José Manuel Castellano Gil |
El ambiente de inestabilidad en la frontera
ecuatoriana-peruana en 1941 y los constantes rumores de un eminente conflicto
crearon un clima de alarma social en la provincia de El Oro. A principios de
julio de 1941 las portadas de los principales periódicos daban por hecho un
estado real de guerra: “Chacras, Balsalito, Guabillo, Aguas Verdes, Quebrada
Seca, Carcabón y Arenillas habían sido las primeras plazas en ser ocupadas por
el ejército peruano”. Y a partir de ese momento se propagaba la idea que Santa Rosa,
Machala y Puerto Bolívar serían los siguientes objetivos de las fuerzas
peruanas.
El continuo avance militar sobre territorio
ecuatoriano, las constantes violaciones del espacio aéreo y las grandes
concentraciones de tropas en la frontera con Loja anunciaban un eminente ataque
peruano con la participación de fuerzas combinadas de tierra, mar y aire. Esta
situación llevó al gobierno de Ecuador a denunciar en foros internacionales los
actos de agresión cometidos por las fuerzas invasoras y encendió un sentimiento
patriótico en muchas localidades del país, a través de enérgicas
manifestaciones de rechazo y protesta social que demandaban armas para “castigar al agresor” y defender la
integridad nacional.
La invasión peruana activó los resortes diplomáticos en el ámbito americano. Así el 9 julio se anunciaba la pronta formulación de una propuesta de mediación, surgida en el seno de las negociaciones mantenidas en Washington por los países conformados en mediadores del proceso (Argentina, Brasil y Estados Unidos). Sin embargo, sus resultados no obtuvieron el éxito deseado tras fracasar los distintos intentos llevados a cabo. No obstante esas conversaciones se prologaron en el tiempo, hasta que se conseguía concretar el Acuerdo de Río de Janeiro a finales de enero de 1942.
Los orenses camino al exilio
Desde la fase prebélica y, muy especialmente, a partir
de las primeras incursiones peruana en suelo ecuatoriano se había iniciado un
lento desplazamiento de orenses hacía otras provincias. Ese flujo se
transformaría, según se incrementaban las hostilidades, en una riada constante
y numerosa en los momentos previos a la toma de El Oro, hasta el punto que
Machala había sido desalojada en los días precedentes a su ocupación y
prácticamente quedó despoblada durante la permanencia peruana en la Ciudad.
La invasión peruana de Machala supuso la supresión de
toda actividad económica agraria, urbana y una ruptura general del servicio del
transporte fluvial, además, de un corte en el suministro de víveres y un cierre
de los servicios de radio. La ciudad quedó completamente incomunicada. Previo a
estas circunstancias una inmensa mayoría de ciudadanos habían decidido partir
al exilio en distintas fases, abandonando sus casas, sus tierras y sus bienes.
Varios fueron los puntos de destinos de este éxodo masivo, pero Guayaquil fue
el lugar por excelencia a donde se dirigieron la inmensa mayoría de los
orenses.
Machala y, por ende, la Provincia se convirtieron un
verdadero botín de guerra para los invasores, que se apropiaron prácticamente
de todo lo disponible de valor que encontraban a su paso y que posteriormente
era trasladado al Perú.
Tras la ocupación de Machala, El Guabo, Tendales y
Tenguel se reconvirtieron estratégicamente, en un primer momento, en zonas de
refugio y concentración de una población que huía del horror de la guerra, para
posteriormente adquirir una función simplemente de puntos intermedios de
transito de los contingentes orenses que pretendían llegar fundamentalmente a
Guayaquil y, en menor medida, a Cuenca o Quito.
Sin embargo, las frecuentes incursiones de la
caballería peruana sobre El Guabo, donde se habían congregado numerosas
familias procedentes de las ciudades de Machala y Pasaje, provocaron una
evacuación progresiva y total a lo largo del mes de agosto de 1941. De modo que
la absoluta falta de garantías y los abusos cometidos por las fuerzas invasoras
sobre la población civil dio lugar a que El Guabo quedara completamente
deshabitado, pues tanto sus originarios habitantes, así como el resto de los
orenses damnificados, emprendieron la búsqueda de nuevos refugios, siguiendo el
doloroso vía crucis hacia las haciendas de Tendales y Tenguel para alcanzar
como último destino Guayaquil.
Desde julio de 1941 y en los meses consiguientes se
producían de forma constante la llegada numerosa de orenses a Guayaquil. Un
intenso tráfico interrumpido en muchas ocasiones debido a la dificultad y
ausencia de transporte marítimo y por la gran avalancha de personas que se
encontraban en situación de espera. Por lo general, desde Guayaquil a Tendales
zarpaban distintos remolcadores y lanchas encargadas de proporcionar auxilios a
los refugiados de El Oro. La situación de los refugiados en Tendales llegó a
ser extremadamente crítica, ya que no contaban con medios básicos para el alojamiento
como tampoco ningún tipo de auxilio, alimentos, medicamentos, se encontraban
diezmados por los brotes epidémicos y las continuas amenazas del ejército y la
aviación peruana. El jefe del puesto de socorro de Tendales informaba que cada
día llegaba un número mayor de emigrados de El Oro y calculaba que aún faltaban
por evacuar alrededor de unas 10.000 personas.
Desde Guayaquil se intentaba paliar esa grave
situación, como también a Balo y Tenguel, a través del envío de convoyes para
su traslado, así como la remisión de asistencia de víveres y medicinas.
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