Por Erick Jara Matute
Hoy, mientras existía, caminaba por casa pensando:
¿Con que estoy enojado? O más bien, ¿qué rechazo y por qué? Siendo sincero no
pude evitar responder, “Religión”. Me atrevo a decir, a esa doctrina mal
utilizada, la que hoy en día veo a mi alrededor e identifico cómo continúa
contagiando con ese virus que hace del hombre, un hombre aceptado, normalizado;
el que está bajo las estructuras sociales que se han creado por miedo a los
suyos. Es entonces, que cuestiono y abordo en breves tesis su origen y relación
con el sistema educativo.
Confieso
Todos los días pienso en ese momento en el que por
primera vez el hombre se vio indefenso al verse solo en este vasto universo
abstracto, ¿qué sentimientos encontró? y sobretodo, ¿cuál fue su reacción? Mi
respuesta después de observar a los míos y alejarme de mi mismo, tiene un
efecto curioso. Pienso en el tiempo como tal, ese que se fragmenta en pasado,
presente y futuro y que, por consecuencia, da a pensar en el origen de las
cosas y si existe o no un final; expone nuestra vulnerabilidad e
insignificancia. Fue entonces que el hombre empezó a darle sentido a su vida viéndose
como instrumento de un fin divino –su misión celestial–, y no fue capaz de
soportar el peso de su propia existencia. Viéndolo desde la arista occidental,
lo señalado empeoró cuando esto llevó al asqueo de la vida finita por la
esperanza infinita; ver el presente humano como un trance necesario para la
felicidad divina. El temor nos trajo males, éstos son nuestra creación, y
nosotros, nuestra propia salvación. Pensar que todo se reduce al tiempo ¿Somos capaces
de liberarnos de él o de Dios?
Esa vulnerabilidad, encontrada al momento de observar
la infinitud de lo existente y la finitud de nuestra existencia, construye
temores, delirios e histeria. Resulta una embriaguez de preguntas con resaca de
pesares, su cura: Dios. Ese es el origen de la religión.
Todo resultó en un “premio doble”, al sentirse libre
del temor a su existencia encontró motivos para definir su permanencia, “ésta
es mi lucha, recibo lo que merezco, es un trance” –se dijo– sin saber que a
posteriori lo cambiaría por “ésta es mi cruz, el señor es mi pastor”. No hace
mucho me comentaron una reflexión, “Hoy
en día la gente ya no tiene necesidad de Dios”. Pues claro, ahora tenemos
Facebook. Los miedos que se presentan al sentir nuestra vulnerabilidad nos hace
sentir abandonados, solos en el mundo. La respuesta ya no estaría en “Dios”, al
contrario, en esta droga tecnológica contemporánea.
Pensemos, ¿existe un sistema general creado por el
hombre, que nos implanta la necesidad de no cuestionar? Desde luego, es más, le
declaro la guerra ¿Será posible que lo construimos inconscientemente para que
nuestra y futura generación no se autodestruya por pensar en sí mismo, como
pudo haberle pasado a ese primer hombre? ¿Al día de hoy aún debemos mantenerlo?
¿Es posible la destrucción del pensado sistema? En este momento entiendo y
acepto la “Muerte de Dios” para Nietzsche, el hombre está en su entera
capacidad de superar su flaqueza e insignificancia, dar sentido al sin sentido,
en base a su existencia y superar al nihilismo que, entre otros conceptos, niega
el valor de todas las cosas.
El hombre de hoy dice no tener tiempo. Pues claro, si
éste nos tiene en sus manos, le pertenecemos. Dios no es más que una gráfica
mal representada del tiempo, una necesidad ante el efímero presente; lo
peligroso de todo esto es que aún continúa y no sabemos hasta cuando nos
seguirá contagiando. Cabe señalar que no me considero ateo, simplemente lo
observo así desde sus pies.
Síntesis
Nos perdimos por la duda –que aristocrática manera de
hacerlo– y no encontramos respuesta. Nació el temor al tiempo y lo
representamos como Dios para apoyar nuestro valor en su sistema “progresista”, ahora
estamos doblemente atados. ¡Necesitamos que muera, necesitamos de su
superación!
Por otro lado, todo lo que he señalado en este texto
desde luego que no es una verdad absoluta, no me considero su poseedor, es una
descripción a la observación como estudiante-docente al sistema que pertenezco
durante años. Encontré una relación tan reveladora que, al planteármela, me tiene
“entre la espada y la pared”. Obliga a pensar el deber ético del docente para
con la sociedad; cuán difícil podría llegar a ser, sus consecuencias
positivas/negativas en los suyos y, ante todo, si está en la capacidad o no de
desprenderse de su constructo social previo.
Dicha relación consiste en el miedo a la consciencia-autoconsciencia
y a su defensa. El primero, como señalé, consiste en ignorar los temores a
partir del sesgo cognitivo o autoengaño para una pronta y efímera felicidad y
establece vínculos conductuales para que sostengan lo insostenible. El segundo
es el accionar de un plan maquiavélico en los sistemas sociales para la
permanencia del primero: no dudar, no criticar, no argumentar y no plantear en
la escuela, por ejemplo. Sin embargo, esto no se enseña en la universidad como
materia académica, no está en los libros, ni siquiera se dice a modo de consejo.
Entonces, ¿en dónde se encuentra tal relación? Es un pecado original, nacemos
con un chip reproductor y defensor del sistema. ¡Qué círculo vicioso!
Está en el inconsciente, aquí recuerdo lo que la
mayoría de mis docentes universitarios decían en sus cátedras, “Un profesor es
con sus estudiantes, como sus profesores fueron con él”. Realmente espero haber
pausado mi escucha en clases y estar equivocado, pero no recuerdo que hayan
recomendado una cura para tal enfermedad, además, parece que ellos tampoco –por
supuesto, con minúsculas excepciones– ya que pobremente decían, “No tienen que
ser como ellos”. También, el clásico, “la realidad será distinta, esperen el
momento de trabajar directamente en las aulas y verán” ¿Qué querían decir con
eso? ¿Sabían que no estamos aptos? ¿Y, ellos? En fin, queda a discusión.
Sin dudar ni un segundo, la labor docente es compleja,
pues conlleva horas de planificación, repensar estrategias y metodologías para aplicarlas
en el aula, además, de paciencia, vigor y algo más. Pero, ¿qué pasa si no
cuestionan sus enseñanzas, como no lo hacían con lo que aprendían de jóvenes?
Desde luego, les lleva a continuar trabajando bajo el yugo del silencio mental,
vivir para trabajar, “no ser” para “no estar” y enseñar por enseñar.
La Educación Formal, es el camino aceptado
académicamente que se implementa ya sea en las aulas de clase presenciales o en
modalidad virtual, construida bajo un sistema de criterios dirigidos hacia el “adecuado”
desarrollo humano, para permitirnos “ser alguien” en la vida o más conocido
como un profesional, siempre y cuando se cumpla con el perfil correcto. Por ejemplo,
el bachiller ecuatoriano debe ser justo, innovador y solidario adherido a un
conjunto de responsabilidades y capacidades para con la sociedad. Siguiendo el
postulado inicial, el docente se encarga de activar todo el proceso que lleva a
satisfacer las necesidades cognitivas del alumno. En teoría, la Educación
Formal se plasmó para construir una sociedad en armonía. Pero, ¿resulta posible
que todo este proceso sea un medio para satisfacer una necesidad aún mayor de
la que nos plantean?
De ser así, el currículo solamente pretendería exponer
las mecánicas del mundo, no sus bellezas. Estas mecánicas serían analizadas
como instrumentos de poder y defensa ante el enemigo, no para sobrevivir en
armonía. Los valores del perfil estudiantil serían impuestos por el acto
conductual; servirían para normalizar y convencer al hombre que éste es bueno
por naturaleza y no por obligación, aunque resulte lo contrario. Los docentes,
viva imagen/experiencia de lo escrito, serían quienes siembran y cosechan el
eterno sistema; nacieron en una mentira y en esta morirán, sus colegas al igual
que sus padres les mintieron, pues ellos también creyeron. Pensaría que no
enseñan, más bien cumplen con un contrato: mantener aquel chip con garantía de
felicidad.
