Esa es la frase que la
inmensa mayoría de la ciudadanía mundial ha reiterado con mayor frecuencia en este
2020, que ya empieza a desgranarse lentamente. Habría que preguntarse qué encierra
ese común deseo de vuelta a la normalidad perdida. Quizás la idealización y
sobredimensión de valores y sentimientos jamás vividos, ni experimentados, o acaso
nos conformamos con el restablecimiento de un tiempo pasado, dibujado por los
desequilibrios, las desigualdades, la explotación laboral, la corrupción
generalizada, la condena migratoria, los paraísos fiscales, los femicidios, la
discriminación étnica, la insolidaridad universal, la destrucción medioambiental,
la miseria, la desnutrición y la pobreza repartida por el mundo, las guerras y
sus muertos…
Ningún tiempo pasado ha
sido mejor a los tiempos venideros, a pesar de las razonables incertidumbres que
se pueda tener con respecto al futuro inmediato, como percibimos justamente en
estos instantes, pero siempre ese instinto ha estado presente en cada
momento de cambio, de transición.
Mirar al pasado para
cerrar los ojos al futuro supone una rendición sin condiciones, un acto de vil cobardía
y una falta de creencia en el ser humano, a pesar del pesado lastre que trae consigo
sus malas prácticas individualistas, sus desmedidas ambiciones egocéntricas y las
consiguientes decepciones sufridas, pero todavía, como nos ha enseñado la Historia,
es posible construir una nueva y mejor sociedad.
Desde mi profunda
ignorancia, reflexiono sobre la posibilidad de encontrarnos en una fase de transición:
en un período de cambio o en un cambio de periodo. En definitiva, en los albores
de una nueva etapa histórica con todo lo que conlleva (una nueva forma de
relaciones sociales, productivas, económicas, ideológicas, políticas, institucionales,
etc.).
Resulta obvio que estas
dos primeras décadas del siglo XXI han estado marcadas por una constante
inestabilidad globalizada en la sombra: una pugna entre la resistencia de la
vieja estructura moribunda y el desafío de un nuevo sector, que desde el
propio poder, aspira a tomar el relevo hegemónico.
Una batalla endógena entre
los detentadores de los designios futuros de la humanidad, que se ha traducido en
un clima de crisis financiera-económica, de enfrentamientos y confusión social
generalizada, con amplias resonancias promovidas desde los púlpitos de los
soportes mediáticos tecnológicos, que han creado las condiciones adecuadas para
alimentar y manipular el descontento social, como estrategia y con la idea de desbancar
a sus correligionarios, para
asentar un cambio de rumbo bajo el control y la dependencia sobre las bases
sociales.
Esta exposición,
quizás por mi propia “deformación como historiador”, me lleva a establecer ciertas
analogías con otro momento, la Revolución Francesa, salvando claro está sus diferencias
contextuales. Aunque al final, como siempre y como diría un pececillo
conformista: tiburón caza pero salpica.
José Manuel Castellano
Cuenca (Ecuador) diciembre 2020
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