Por: José Manuel Castellano
Nota
preliminar
Eliécer Cárdenas, unos
meses atrás, me había planteado la posibilidad de realizar una reseña sobre su
último libro, “El Diario de Hermes”,
editado a finales de 2020 por el “Colectivo
Casa Tomada”, con la idea de que viera la luz en una revista de Guayaquil. Una
invitación que acepté muy gustosamente.
Tras su lectura, comenzaba
la tarea. Sin embargo, la inoportuna e inesperada visita de unos traviesos duendes
virtuales, que “haberlos haylos”, fueron los causantes directos de que se extraviara
por arte y magia el archivo en mi computadora, a lo que se unían poco después, para
más inri, esos otros habituales inconvenientes, absurdos e impropios de obligaciones
que surgen, de “hoy para anteayer”. Esos contratiempos, como tuve la
oportunidad de comentarle a Eliécer en unas semanas previas a su definitivo viaje
al Olimpo, retrasaron aquel compromiso adquirido. De modo que, ahora de vuelta
al punto de partida, intento, al menos, con estas líneas, querido amigo, dar
cumplimiento a tu encargo, con la honda pena de tu inesperada ausencia y con el
inmenso desconsuelo de saber que ya no podré compartir esta exégesis contigo,
sobre los posibles entresijos ocultos detrás del abogado Hermes y su contextualización
social.
El Diario de Hermes y la
intrahistoria de una ciudad
Esta última obra de Eliécer Cárdenas Espinoza, a simple vista, pudiera parecer que establece una clara correspondencia literaria con la novela precursora de la corriente picaresca española del Siglo de Oro, encarnada por el inmortal pícaro de Salamanca, un buscavida con gran infortunio, narrado desde una mirada autobiográfica por Lázaro de Tormes. En ese mismo clima se desenvuelve el pillo y “sabido” cuencano, Hermes Andramuño, por medio de un relato personal, un diario escrito de forma irregular en el tiempo, donde registraba, entre otros asuntos, sus desgracias y triquiñuelas.
Sinopsis
El aparente protagonista
principal, Hermes, soltero y de cuarenta y seis años, es un abogado que cae en
desgracia tras desfalcar a su socio de despacho, Federico Vázquez, y ante el
desprestigio social se ve desplazado a la indigencia. De modo que tenía que potenciar
su ingenio para encontrar un cuarto donde vivir, además, de cubrir sus
necesidades básicas de lunes a sábado, ya que los domingos solía visitar a Fray
Cosme, un pariente suyo, donde además de la comida caliente, mantenía una
pequeña tertulia y donde conocería más adelante a Mercedes Cabrera, una dama
que colaboraba en acciones benéfica-caritativas, y a su joven nieta, Giovanna Altamirano,
con quien se encapricharía locamente. Fue en esos momentos cuando comienza a
escribir su diario en un vetusto cuaderno de su etapa universitaria.
Tras una búsqueda intensiva
consigue instalarse en un cuartucho de mala muerte y maloliente, encima del
portón de una antigua casa demolida y reconvertida en parqueadero de terraplén,
por sesenta dólares mensuales. Su ingenio le llevó de un modo clandestino a
acondicionar en el corredor, que daba acceso a su habitación, un cutre despacho
para su ejercicio profesional, con una mesita de velador, dos sillas, la
computadora y algunos ejemplares de códigos y leyes, como soportes decorativos.
Tan solo llegó a tener un cliente, un campesino mayor, relacionado con un
litigio de tierras, a quien le solicitó para llevar su caso unos 130 dólares en
concepto de anticipo. Un ingreso que le permitiría, por el momento, apañarse en
su malvivir.
Semanas más tarde,
Hermes recibía una llamada telefónica de un antiguo compañero de colegio, Andrés
Gaona, que en aquellos momentos ostentaba el cargo de autoridad principal de la
ciudad, con el propósito de convocarlo a una reunión en su despacho para que asumiera
la coordinación administrativa del Municipio, con la misión de aplicar una profunda
reestructuración: ciento ochenta empleados debían salir de la institución por cuestiones
presupuestarias.
