1977, un año después a la publicación de su obra, comienza
a cuestionarse su propio posicionamiento a partir de nuevos datos: por un
lado, tras descubrir la existencia del topónimo Samboronbón en el Río de la Plata (Argentina) y, en segundo
lugar, por la información verbal que le proporciona un isleño sobre la leyenda
de la isla de San Borondón en el Archipiélago canario. Este autor intentó indagar
esa nueva línea de investigación pero no pudo obtener resultados al respecto.
Estas son las cuestiones planteadas hasta la actualidad que intentan
explicar su origen. Sin embargo, nos resulta difícil aceptar estos
planteamientos por su endeblez argumentativa. A nuestro juicio existen otros
indicios más evidentes que nos llevan a replantear un origen distinto. Y de
este modo, proponemos una serie de razonamientos que de una forma u otra
-vinculados o de forma independiente- arrojan bastante luz sobre este asunto.
El Globo terráqueo de Martin Behaim y el imaginario
colectivo
El principal aspecto, que consideramos altamente relevante, viene dado por
el globo terráqueo de Martín Behaim de 1492 que ubica a la isla de San Borondón
a 60º al Oeste del primer meridiano, es decir, frente a las costas de
Guayaquil.
Debemos referenciar, asimismo, que la ubicación física de esta isla
mítica en los distintos mapas y portulanos sufrió constantes variaciones en
función al conocimiento que se poseía de la superficie terrestre en cada
momento histórico, pues ha sido situada en diferentes zonas: Terranova,
Islandia, islas Feroe, Caribe, islas Canarias y Ecuador. Y en este sentido
debemos apuntar que el conocimiento del territorio siempre ha sido una
constante preocupación del hombre a lo largo de su historia. Sin duda, el
descubrimiento del Nuevo Mundo y las expediciones posteriores producen un
avance significativo en ese conocimiento. No obstante, los cartógrafos continuaron
reflejando en sus trabajos tanto la realidad física del espacio como los
elementos mitológicos y leyendas que conformaban el imaginario grecolatino, la
cosmovisión y mentalidad religiosa medieval de evangelización y la búsqueda del
paraíso terrenal. Y durante la fase de expansión atlántica en los siglos XV y
XVI estas ideas contribuyen a estimular expediciones de reconocimientos.
Advocación y religiosidad
Otro elemento sustancial a introducir en este análisis es la existencia de
una campana de bronce de 1694 (custodiada actualmente en el Museo Municipal de
Guayaquil), que formaba parte de una antigua capilla establecida en la
zona, y que contiene una inscripción con el nombre de Samborondón. Este dato
nos habla de una vinculación directa entre la denominación de la zona y el
mundo religioso. Y si a ello, añadimos la costumbre general en la época de la
advocación a un santo protector (San Borondón, Santo de los Marinos en
Aprietos) y se relaciona, además, con el segundo nombre con que fue bautizado
el esclavo Bartolomé nos lleva, sin
necesidad de recurrir a argumentaciones forzadas (como la del Zambo-Rendón), a
una explicación más verosímil y natural.
La situación geoestratégica de Canarias y su influjo
El papel geoestratégico del Archipiélago canario, como último puerto de
escala de las embarcaciones que se dirigían al Nuevo Mundo, y la leyenda de la
Isla de San Borondón debieron ejercer, también, una gran influencia en la
difusión de ese imaginario, al tiempo, que contribuiría a la designación de
esta comarca ecuatoriana. Además, si fuera cierto, el dato proporcionado por el
historiador José Antonio Gómez Iturralde sobre la ascendencia canaria del propietario
de esa zona y Alcalde Ordinario de Guayaquil, Fermín de Asiaín, sería otro
elemento a tener muy en cuenta.
La Bahía de Samboronbón en el Río de la Plata, Argentina
Este es otro rasgo esencial por dos cuestiones básicas: primero, porque su
grafía es casi idéntica al cantón ecuatoriano. Esto, en cierta manera y en
buena lógica, rechaza casi de forma definitiva la teoría del Zambo-Rendón que,
por otra parte, tiene una explicación sencilla derivada de una mala o errónea
transcripción muy propia en épocas pasadas. Y, en segundo lugar, viene a
reafirmar la influencia de ese imaginario colectivo. Pues, la denominación de
esa Bahía se debe a los propios miembros de la expedición de Magallanes,
quienes consideraron que su formación geomorfológica fue el resultado del
desprendimiento de una parte de su superficie que dio origen a la isla de San
Borondón.
El medio natural de Samborondón
Otro elemento a considerar -aunque en menor medida- puede ser su propia
ubicación geográfica y su medio natural, es decir, un cerro elevado en medio de
la llanura de un aluvión con una vegetación rica, frondosa y productiva con
varias cosechas anuales. Unas características muy similares a las descripciones
realizadas sobre la isla de San Borondón. Y junto a ello debemos resaltar otro
punto de conexión interesante, como es la consecuencia de las inundaciones en
la zona, ya que daba lugar a un efecto visual de una isla que aparece y
desaparece como la propia isla de San Borondón.
En definitiva, esta modesta aportación tiene como
única finalidad ofrecer una reflexión argumentada sobre el origen de la
denominación del cantón de Samborondón. Es evidente que los pueblos se
construyen a través de la tradición pero también a bases de leyendas y mitos. Y
somos conscientes que la sociedad samborondiana actual posee un grado de
concienciación identitaria fuerte y definida con respecto a la teoría del Zambo-Rendón. Pero
es, también, indiscutible que no se puede rechazar, negar, ni relegar los
hechos históricos fehacientes y sus argumentaciones consistentes. Y por otro
lado, este aspecto concreto referenciado, la proyección de la mítica isla de
San Borondón en Ecuador, es un elemento más a incorporar al amplio proceso desempeñado
por los canarios en estos últimos cinco siglos como agentes de intermediación
en la conformación de las sociedades de "Nuestra América".
Por último, y con el permiso de ustedes, no puedo concluir
esta intervención sin recordar, reconocer y agradecer inmensamente el cariño, el
aprendizaje y los valores recibidos a lo largo de toda una vida, desde mis
padres y mi familia, al papel desempeñado tanto por los “maestros”, como por
los compañeros de aula y de vida, a la presencia constante de mis amigos,
colegas y alumnos, canarios, ecuatorianos y latinoamericanos, y, muy especial a
la luz que llena mi existencia, mi mujer Ana Rosa de Ascanio Escobedo. Sin ellos,
sin duda, nada hubiera sido posible. Muchísimas gracias a todos ustedes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario