Por: Eliécer Cárdenas
Fernando Mora, médico, humanista de su
noble profesión —por desgracia prostituida por ciertos elementos que desdicen
de su juramento hipocrático—, confiesa sobre el libro “Entre mares y adioses”,
estremecedora novela sobre el amor paterno filial, que él no es un escritor.
Pero en realidad escritor es quien escribe, y por lo tanto Fernando es un
escritor y lo demuestra a plenitud a lo largo de las impactantes y aleccionadoras
páginas de esta novela que ha elaborado en largas temporadas de reflexión y
avatares existenciales.
“Entre mares y adioses” narra la
relación entre un padre al que su hijita querida no puede verlo por no estar
con él sino meticulosamente cronometrados momentos, porque las leyes son así, y
por lo general un progenitor separado de la madre tiene que ingeniárselas para
no perder el sutil contacto con su hijo, una hija, ya que la frecuentación de
dos seres condensa y solidifica el amor; el alejamiento, por el contrario,
puede enfriarlo e inclusive convertirlo en indiferencia y hasta en hostilidad,
de parte de un niño o niña cuando su vida se encuentra escindida entre unos
padre y madre que por falta de comprensión, pero también con el efecto perverso
de unas leyes, que paradójicamente han sido concebidas con la intención de
proteger a la infancia, se vuelve una camisa de fuerza inhumana y alienante del
amor, razón suprema de la relación paterno —filial o materno—filial.
Fernando bucea en este drama, que es de
todos los días en la sociedad contemporánea donde las leyes suelen ser tomadas
como una infértil panacea contra los efectos de los dramas humanos —disputas
conyugales, incompatibilidad de caracteres, venganza de uno de los ex cónyuges,
de las cuales resultan fatales e inocentes víctimas los hijos menores que
sufrirán las consecuencias de ello de por vida— que no pueden solucionar ni los
mejores códigos si no existe comprensión en la fría y muchas veces mecánica
justicia que se administra, cual paladas de conceptos y acápites, sobre
situaciones que más que leyes ameritan comprensión, humanidad, simplemente.
En su novela “Entre mares y adioses”
Fernando Mora se revela como diestro narrador: diálogos rápidos, certeros,
situaciones y personajes descritos con precisión, sin rebuscamientos ni
fraseología inútil, va directamente al grano, pero esta particularidad tampoco
vuelve al texto esquemático, sino le dota de dinamismo y atmósferas logradas.
Los protagonistas, un padre y una hija a los que la incomprensión materna los
separa y hace lo posible para que no se sedimenten el amor natural entre quien
engendró y el ser que se debe a él, sufren las consecuencias trágicas de
aplicar las leyes, como un simple remedo de justicia, vaciando a ellas de su
contenido ético, moral y humano para crear infelicidad, separación, traumas. ¿Es
buena una ley que causa indecible infelicidad? La pregunta de honda y dura
filosofía queda como una interrogante al cerrar las páginas de este
estremecedor libro, de personajes y situaciones de ficción pero anclados en
realidades ineludibles que la sociedad debe considerar, a fuerza de buscar la
justicia y no lo contrario, a pretexto de “proteger” la infancia creando muros
invisibles, pero mucho peores que los materiales entre un padre y un hijo o
hija.
Fernando Mora cumple así su ambición de narrar situaciones que le han impactado a lo largo de su carrera profesional. El núcleo trágico de la obra es el siguiente: cómo un hombre que a lo largo y ancho del mundo ha salvado vida de niños no puede ver a su propia hija. Dejemos esa pregunta a legisladores y personas que tienen por profesión proteger a la familia y a la infancia, y en caso de la obra de Fernando congratulémonos por esta excelente y apasionante narración, esta novela de profundo contenido humano.
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