Las líneas que siguen tienen como principal propósito no sólo rescatar y recuperar históricamente la figura de José Morales Lemus en su justa medida -un personaje injustamente relegado, cuando no maltratado y “mal tratado” tanto por la historiografía clásica española que lo tacha de “traidor”, “criollo rebelde” y “perturbador de los asuntos españoles en Cuba” como por la cubana que lo cataloga de defensor del sector españolista, anexionista y reformista oportuno- sino también, en profundizar en las relaciones seculares Canarias-Cuba, mucho más allá de los comunes estudios y análisis migratorios de isleños a la Gran Antilla.
Necesarios no obstante, pero que una vez dibujado reiteradamente el volumen y distribución de ese movimiento poblacional se hace imprescindible abrir nuevos campos o líneas de investigación que valoren y ponderen no ya al grupo de emigrantes y colonizador agrario en primera instancia sino el de penetrar, además, en el conocimiento de su evolución posterior, inserción, contribución y aportación de los mismos y de las siguientes generaciones en la configuración y conformación de la sociedad receptora. Una muestra de este fenómeno se manifiesta con total claridad en el periodo histórico decisivo de la segunda mitad del siglo XIX cubano, donde aparece un grupo de canarios o descendientes de isleños como Cristóbal Madan, Gaspar Betancourt Cisneros “El Lugareño”, Francisco de Frías -Conde de Pozos Dulces-, Miguel Aldama, José Luis Alfonso y el propio Morales Lemus, etc.
Evidentemente la inmensa mayoría de isleños que se trasladaron a Cuba en los distintos momentos iban preferencialmente destinados a desempeñar labores agrarias y parece como que la contribución isleña, sin menoscabar su importancia y la fuerte influencia ejercida en la formación y conformación rural cubana y en la edificación nacional, se quedará estancada o reducida única y exclusivamente a ese ámbito: el canario es el emigrante por excelencia que llega a Cuba a trabajar en el campo frente a otras corrientes migratorias más “cualificadas” asentadas en los núcleos urbanos y en actividades comerciales, administrativas, etc. Pero no por ello, como tendremos oportunidad de ver, la huella canaria, mayoritariamente campesina, deja también una fuerte impronta en otros ámbitos y sectores de la vida cubana, en el mundo de la política, de la cultura y profesiones liberales.
Es irrefutable, pues, la existencia de un pequeño grupo de isleños que llegó a contar con un peso específico, decisivo y relevante en la configuración socioeconómica y política de Cuba a lo largo del siglo XIX y, muy probablemente, en épocas anteriores y posteriores. Nuestra mirada al pasado intenta analizar la presencia canaria en Cuba no bajo una perspectiva o enfoque estático sino dentro de una concepción dinámica cuya repercusión e incidencia tiene una manifestación posterior con relación a la propia evolución generacional de los isleños asentados en la Isla del Caribe. Tratamos -al menos lo intentamos- de superar una visión mediática del pasado utilizada por cierta tendencia historiográfica que presenta al canario, fundamentalmente campesino y analfabeto, que expulsado de su lugar de origen por condiciones socioeconómicas adversas se integra en Cuba en condiciones de semiesclavitud con relación a una política de inmigración blanca y fomentadora del mundo agrario y que mediante la constitución de determinadas asociaciones denuncian la dura y triste especulación sin tener en cuenta que muchos de esos malos tratos y vejaciones son ocasionados directamente por sus propios compatriotas, quienes también participaron en la especulación y explotación del canario bien a la hora de su partida o embarque bien en el momento de su llegada y durante su permanencia en Cuba, en sus haciendas, en las empresas del ferrocarril, etc. Entre los canarios existieron defensores a ultranza del sistema esclavista, paladines de la concepción integrista, etc., pero, sin duda, también hubo canarios que optaron por posiciones enfrentadas a las anteriormente expuestas. En realidad es un problema de luchas de clases e intereses y no un mero elemento de identificación nacional más allá de las fronteras del Archipiélago Canario. Dejando sentado, pues, la existencia de esta realidad, sabemos que otras existieron y se enfrentaron en este proceso.
José Gregorio Morales Lemus, el futuro primer Ministro Plenipotenciario de Cuba en los EE.UU., procede de una humilde familia lanzaroteña. Nacía el 10 de mayo de 1808 en la bahía de Gibara -población de la actual provincia de Holguín- al mismo tiempo que el barco que trasladaba a sus padres emigrantes desde Canarias se acercaba a la costa oriental cubana a principios del siglo XIX. Las expectativas dentro del seno de una familia sin recursos, en un medio alejado del grupo familiar que unido al abandono de su padre en los primeros momentos, al fallecimiento de su madre a los pocos meses de su nacimiento, dibujaban un panorama de adversidad que, sin embargo, fue contrarrestado con el apoyo y protección de otra familia isleña asentada en Holguín que se hizo cargo del pequeño Morales Lemus.
