Por: José Manuel Castellano
Pues bien, en respuesta, a ese más que posible sutil interrogante
en aquellos lectores astutos, tengo que declarar abiertamente, como fundamento en
mi defensa, y como elemento atenuante, mis ilimitadas capacidades de
desconocimiento y mi profunda ignorancia, no sólo en este asunto que nos ocupa
sino prácticamente con respecto a la mayoría de las cosas. En segundo lugar, en
calidad de pliego de descargo, debo resaltar mi fea costumbre que “no como todo lo que me echan”, como dice
la sabiduría popular, sino que intento forjar previamente un criterio selectivo
para evitar perderme en temas distractores-insustanciales o, dicho
de forma más directa o coloquial, recurriendo a otra expresión popular, evitar
el recrearme en puras “pendejadas”.
En cualquier caso, todo ello no me impide “indagar para reflexionar”
sobre aquellos temas o asuntos que pueda considerar relevantes, al objeto de un
intento de aproximarme a entender de forma superficial lo que sucede a mí
alrededor y con el fútil propósito de comprender mi papel como individuo social.
En ese plano, debo manifestar también que, a pesar de no ser
un número más en esos 132 millones de espectadores que han seguido religiosamente
esta serie surcoreana (que durante su primer mes de estreno se ha convertido en
la más vista de la historia), he estado, por el contrario, muy atento al impacto
generado en el escenario mundial y muy pendiente de todo lo que se ha escrito,
referenciado y comentado desde diferentes puntos geográficos de este planeta,
cada vez menos azul, y a las lecturas interpretativas sobre esta serie, que se
ha convertido en un fenómeno social y en un producto de mercadeo más.
Este articulillo no pretende sentar cátedra con respecto a
nada. Nuestra única pretensión es mucho más sencilla: preguntar, cuestionar, reflexionar
y socializar una serie de inquietudes surgidas, sin entrar a enjuiciar aspectos
de contenidos sobre el arte y la industria cinematográfica, que para eso doctores
tiene la Santa Madre Iglesia, con la idea de centrarnos de forma concreta y muy
somera en su interpretación temática y en su impacto social, comercial y
educativo.
Algunos supuestos ideólogos del pensamiento único de la
izquierda, esos nuevos teólogos doctrinarios, como es el caso del ex vicepresidente
del gobierno del Reino de España, Pablo Iglesias, compone un análisis
superficial e intencionado, en su artículo “El
juego del calamar o el capitalismo como inmundicia moral”, donde se agarra a
un clavo ardiente con la finalidad de canalizar su propia concepción
ideológica, sin entrar en una visión analítica, ni valorar las consecuencias
que puede generar estos productos mercantilistas potenciados desde el propio
sistema capitalista-consumista. Su interpretación, nada original, sigue los mismos
pasos del propio director de la serie, Hwang
Dong-hyuk, quien ha acuñado que “El juego del calamar es una alegoría de la sociedad capitalista
moderna”; en la misma línea del columnista Jae-Ha Kim, en Teen Vogue, quien la define
también como “una
alegoría social” del “microcosmos de Corea del Sur y su complicada historia”, que retrata
no solo a ese país sino a los problemas comunes que enfrentan muchas sociedades
capitalistas; o como también ha comentado Minyoung Kim (vicepresidenta en contenidos
Netflix para el sudeste asiático) esta serie representa “la injusticia social: las divisiones de clase y la desigualdad
financiera o, incluso, las cuestiones relacionadas con el género”.
Debo dejar sentado nuestro evidente desencuentro con esas
caracterizaciones de alegato crítico hacia el modelo capitalista actual
contenidas en la serie, al tiempo, que esa oposición no debe concebirse como un
posicionamiento contrario al desmantelamiento del sistema, pues somos plenamente
conscientes de esa imperiosa necesidad de cambio pero, también, estamos en
desacuerdo total con respecto a las formas, a las banalidades ideológicas simplonas,
a los intereses ocultos, a los discursos “nadistas”
y demagógicos, a esos pragmatismos verticales centrado en reafirmar una
concepción ideológica de cartón piedra, sin rigor, ni espíritu constructivo, ni
dialogante.
Desde nuestra óptica, centrar el argumento de esta serie en una
crítica al sistema capitalista, nos resulta una pose excesivamente bobalicona,
infantil y un cliché meramente decorativo, pues en esencia no constituye su eje
vertebrador, pues no tiene mayor desarrollo, ni recorrido en la propia serie. En
cambio, si consigue generar y provocar una reacción contraria en el espectador,
que se siente atrapado y atraído en ese espíritu de competitividad y
supervivencia, a través de acciones violentas que justifican y aceptan un orden
de sumisión, sin plantear alternativas y donde no hay vías escapatorias. Los
personajes de esta serie, como el conjunto social, mueren por dinero y no por el
ansia de alcanzar la libertad.
“El juego del calamar”
no genera reflexión alguna, ataca a la violencia con más violencia y se
convierte, siendo una serie dirigida especialmente a los adolescentes, en un
manual didáctico para insensibilizar, adormecer, anestesiar y potenciar
acciones violentas justificadas en la supremacía del uno contra el otro.
Es un “reality show”
más, que se asienta en la clásica concepción de “pan y circo”, que tanto agrada a los descerebrados plebeyos,
un espectáculo distractor de sus propias miserias y donde entra en juego esa
poderosa maquinaria: el mercado y sus estrategias, que se reflejan, por
ejemplo, en las exitosas campañas comerciales, donde los distintos disfraces de
“El juego del calamar” están arrasando
en Amazon para este Halloween; donde sus actores se han convertido en sex
symbol del momento; e incluso la Isla donde se rodó se ofrece como un gran reclamo
turístico… Y si a ello, unimos que la inversión en la producción de esta serie
ascendía a unos 21,4 millones de dólares y que ha obtenido unos 891,1 millones
de dólares en beneficio, podemos concluir que ese es su verdadero elemento y su
principal trama argumentativa, sustentada en una sociedad consumista, integrada
por consumidores compulsivos y sin criterio.
Un tercer elemento, todavía más preocupante y altamente alarmante,
junto a un posible componente adictivo, es su incidencia en el proceso
formativo-educativo de nuestros jóvenes, que son reconvertidos en agentes replicantes
de valores ultra terroríficos, mega crueles e híper sanguinarios, que lo
materializan en la propagación sistemática de desafíos virales a través de las
nuevas tecnologías, como el reciente caso sucedido en los EE.UU. donde se
estimulaba el reto entre los estudiantes a abofetear a los docentes.
En definitiva, lo más sensato e inteligente que he leído
sobre “El juego del calamar”, que
viene como anillo al dedo para cerrar esta brevísima reflexión, son las excelentes
preguntas con sus respectivas respuestas lanzadas por Emilio de Gorgot:
“¿Es una serie con un
argumento inteligente? No.
¿Es una serie concebida de manera inteligente como producto? Sí”.
Coincido con tu análisis.
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