Por: José Manuel Castellano
Una
nueva y compleja sociedad reestructurada, reorganizada y retroalimentada bajo
un absoluto control tecnológico global, cuyos antecedentes podrían remontarse al
menos hasta mediados del siglo XX, que paulatinamente han ido consolidando una nueva
estructura económica-productiva y que, por consiguiente, traerá aparejada una
fuerte transformación en el marco ideológico-institucional, así como en las relaciones
sociales derivadas y en las propias manifestaciones culturales.
Todo
cambio de etapa histórica toma un hito como eje referencial. Y en ese sentido,
es más que probable, que la crisis sanitaria, generada por la pandemia del
Covid-19, se convierta en uno de los principales acontecimientos que marquen el
inicio de esa nueva etapa, dado el gran impacto que va a generar en la próxima
década en todos sus ámbitos.
La
pandemia no trajo solo consigo una alteración radical de carácter coyuntural
(todos aspiran a retornar a la vieja normalidad) sino que su principal
incidencia ha sido la de acelerar en el tiempo un proceso que ya venía en
marcha: una nueva forma de organización general. La introducción del
teletrabajo en algunos sectores, por poner tan sólo un ejemplo, y la subsiguiente
reconversión productiva, laboral y social, como consecuencia de la
implementación tecnológica masiva, junto a la progresiva aplicación de la
inteligencia artificial, serán los dos componentes estructurales definidores de
esa nueva sociedad en cierne. No hay vuelta atrás posible.
En
cualquier caso, estas breves líneas pretenden centrarse en una reflexión genérica
sobre los posibles cambios en el mundo educativo, como eje complementario en esa
vertebración del nuevo orden.
Las
medidas adoptadas, en los primeros
momentos por el cierre de los centros educativos en América Latina y el Caribe,
por los gobiernos de la región a
través de sus ministerios de educación respectivos, parece que siguieron una
directriz externa única, un copia y pega vulgar, pero que en todo caso
evidencia una destacada falta de personalidad territorial, una carencia de
creatividad y una muy dudosa ausencia de profesionalidad, como muy bien queda reflejado
no sólo en la denominación sino en la estructura de sus planes educativos: “Aprendamos
juntos en casa” en Ecuador; “Aprenda en Casa” en Perú; “Aprende en casa” en México; “En casa
aprendo” en Puerto Rico; o “Aprender Digital” en Colombia... Un
aspecto, sin duda, irrelevante, nada novedoso, ni sorprendente, si tenemos presente
que la política económica en nuestros países está encauzada exclusivamente por
el Fondo Monetario Internacional (FMI).
La pandemia realmente no nos ha enseñado nada nuevo sobre
lo que ya sabíamos con plena certeza: la existencia de unas insuperables
brechas sociales en el campo educativo. Un sistema que está pensado desde los
principios del mercado o como algunas dignidades públicas se atreven a decir abiertamente
“una educación estrechamente ligada al emprendimiento”, es decir, a formar “mano
de obra” y, por ende, a disponer de una legión de desempleados. En ambos casos,
ciudadanos con un perfil dependiente, obediente y replicante, donde el pensar y
la creatividad no solo no están permitidas sino que son penalizadas, pues se intenta
forjar individuos instruidos en la indiferencia, en la insolidaridad, fácilmente
manipulables, maleables y ahora, esencialmente, robotizados.
Desde mi visión, la educación en tiempos pos-pandémico
parece que no va a vislumbrar cambio alguno en ese camino trazado, ya que sigue
su propia hoja de ruta, es decir, fortalecer e incrementar aún más esas
diferencias, a través del protagonismo dictatorial de los soportes y elementos
virtuales en los diversos aspectos del vivir cotidiano y educativo. En
definitiva, es el mismo perro con distinto collar pero sujeto a un opresivo y
despótico dominio de su amo.
Una
gran mayoría de los académicos se han encargado de estudiar las consecuencias
generadas por este cambio de modalidad en el sistema educativo con la finalidad
de resaltar brechas sociales y tecnológicas y los hay, incluso, quienes se
atreven a ofrecer propuestas digitales como esencia de renovación pedagógica,
sustentadas en una visión presentista, frívola y
trivial, de muy corto alcance sobre el impacto y repercusión venidera del
gran Imperio de las Nuevas Tecnologías. Parece evidente que la Academia ha
perdido el norte crítico en la construcción social para reconvertirse en simples
vendedores, agentes promocionales y predicadores del nuevo orden, además, de evidenciar
una baja calidad reflexiva y analítica con respecto al proceso liberador de la
educación.
Este
cuestionamiento no debe entenderse como un posicionamiento ludista, en contra
de las potencialidades tecnológicas, sino como una declaración a favor de la
libertad, de la independencia y de las capacidades del ser humano para evitar la
instauración de un régimen esclavista, a través de los grilletes de un
conocimiento impuesto, parcial y sesgado, como mecanismo de control global en
manos de unos pocos, que ya vienen hace tiempo ejerciendo un proceso aculturativo
compulsivo.
La
educación está entrando en una fase de
radicalización, encaminada a intensificar una formación digital enlatada y sustentada
en una relación de dependencia externa. Esta viene promovida por los grandes emporios
del sector tecnológico, que romperán fronteras
con sus ofertas, ampliarán nuevos mercados y cuyas repercusiones se traducirán
en un duro reajuste laboral del personal docente (especie en fase de extinción);
en un estricto control sobre contenidos, aprendizajes y actividades; al tiempo,
que reorientarán sus gastos e inversiones a la adquisición de paquetes de
software educativos y soportes hardware, junto a una constante práctica de renovación
de equipos, que conllevará a un incremento aún mayor de la actual mercantilización
del proceso educativo, acentuando así desequilibrios y discriminaciones en los
países dependientes y periféricos y en los sectores más vulnerables.
Un panorama que conformará una sociedad homogeneizada, aislada, individualizada y sin capacidad de respuesta en un contexto de convivencia entre una inteligencia artificial y una robotización humana hasta su inevitable ruptura.
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