Concluyo
La necesidad humana de protegerse de sí mismo y de los
suyos llevó a una construcción social con su propio sistema de autodefensa: no
pensar. El miedo a su insignificancia y vulnerabilidad condujo a normalizar
actos bajo una moralidad y ética –en mi caso, judeocristiana–, que permita
sobrevivir en “armonía” a la humanidad, es decir, cumplir lo establecido para
inmortalizar el sistema, caso contrario, se nos ha graficado una destrucción
apocalíptica. Lo desagradable de esta perspectiva fue que lo aceptamos, perduró
bajo el manto educativo y aprendimos a vivir con ésta. Lamentablemente se
volvió cómodo y no puedo evitar pensar lo rápido que sucedió.
Existe un contrato humano donde la escuela como
supuesto benefactor, entre otros, cumple día a día enseñando las mecánicas del
mundo. Este consiste en evitar el miedo
y las preocupaciones de aquel “primer hombre” que, al verse insignificante en
el basto universo, cuartó su excitada felicidad llevándolo a pensar en religión,
luego en poder, dinero, tecnología, redes sociales y lo que vendrá. Desde luego
que la escuela es el único medio para el fin profesional, pero también sirve para
consolidar en las nuevas generaciones aquel contrato al cual adeudamos.
Este escrito tiene la finalidad de transferir al
estimado lector la siguiente pregunta y, quizás, ofrecer una duda profesional.
Entendiéndose aquel contrato social y su relación con la educación –recordemos
el mencionado “pecado original”– ¿cuál es nuestro trabajo en el aula?
a) Mantenerlo, a sabiendas que ofrece un “progreso”
con la condición de no pensar nuestra existencia, pero sí la de los otros,
aceptando la normalidad como adjetivo innato de la humanidad, enseñar por
enseñar lo estipulado en el currículo y vivir tranquilo.
b) Plantear la observación, descripción y manipulación
didáctica-amigable del “mundo”, relacionándola con el tiempo y nuestra
vulnerabilidad e insignificancia, para poner en duda nuestra existencia y
arriesgarnos a la posibilidad de una “destrucción apocalíptica”.
c) Todas las anteriores (¿Sería posible?).
d) Ninguna de ellas.
Los dos planteamientos, el primero (a) como condición
y el segundo (b) como deliberación, pugna la cómoda estabilidad moral frente a
una posible respuesta de consecuencias éticas, es decir, compromete a la
ruptura de nuestros esquemas culturales que, en base a la duda, permite el
surgimiento de otros esquemas más conscientes. Necesitan reflexionarse, de no
ser así, para qué llamarnos animales con razón. Por tanto, desde la visión de este humilde
escritor, el objetivo del texto es comprometer al lector a pensar la dialéctica
entre estos dos términos, para que se presenten otras o nuevas tesis
encaminadas a liberarnos de la manipulación por herencia.
Como docente, cabe la estupenda posibilidad de plantearse las siguientes preguntas: ¿Soy un instrumento más para cumplir y adeudar a más de uno, al dicho contrato? ¿Qué hacer? Podemos llevar una relación entre las dos opciones separándola una de otra, por un lado, cumplir con lo estipulado y por otra, estipular una duda. Me explico: Enseñar las mecánicas del mundo resaltando el estudio de sus bellezas, alejarlas del concepto de poder y enmarcarlas bajo el enfoque de armonía, ritmo y melodía. Repensar los valores y buscar su necesidad en la sociedad para rechazar la imposición de que éstas no sean fruto de la condición. Por último, educar para la vida como tal y aborrecer la enseñanza –no literal– de un “así se debe pensar”. En fin, todo consiste en apartarnos de la herencia sempiterna del sistema para no morir en los brazos de la mentira.
Sin duda la experiencia forma a nuevos profesionales, ya que muchos no tienen ética profesional y optan por ser conformistas. Un docente es el paso para la intriga y la duda más no para solo ser llamado docente.
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