Novena colaboración del proyecto "Iniciación y formación en redacción" con un relato fantástico firmado por Jenny Guasco.
Agradecemos a www.ecuadoruniversitario.com la difusión de este artículo y la apuesta decidida y comprometida por la juventud ecuatoriana.
Jenny Guasco |
Se
despertó a media noche y comenzó a llorar. Una atmósfera letal favoreció que
sus cenizas se esparcieran por un espacio perennemente fugaz que evidenciaba
que su fortaleza era un simple destello de su debilidad, que su amor un brillo del
odio y que su valor no más que un reflejo de su propia cobardía. Caminó hacia
la habitación de su padre con el anhelo de besar su boca, sus manos, su
cabellera negra con la vehemencia de perderse entre sus ojos y desaparecer de
la realidad. Antes de abrir la puerta dio cuatro pasos atrás y se dejó caer
sobre un cajón de alfileres y un centenar de vidrios rotos. Las manos de la
pequeña se volvieron invisibles y en su rostro se divisaba embrolladamente lágrimas
ácidas que dejaban huellas imborrables.
Escuchó un
sonido siseante. Era la serpiente, que iba a protegerla toda la noche y que se había
enamorado perdidamente al ver el alma de la niña y sus ojos cafés, que reflejaba
inocencia, sensibilidad y docilidad. Su voz se replicó una y otra vez ante el
espejo del temible alborear.
¿Mamá,
mamá dónde estás? ¿Me escuchas? Ven a por mí, por favor. Tengo miedo. Estas
cadenas que llevo son tan pesadas, me lastiman. No podía correr y tampoco quería
permanecer allí por más tiempo. Su corazón no encontraba la forma de dilucidar
la tormenta que acarreaba con su vida.
Estaba
sola en una casa en medio de un bosque. La terrible neblina favorecía a mirar
con embrollo la desolada noche. La lluvia caía fuertemente. Se puso un abrigo y
salió corriendo a mojarse, quería congelarse, convertirse en un pedazo de hielo
para luego romperse y abandonar el camino frívolo y atroz que le conducía al
mar. Así sus aguas quedarían impregnadas al borde del orbe, donde por siempre
estaría sentada escuchando su melodía favorita, recontando una y otra vez sus
lágrimas.
Subió las
escaleras y su Padre estaba parado en el balcón. Empezó de pronto a gritar y
desapareció como un destello fugaz. Jamás lo volvió a ver, se esfumó sin darle su
beso de buenas noches. Él la amaba, lo sé, sus ojos cristalinos no solían mentir
y su espíritu, tan valiente como el suyo, esperaba con anhelo la llegada de la
noche para soñarlo.
Se fue a descansar
a medianoche para no despertar a los quiméricos que se alegraban de verla con
el rostro abotargado. Mientras dormía susurraban a su oído y utilizó la única
arma que tenía a su alcance. Sacó la espada de su corazón y la entregó. Su
pecho no paraba de sangrar y poco a poco su aposento se inundó. No le importó
el llamado de su suplicante y pálida voz. Se llevó su espada, que era su
fortaleza y su esencia para vivir. La espada manchada en otras manos se
transformaba en veneno y pedía a gritos volver a su sitio. Así del centro de la
maldad nacía el bondadoso cordero con un corazón lleno de parches que amaba a
quien la odiaba.
Entonces
la serpiente salía de su escondite y la besó. No era maléfica, solo cautelosa,
seductora y astuta. Pocos podían llegar a abrazarla y sentir que su sangre fría
era más bien tibia. Pocos podían sentir y comprobar que su veneno mortal era tan
sólo una acción de protección. Ella la conocía bien, la amó por salvarla y comprobó
que su apariencia robusta escondía ideales filantrópicos, inocentes y altruistas.
Su herida
poco a poco cicatrizaba. Volvió a florecer y nacía por primavera. Despertaba de
su largo sueño. Su padre la llamaba y lloró cuando le pedía perdón pero no tuvo
tiempo de escucharlo. Quien iba a pensar que ese fuera su último suspiro.
Después de tantos llantos, hoy le es imposible derramar una lágrima más. No
merecía más dolor, la primavera y el mundo sonreía porque junto a la pequeña
estaba su Padre por siempre, cargándola, protegiéndola y desvelándose en
guiarla por el sendero correcto, sin importar los años que transcurrieran. Ellos
jamás cambiarían y su amor perduraría por los tiempos de los tiempos. Abrieron
sus alas e iniciaron un viaje en todas las direcciones.
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