De todos modos, estas circunstancias parecían determinar un futuro bien incierto, cargado de dificultades y complicaciones para que aquel joven pudiera acceder a los principales puestos de responsabilidad profesional y públicos. No obstante, el tiempo le tenía preparado un destino bien diferente. Durante su juventud, Morales Lemus demostró ya grandes dotes de sacrificio y voluntad, supo combinar perfectamente sus estudios de bachiller en leyes con el oficio de escribiente de abogado, y más tarde se vio recompensado al convertirse, de forma casual, en único heredero de una cuantiosa fortuna, de más de 150.000 pesos en bienes inmuebles, que le facilitó una mayor dedicación para la obtención del título de abogado en la Audiencia de Puerto Príncipe (Camagüey) en 1836 a una edad tardía, cumplido ya los 29 años, casado y con dos hijos.
Morales Lemus parece que siempre llega tarde, pero llega. Si su incorporación al mundo de la abogacía fue tardía no por ello le impidió convertir su despacho en uno de los mejores de La Habana; si su incorporación al mundo político fue también a una edad madura -ya que próximo a cumplir los sesenta años fue cuando Morales Lemus inició abierta y públicamente su participación en la actividad política que sería el eje vital en sus últimos años de vida- tampoco representó ningún obstáculo para desempeñar un papel de vital importancia y de reconocido prestigio entre sus coetáneos. Y este aspecto debemos valorarlo doblemente ya que tuvo la habilidad de adaptarse de forma gradual, madura y sólidamente a los nuevos tiempos.
Morales Lemus fue principalmente un abogado de bufete, de consulta, dedicado especialmente a los negocios de grandes sociedades bancarias o industriales y poseía, según sus amigos, cualidades indispensables para ese género de trabajos, porque era paciente, laborioso, conciliador y muy sagaz. Como muchos de los cubanos de capital de la época, Morales Lemus tomó parte activa en la fundación y dirección de diversas compañías ferroviarias que se multiplicaron a partir de 1837; en empresas organizadas para la construcción de almacenes de azúcar en La Habana, Matanzas y otros puertos; en los primeros bancos establecidos en los años de prosperidad de 1854 a 1857 y en otras sociedades industriales fundadas en el período de auge de las compañías anónimas a partir de 1861. Fue miembro de los consejos directivos de muchas corporaciones de las que era accionista y consultor y letrado de otras más al comenzar la década de 1850. Morales Lemus se convirtió de este modo en un abogado de sólida reputación en los círculos mercantiles, con una extensa clientela de comerciantes, industriales y hacendados, cubanos en su mayoría estos últimos. Su participación personal en numerosas empresas y la especialización de su bufete en los asuntos de derecho administrativo y mercantil, vincularon estrechamente a Morales Lemus con la vida económica del país, y también, forzosamente, con los tribunales de justicia y los departamentos administrativos del Gobierno, el Palacio del Capitán General inclusive.
Su situación financiera le permitió invertir en el establecimiento de sociedades y empresas útiles, ferrocarriles, bancos, grandes almacenes, etc., y en numerosas ocasiones fue elegido para formar parte de los consejos directivos de esas compañías, asediadas siempre por cuestiones judiciales, por el Gobierno principalmente, y de este modo estaba ya en 1850 al frente de unos de los mejores gabinetes de La Habana. Desde 1856 figuraba en las juntas directivas de gran número de sociedades anónimas de La Habana; formó parte de la comisión que dirigió la redacción de El Siglo, La Opinión y El País; y fue regidor del Ayuntamiento y Consejero Real de la Administración de la Isla de Cuba.
En 1866 fue electo comisionado por Remedios para la constitución de la Junta de Información a Cortes, y sería nombrado en Madrid Presidente de dicha Comisión; sin embargo, cuentan que tuvo la audacia de enfermarse la mañana que fueron los miembros de la Junta a besar la mano de Isabel II y, también, comprendiendo todo lo que podía esperarse de aquella farsa, fue el primero que propuso retirarse y redactar una protesta. Regresó a La Habana seguro de que Cuba no tenía nada que esperar de la madre patria y se comprometió, no sin algunas vacilaciones, a secundar el movimiento de Yara.
