Circular en vehículo por la ciudad de Cuenca (Ecuador) resulta
algo realmente peligroso. No solo por la ausencia absoluta de respeto a las señales
de tráfico, como saltarse los semáforos en rojo, las continuas imprudencias temerarias
de unos kamikazes que se creen los reyes del
asfalto, que invaden los espacios a su libre albedrío, como
si los demás no existieran, las altas velocidades que alcanzan, la nula
consideración a los peatones sino, y esto es lo más grave, el alto nivel de
violencia y agresividad de esos Fittipaldis del
infierno, que te puede costar la vida.
Ayer mientras circulaba por la Avenida
de las Américas uno de esos grandes carros, cuatro por cuatro de color blanco,
invadía como si nada el carril por el que yo circulaba. Ante esa inesperada maniobra
toqué la pita para evitar una colisión. El amable conductor, un señor sobre
los cuarenta o más años, se dedicó a amenazarme y a sacar fotografías de la
matrícula de mi coche, como si yo fuera el infractor. Una manifiesta amenaza futura
de arreglar cuentas a su particular manera, sin duda, por su convencimiento de poder,
en función a su desempeño, cargo o contactos. Un acto que generó en mí un
estado de inseguridad alarmante en un país donde el narcotráfico, la
inseguridad, el uso de acciones delictivas, los abusos, atropellos y las malas
artes ejercidas en todos los ámbitos es el pan de cada día.
De modo que, dejo aquí este testimonio
por las “cosas raras” que puedan pasarme a partir de estos momentos, aunque
probablemente no sirva absolutamente para nada.
José Manuel Castellano
Cuenca (Ecuador) 17 febrero 2023
Terrible situación, no hay seguridad para nada
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