Hermes fue muy
consciente del trabajo sucio que debía desempeñar: “el papel de verdugo debe asegurarse un porvenir y necesita sacarle el
máximo provecho posible a una tarea que despierta repulsión, pero también
temor”. Pero antes de iniciar su reingeniería laboral, celebraba esta nueva
etapa con la adquisición de unos flamantes trajes, el alquiler de un
confortable departamento, la solicitud de un auto para su desplazamiento y la
contratación de un chofer de su confianza para llevar a cabo, posteriormente,
su estrategia de actuación: basada en la desconfianza y en la implantación de un
régimen de terror. Para ello, necesitaba un canal de información de ida y
vuelta a su servicio, un correveidile (el conserje, Oscar Gómez), dispuesto al
chisme, a la delación y una pieza clave en la ejecución de su viejo plan en
connivencia con el joyero Gerano Pavón; que ya había puesto en práctica en una
etapa anterior cuando ejerció de Comisario de Abasto, con el propósito de sacar
tajada de su cargo.
El procedimiento a
seguir consistía en que el conserje tendría que difundir entre los trabajadores
“que el terrible liquidador de personal
tendría contemplaciones con quienes fueran a la joyería tal y adquiriesen
algunas alhajas de valor”. El dinero recaudado por las ventas sería
repartido entre los dos cómplices.
Todo, hasta ese momento, parecía que funcionaba a la perfección. Sin embargo, tres nuevos escenarios devuelven a los infiernos a este antihéroe “sabido”, un personaje sin escrúpulos, de pura apariencia y nula moralidad, pero que a nuestro criterio viene a representar al conjunto social.
Primer
escenario: venganza y humillación
Mientras Hermes revisaba la nómina de empleados se encontró con los apellidos de Vázquez Lozada y solicitó al Archivo de Personal su expediente de vida, para constatar la posible existencia de una relación consanguínea con su ex socio. Una vez confirmado, lo citó para notificarle su despido, a no ser que su hermano viniera a su despacho a pedir perdón por el daño que le había ocasionado con anterioridad, como así resultó; aunque no le fue suficiente con ello y le exigía que lo hiciera de rodillas, como así hizo.
Segundo
escenario: plan al descubierto
Hermes fue citado de urgencia al despacho de su superior, Andrés Gaona, quien le mostró su furor e irritación ante una denuncia verbal, donde se le acusaba de haber montado un negocio, en compañía de un joyero, para sacarles dinero a los servidores de la institución. Ante esa situación Hermes desplegó una de sus mejores actuaciones, mostrando su gran indignación: “¡Son puras calumnias, hermano!”. Patrañas de aquellos que se sienten amenazados, “difamaciones de tanta gravedad, que comprometían mi buen nombre y mi honor”, decía con un tono furioso, al tiempo, que le comentaba que recientemente había sido víctima de un ataque por unos encapuchados. Su versión logró tranquilizar a su jefe y tras salir de la reunión contactaba con el joyero para que abortara el plan.
Tercer
escenario: abuso de posición
Cada día que pasaba
crecía en Hermes una irresistible obsesión por entrar en la vida de la nieta de
Mercedes Cabrera, una joven veinte años menor que él, que había conocido un
domingo en casa de Fray Cosme. En diversas ocasiones y bajo diferentes excusas
intentaba propiciar un acercamiento hacia ella, cosechando siempre su contundente
indiferencia. Pero en uno de esos encuentros, Giovanna le solicitó un favor: que
le consiguiera un trabajo a su ex novio, a lo que Hermes, desconcertado y
descorazonado, aceptó bajo una sola condición: “tomemos un café los dos, durante diez ocasiones, en días diferentes”.
Sus reuniones fueron frías y efímeras hasta que llegó el momento en que la
joven le propuso que la acompañara a un viaje a Lisboa. Inmediatamente la mente
de Hermes se disparó, aunque de pronto sus fantasías se desvanecieron al conocer el motivo real de esa invitación: el
viaje se debía a una postulación para obtener una beca y su abuela condicionaba
aquel traslado si iba acompañada por él; ya que era considerado como “hombre serio y formal”. Una calabaza más
en el currículo de Hermes. No obstante, intentó suavizar ese fracaso con la esperanza
de que durante esa estancia cambiara su suerte.