A Morales Lemus le tocó vivir, sin duda, en una época de importantes cambios, de transformación tanto social y económica como ideológica que fue condicionando su concepción y evolución política. Su vida se enmarca temporalmente en una fase de configuración del sentimiento y nacionalidad cubana, en unos momentos en que no es posible hablar de una concepción pura que diferenciara absolutamente a anexionistas, reformistas e independentistas. Una fase de nacimiento, conformación y consolidación. El espíritu cubano fue cristalizando en torno a un sentimiento de despego hacia la metrópoli y en torno a una realidad diferenciadora y propia con diversas alternativas en fases de reflexión.
Sin embargo, sus antecedentes, como representante del espíritu de las clases dominantes habaneras, estigmatizó su evolución política, e incluso la de determinados miembros de esta clase que posteriormente iban incorporándose y asumiendo la opción independentista. Y en este sentido como muy bien ha señalado Rolando Rodríguez “la historia se forma de condicionamientos, y no hay rupturas reales. Si la nación cubana logró la independencia absoluta y está en pie se debe tanto a quienes vieron claro el gran objetivo al lanzarse a la lucha como a quienes fueron encontrándolo en la andadura”. Y por supuesto, Morales Lemus, también, la encontró y vaya que si la encontró.
La trayectoria política de Morales Lemus personifica, ejemplifica y sintetiza el proceso evolutivo del pensamiento ideológico cubano del siglo XIX: pues de “supuestas” ideas anexionistas pasa a un convencido proyecto reformista que le conduce, por último, a una decidida convicción independentista. Un proceso que puede considerarse como natural en la evolución política cubana con todos los matices que se quiera. Bien es verdad que a Morales Lemus no se le puede catalogar de un hombre de ideas revolucionarias en el sentido más exaltado, pero no es menos verdad que murió siendo un mambí de gabinete. No fue un hombre de acción, ni un jefe militar, pero sí fue un audaz guerrero de despacho, un “general” de intendencia revolucionaria en el exterior, un suministrador de armas, un organizador de expediciones y fundamen-talmente un hombre de gabinete, un estadista, un hombre de Estado, un político, un negociador, un diplomático que luchó en los despachos y en los pasillos hasta el último instante de su vida por la libertad y la independencia de Cuba. En palabras de su amigo José Silverio Jorrín, Morales Lemus tenía un verdadero talento natural para la política; un inquebrantable carácter para sostener sus convicciones, sin temor a las consecuencias que pudieran sobrevenirle. Y todos los hombres que tomaron parte en Cuba en la revolución de 1868, reconociendo su mayor talento y habilidad política, se le sometieron espontáneamente y le reconocieron por jefe.
Fue un hombre que a una edad avanzada le tocó vivir y enfrentarse a los momentos más duros, el inicio de la libertad y nacimiento de la cubanía y una etapa de cambios, de transformación socioeconómica. Un hombre decidido, aunque con una incorporación tardía, se mantiene en escena durante un corto espacio de tiempo. Morales vivió los primeros momentos de la lucha por la independencia y murió sin conocer el desenlace final que él estaba convencido que llegaría mediante la diplomacia o las armas, pero que Cuba alcanzaría su libertad. Fue un hombre que se entregó plenamente al ideal emancipador. Como señalaba su amigo personal e intimo colaborador, Enrique Piñeyro en 1870, “Cuba sentirá sobre todo la pérdida de Morales Lemus el día en que logre ser dueña de sus destinos”.
En los últimos años de su vida, alejado de su querida en tierra, fracasado en las gestiones cerca del gobierno norteamericano y lastrado su optimismo por los conflictos internos y el escaso avance insurrecto en la Isla, vio cómo se agravaba su salud y se retiró a la casa 368 de la Bedford Ave., en Brooklyn, New York, donde falleció, asistido por el Dr. Félix Giralt, el 28 de junio de 1870, a consecuencia de enteritis crónica. Fue sepultado en el cementerio de Greenwood. Había muerto el primero de los diplomáticos nombrado oficialmente por la República de Cuba en Armas, quien tuviera una vida que sintetiza la evolución primigenia del pensamiento político en la Isla. Sus amigos le lloraron; sus enemigos colonialistas -conocedores de su talento- respiraron con más tranquilidad; él quedó sepultado en tierra extraña, una renuncia más que se impuso al incorporarse a la idea de la independencia.
Tenerife, 2000
Mas información: José Morales Lemus: Un canario en la evolución del pensamiento político cubano del siglo XIX. Editado Nueva Gráfica. Tenerife, 2000.
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