
Debemos
resaltar, en primer lugar, que la acuñación de esa licencia literaria recogida en
su título, “alterativa”, no sólo
busca atrapar la atención del lector a partir de un posicionamiento claro y directo
para estimular una confrontación dialéctica sino que encierra fundamentalmente
un re-planteamiento, re-consideración y re-conceptualización de un término,
como es la cultura, desde la acción comunitaria y local.
La cultura es, sin duda alguna, un
concepto complejo y, desde luego, nada neutral que está en constante
transformación epistemológica, con procesos de adaptación y readaptación a lo
largo del tiempo y con dinámicas propias en cada territorio. Cada período
histórico, cada sociedad, cada área de conocimiento, cada investigador, cada
gestor, cada individuo, etc., tiene su modo de ver, entender y hacer cultura.
Sus múltiples acepciones, por tanto, condicionan los análisis e
interpretaciones, la forma de ver el mundo, de sentirlo, de entenderlo, de
definirlo y de proyectarlo.
La cultura dominante es un reflejo del
sistema productivo y sus relaciones sociales derivadas, traducidas en determinados
comportamientos, hábitos, expresiones y manifestaciones. Pero la cultura, al
mismo tiempo, puede ser interpretada como un instrumento de transformación social
colectiva liberadora frente a la oficialidad, al institucionalismo y como una herramienta de contrapeso
a los comportamientos estáticos y replicantes, es decir, un acto de rebeldía
frente a los grupos de poder, que pretenden imponer una cultura única y uniformada.
La
cultura hegemónica -visiones y miradas generacionales e
intergeneracionales, pasadas y presente- es un
movimiento dinámico, construida y de-construida por los sectores dominantes y
oficialistas en cada momento junto a la diversidad de acciones surgidas desde
otros segmentos sociales, populares, étnicos y territoriales, que en su acción defensiva
identitaria intentan recuperar y reconstruir una serie de signos y símbolos que
se encuentran, como siempre ha sucedido, en pugna constante y que en el
presente histórico obedecen a los procesos globalizadores, dibujados por espacios
centrales y periféricos, es decir, por áreas geográficas dominadoras y por territorios
dependientes y dominados.
A
ese cuadro sociocultural general hay que añadir otros aspectos singulares en
nuestra región latinoamericana, donde intervienen y entran en juego
cosmovisiones entre el mundo originario (indígena) con las resultantes de las
diversas variables del proceso colonizador y sus incidencias aculturativas (pervivencia
y sincretismo), la recomposición de una sociedad mestiza diversa, integrada por
otras culturas y etnias (como es el caso de los afroecuatorianos o sociedades
orientales), junto a la actual presión globalizadora en su más amplia
concepción: desde los trasvases migratorios, a la revolución tecnológica y a la
configuración hegemónica internacional, plasmadas en un sistema
económico-financiero y su engranaje en el escenario ideológico mundial.
En
fin, no podemos concebir, ni entender a la cultura desde una perspectiva aislada,
independiente o unidireccional sino que juega un rol dinámico, redefinido en
cada momento y en cada territorio entre dominadores y dominados, que conviven de
forma permanente en confrontación, con mayor o menor intensidad, en sus manifestaciones
y cosmovisiones.
En
definitiva, el tratamiento que se aborda en las páginas que siguen a estas
líneas no tiene como intención cerrar el círculo conceptual y el propio
accionar de los movimientos culturales sino que esta visión que se presenta tiene
como propósito invitar a una profunda reflexión, análisis y debate sobre la configuración
social e ideológica que, en suma, define y re-diseña el marco cultural entre la
mayoría minoritaria y las minorías mayoritarias.
Dr.
José Manuel Castellano Gil
(*) Este texto corresponde al prólogo del libro "Gestión cultural alterativa" de Ramiro Caiza, coeditado recientemente por la Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina y el colectivo Mejía Cultura Siglo XXI (Machachi-Pichincha). Cuenca, 2020.
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