
Saber ganar o saber
perder. “That is the question”. Desde
mi modesta visión, perder o ganar es insustancial, es un simple trance del
juego o de la vida y, en cualquier caso, nada definitivo, pues a veces la
derrota es el primer paso hacia la victoria y, en otras ocasiones, el triunfo
es el camino directo hacia el ocaso.
La esencia no radica
en ese dilema, no está en el éxito cosechado o en el fracaso obtenido sino en
el aprendizaje que se haya podido sintetizar de ambas situaciones para
continuar adelante. Esa es su clave, es decir, el poso de esa enseñanza nos debería
servir para mejorar como individuos y como agente social. De modo, que es
imprescindible aprender tanto en la victoria como en la derrota.
Mientras que su antítesis
representa la apropiación de valores adicionales impuros, de conductas transculturales
impuestas por un modelo deshumanizante, que margina al perdedor y honra al
ganador. Por tanto, en todos los espacios sociales, desde los procesos
educativos en la escuela hasta el mundo universitario; desde el ámbito
socioprofesional hasta el maloliente mundo político; desde las competencias
deportivas hasta el orden internacional se dividen entre ganadores y
perdedores, entre ricos y pobres, entre vividores y servidores, etc.
Esta sociedad obliga y
enseña a ganar como sea, no importa cómo, con malas artes, con suciedad y trampas,
incluso, con deshonra, da igual, todo vale, pues lo realmente importante es
alcanzar esa corona de laurel, que se pudre con la deshonestidad y que con
cierta frecuencia se convierte en una práctica impropia para ejercer la humillación,
la discriminación y el desprecio al “otro” y simboliza una preeminencia de “uno”
contra el “otro”; de un territorio con respecto al otro; de una bandera frente
a otra; y de un sistema sobre el otro.
La escenificación de
ese pavoneo, prepotencia y arrogancia frente al adversario viraliza un mensaje
y un comportamiento que penetra con extrema facilidad en aquellos bípedos que
sólo tienen cabeza para usar sombrero.
En ese sentido, el llamado
“deporte rey” –aunque he de confesar mi convicción republicana– representa un
micro espacio que reproduce y contextualiza este modelo social existente y que retroalimenta
con gran efectividad la consolidación de esos valores referenciales.
Como una imagen vale
más que mil palabras, recupero esa instantánea de un pelotero llamado Gerard
Piqué alzando la palma de su mano tras los cinco goles endosados a su eterno
rival, que aunque no es otra cosa que una manifestación plena de mofa y un
claro mensaje de indignidad, de falta de respeto y consideración hacia el “otro”,
es interpretado y reproducido socialmente como estampa de triunfo y
superioridad.
Seguramente hoy,
mañana, durante meses y años otros iguales de indignos le mostrarán las dos
palmas de las manos para contabilizar ocho dedos, como ocho germánicos goles
que subirán a los banales altares de una comunidad que se alimenta de pan y
circo. No veo muchas diferencias entre ese futbolista y el desprecio omnipotente
de la gran mayoría de gobernantes y, lo que es peor, la conducta replicante y generalizada
de los oprimidos sin conciencia.
Es probable que esos
comportamientos antisociales ayuden a descifrar esta sociedad, que hemos
construido sobre valores deshumanizados e insensibles hacia el “otro”. Así nos
va, aunque lo más grave es lo que nos queda todavía por sufrir, sino somos capaces
de aprender el noble arte de tender la mano, tanto en la victoria como en la
derrota en todas las facetas de la vida. Demos ejemplo a nuestra juventud
cultivando humildad, honorabilidad y solidaridad o bien continuemos sembrando
de sal esta fértil tierra para devorarnos los unos a los otros.
José Manuel Castellano
Cuenca (Ecuador), agosto 2020
Excelente artículo. Lleno de sabiduría-filosofía. Me encantó leerlo
ResponderEliminarFelicitaciones sinceras a mi incomparable amigo José Manuel.
Muy bueno. "la derrota es el primer paso hacia la victoria y, en otras ocasiones, el triunfo es el camino directo hacia el ocaso". Grande el pensamiento.
ResponderEliminar