Una noche, y bajo un escenario propicio, se atrevió a besarla, acariciar su piel y sus pezones pero pronto se encontró con el rechazo frontal de Giovanna. De modo que de vuelta a la capital azuaya, Hermes tuvo que afrontar las consecuencias de su atrevimiento. La abuela de la joven puso el caso en manos, casualidades de la vida, de su abogado, Federico Vázquez, antiguo ex socio de Hermes, que lo demandaría por agresión sexual. Su desgracia no terminaría aquí, ya que unos días después el Sindicato de Trabajadores y la Asociación de Empleados del Municipio habían presentado una denuncia formal por escrito y tenía que responder ante la justicia por delitos de extorsión, abuso de funciones y asociación ilícita. Pocos días después se expedía la boleta de detención y bloqueaban su cuenta bancaria. Ante esta situación no le quedó más remedio que pasar a ser un fugitivo y refugiarse en su anterior cuartucho del parqueadero.
Valoración
Inicialmente esta
novela podría catalogarse de narración picaresca. No obstante, desde nuestra visión
profana y con un descarado atrevimiento, el “Diario de Hermes” se podría encasillar bajo un realismo-simbólico con
alto componente de crítica social. Esta fundamentación descansa en ese macro
puzzle descriptivo, construido por pinceladas sueltas que nos ofrece Eliécer y que
es representado por cada uno de los personajes que deambula entre los distintos
rincones de esta novela, así como por la presencia fugaz de determinados rasgos
temáticos, comportamientos sociales y algún elemento estructural urbanístico de la
ciudad adoptiva de nuestro autor.
Desde nuestra
interpretación, esta corta pieza literaria, de ciento treinta páginas, desvela y
desnuda en silencio una serie de tramas que están enquistados en el cotidiano vivir
y es una invitación a penetrar en esos vericuetos humanos y en su accionar, vinculados
a valores, comportamientos y sentimientos. Cuestiones éstas, que los estudios históricos
no alcanzan a esbozar ni siquiera de forma borrosa, pero que son sustanciales
al conformar una herencia consuetudinaria incuestionable e intangible, que es generadora
de patrones sociales peculiares, que no son asumidos abiertamente en las
relaciones sociales pero que están muy presentes y vivos en la sombra colectiva,
hasta el punto de convertirse en códigos vertebradores de la estructuración
social. Desde esa perspectiva es posible que Eliécer haya utilizado a su presunto
personaje principal, un pícaro sin escrúpulos, como mera excusa para adentrarse
con suaves destellos en la intrahistoria social de esta Cuenca Austral, aspecto
que se nos antoja como el eje central de esta obra.
En ese sentido, si se
analiza el perfil y caracterización individual de cada uno de los personajes que
transitan por esta novela nos induce a pensar que son piezas imprescindibles en
ese gran encaje colectivo integrador, que es tratado con esmerada elegancia por
el autor, sin aspaviento y sin intención de enjuiciar la realidad, ya que ésta habla
por sí misma. Eliécer intenta y logra plasmar un lóbrego cuadro social, con sutiles
pinceladas y tenues trazos, sin prejuicio, ni lecciones éticas o moralinas para
dejar en manos del lector su propia interpretación o reinterpretación de esa
realidad simbólica aceptada puertas adentro y que es reproducida socialmente en
todos los ámbitos de forma generalizada.
Así Eliécer deja
entrever, en distintos grados de desarrollo, una serie de delgadas huellas asociadas
a los personajes: unas, pinceladas temáticas (la incidencia interna migratoria,
la prostitución, los lazos de la reciprocidad andina, los círculos de caridad…);
otras, enlazadas a los valores y comportamientos sociales (apariencias, hipocresía,
engaño, corrupción, chisme, servidumbre, discriminación social; desacreditación
profesional…); una tercera, componentes relacionados con algunos rasgos de
contextualización urbana y espacios públicos (edificaciones recientemente construidas
por migrantes residente en los EE.UU, las duchas públicas, la demolición de
casonas antiguas y los acondicionamientos de parqueaderos…); y un cuarto
aspecto centrado en la caracterización del ambiente laboral (clima de terror, reconversión
del personal, práctica de favoritismo, comúnmente acuñada como palanqueo…).
En definitiva, una novela que intenta describir la ciudad a través del valor simbólico que encarna cada uno de los diez y seis personajes y que nos presenta un panorama social de convivencia y connivencia entre pillos, a distinto nivel, categoría y altura.
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