Por: José Manuel Castellano
Sin embargo, ese
argumento no es otra cosa que una demostración palpable de una burda excusa, que
intenta esconder la insensibilidad, la incapacidad, la irresponsabilidad y la ausencia
de creatividad en la gestión de las propias instituciones culturales públicas y
que viene a reconfirmar, una vez más, que la cultura no es un área prioritaria
en el diseño de las políticas sociales, aunque siempre, afortunadamente, existan
honrosas excepciones que vienen a confirmar esa regla.
Y una de esas pocas
es justamente la labor realizada desde el Núcleo del Cañar de la Casa de la
Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, que ha sabido estar a la altura de las
circunstancias para emprender un camino innovador, creador, alternativo y
adaptativo en sus acciones culturales ante el gran desafío planteado por los cambios
derivados por esta crisis sanitaria. Junto a ello se hace preciso enfatizar que
esta revista nace justamente en ese tiempo silencioso y de aislamiento de los
últimos meses de 2020.
Respetado público, no
deben interpretar esta contundente afirmación como una mera manifestación
gratuita, ni como un simple gesto de alabanza desproporcionada, exagerada o interesada en agradar
a la galería. Todo lo contrario. Conocedor, como soy de primera mano, de la
intensa acción cultural desplegada por el Núcleo del Cañar y de los excelentes registros
obtenidos en las actividades realizadas durante este tiempo de Covid-19, que ha
dado lugar a un significativo salto cuantitativo no sólo con respecto a la
oferta cultural sino, muy especialmente, en el considerable incremento del
número de beneficiarios, que ha superado con creces los datos de la etapa pre-pandémica.
Una evidencia palpable que habla de un buen hacer y de una gestión exitosa y
ejemplar, como ha quedado evidenciado recientemente en el informe de rendición
de cuentas anual y que de forma muy somera se explicita en la nota editorial firmada
por su Director en este tercer número de la revista.
De modo que extiendo
públicamente mis felicitaciones y reconocimiento al Presidente del Núcleo, Dr.
Edgar Palomeque, y a su equipo por esa eficiente y modélica profesionalidad
desarrollada y que debería ser objeto de atención y aprendizaje por aquellos
otros que se manejan desde la incapacidad, desde la ausencia de ideas y que
sobreviven profesionalmente con los brazos caídos.
Uno de los tantos
aspectos positivos que nos ha dejado la pandemia ha sido el desvelar la
realidad estructural del mundo cultural que arrastraba el país desde hace
décadas para poner sobre la mesa las carencias y la inexistencia de un plan cultural.
Una situación que no llego a definirla de “crisis cultural”, porque concibo
cualquier periodo de crisis como un momento de confrontación dialéctica de ideas
que busca respuestas, soluciones y alternativas.
Por tanto, desde mi
perspectiva y lo digo con absoluta claridad, Ecuador no se encuentra todavía en
una fase de crisis cultural, sino más bien está situada en una sub-etapa
caracterizada por la indolencia, la indiferencia y la despreocupación total frente
a la cultura. Una muestra de ello, entre otros muchos aspectos que podríamos
señalar, es la debilitada e inestable situación de su principal órgano rector, una
cartera ministerial por donde han pasado un elevado número de ministros que han
tenido una vida de gestión extremadamente efímera, que no han conseguido permanecer
más allá de un año de media en sus cargos (12 ministros de Cultura en 14 años
desde 2007 hasta este 2021), con sus consiguientes cambios y renovaciones de equipos
directivos y de asesores, que cada cual ha marcado políticas distintas y hasta contradictorias
y que ni siquiera han podido llegar a materializar o ejecutar y bajo una tónica
común donde el papel de los gestores y los creadores culturales han sido desplazados
a espacios periféricos y marginales. A lo que se podría añadir los efectos
negativos ocasionados por la integración institucional de la CCE dentro del organigrama
ministerial, la crisis institucional que vive en estos momentos la Casa de
Benjamín Carrión junto a una política cultural centralista, los clientelismos,
los pesebrismos, los círculos cerrados, sin querer entrar en esta intervención
en los supuestos hábitos, prácticas y comportamientos de muy dudosa
ejemplaridad ética.
De modo que este
estado cultural actual urge una imperiosa necesidad de abrir un encuentro que
propicie un debate y análisis de la situación, donde tenga cabida todas las
voces de los distintos sectores, no ya para intentar impulsar un giro de timón
a esta moribunda realidad sino para encauzar, al menos, unas líneas estratégicas
de actuaciones básicas que iluminen el camino a seguir.
En ese sentido y
desde mi modesta opinión me atrevo a lanzar en este acto una propuesta, al
objeto de que sea valorada por el consejo editorial de esta prometedora e
interesante iniciativa que representa la revista La Palabra, sobre la
posibilidad de implementar una sección permanente dirigida a canalizar y
fomentar el espíritu reflexivo, el buen hábito del debate y la enriquecedora práctica
de la crítica a la situación cultural actual, con la finalidad de que pueda
contribuir a sentar unos mínimos fundamentos sólidas, en pos de construir este solar cultural
en nuestra provincia y en el país.
Este tercer número de
la revista La Palabra nos presenta un conjunto de artículos de autoría de intelectuales
de primera talla, como es el caso del insigne rector de la Universidad Internacional
del Ecuador, el Dr. Gustavo Vega; el ex rector de la Universidad Andina e
historiador, el Dr. Enrique Ayala; y el gran poeta cuencano y miembro de la
Academia Nacional de la Lengua, Jorge Dávila, entre otros destacados
colaboradores.
La Palabra aglutina una serie de textos que giran en torno a diversas temáticas y distintas manifestaciones culturales, que podemos caracterizar de equilibrados y compensados, que van desde:
- Un enfoque reflexivo, como es el caso del “Sentido de la cultura en época de crisis” de Manuel Rodas; “Meditaciones durante la segunda ola de la pandemia” de Gustavo Vega; “Testimonio existencial” de Edgar Palomeque; y “La cultura y la moral” de Eugenio Robles.
- Una comprometida labor divulgativa del conocimiento histórico en la que se inscriben los trabajos “Martí y Alfaro: paradigma de libertad y justicia” de Trosky Serrano; “El 10 de agosto, inicio del proceso independentista” de Enrique Mora; “La independencia de Quito y dos heroínas” de Eugenio Robles.
- Una acción por la recuperación de aspectos ancestrales e identitarios con las aportaciones de “El Tayta Carnaval” de Marco Vásquez; “Los Tundunchil: Mama Danza y Wawa Danza Cañari” de Diana Pauta, Alexander Mansutti, Marco Vásquez y José Duchi; y “Los talleres cerámicos cañaris” de Rolando Siguencia.
- Una sección de aportes creativos centrado en el género poético de la mano de Jorge Dávila, Rolando Ruilova y Bertha Romero; o pictóricos, como las contribuciones “Dibujando la geografía Patria” de Camilo Restrepo; “El Dibujo, una forma de expresión” de José Cela; y “Betancourt en metamorfosis” de Leonardo Valencia.
- Y otras temáticas que se pueden encuadrar en el mundo etnográfico contemporáneo, como es el caso “De cultura, rocolas, bares y memorias” de Fernando Palomeque.
En síntesis, este tercer número de la revista La Palabra es una generosa invitación a emprender un amplio e interesante recorrido a través de sus páginas. Les recomiendo muy efusivamente su lectura.
(*) Texto de la presentación del número 3 la revista La Palabra, editada por la CCE Núcleo del Cañar, celebrada el 10 de junio 2021.
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