Erick Jara, Gonzalo Hinojosa, vicealcalde del cantón Mejía, Ramiro Caiza, autor, y Adrián de la Torre, Director de Cultura del Gobierno de Pichincha. |
La gestión
cultural debe ser alterativa desde la óptica de subvertir el orden de la
situación, de inmediato me pregunto, qué es el orden y pienso en el orden
natural, en la armonía y reproducción de la vida, donde alguien altera ese
orden, ese alguien es el ser humano, pero no de manera individual sino
colectiva. Entonces la organización es la única posibilidad de cambio y
reivindicación de un sistema establecido, así es y así será; pero para ello,
para comprender el amplio camino de la humanidad debemos releer la historia,
puesto que todo lo aprendido en la escuela ha sido con modelos eurocéntricos.
En sus
estudios nos niegan, porque los europeos son el ser, los otros los bárbaros
somos el no ser, está la negación y opresión de la historia. Intento recordar
el libro de Sarmiento Civilización y barbarie. Necesariamente debemos mirar a
los costados y en todas las direcciones para enrumbarnos por nuevos caminos,
por aquellos que oculta el poder, cuyo control lo ejerce, especialmente a
través de la educación.
Vuelvo a
interrogar ¿Qué es el orden, quién decide el funcionamiento de la sociedad?
Estas interrogantes me permitieron mirar a los pueblos indígenas y
nacionalidades del Ecuador, con quienes trabajé por diez años, allí está la
matriz de nuestra historia andina. La interrogante que marca el punto de
partida es la diferencia, el cuestionamiento dialéctico y a la vez, el
entendimiento de la identidad como colectivo, el principio de diversidad, sin
dejar de lado la interculturalidad, no como concepto sino como aspiración o
conquista de un derecho, porque su ejercicio es complejo y demanda la exigencia
del cumplimiento de derechos.
En medio
de la paradoja vamos por el mundo, con el vacío de la identidad que nos asusta
o incomoda, de aquella que nos delata, en nuestras formas de sentir, celebrar,
degustar o hablar. Ese conjunto simbólico de actitudes es también un componente
básico de la cultura, no el pigmento de la piel.
Estudiamos
una historia que nos niega, somos alienados, somos coloniales mentales. La
descolonización es pensar con cabeza propia, quiero decir en relación con
nuestro pasado precolombino y toda la simbiosis e hibridación de las corrientes
clásicas y modernas, hasta llegar a constituirnos en un nuevo “género humano”,
ni europeos ni indios, es el florecimiento del “ethos barroco” en la acepción de Bolívar Echeverría.
La cultura
es un derecho de quién o quiénes, de los elegidos por gracia de la religión en
su momento, o de quienes acumularon capital. La cultura es un bien común de la
humanidad, solo que no llega a todos los sectores, y es en la ignorancia de la
sociedad donde más está ausente, es decir, donde está la pobreza, la cultura
está ausente; también está ausente donde hay recursos económicos e ignoran el
arte.
Debemos
comprender que el conocimiento debe descender a la calle y compartir la buena
nueva, la cultura nos posibilita la cohesión social y la solidaridad, siempre y
cuando estemos conscientes del bien común, del interés colectivo por sobre el
individual; en donde la cooperación es
más importante que la competencia que solo lleva a aniquilamiento de los
más débiles. La memoria colectiva es la que permite la articulación del
porvenir, entonces emerge el sujeto político, entendido como quien determina el
quehacer del tiempo histórico, esta posibilidad es real y factible, situándonos
en las bases con sus festividades culturales de antaño, con su religiosidad,
con la inventiva que la dialéctica cultural implica, por ello, creo en la
comunidad y vuelvo la mirada al origen, a mirar desde los oprimidos contrarios
a lo imperial que desprecia al pensamiento indígena y mestizo.
La vida
humana con sus variantes es el fundamento de la naturaleza, quien le da
sentido, a través de la memoria e historicidad. El ejercicio de los derechos
culturales implica un largo camino de organicidad y auto reconocimiento, por
sobre nacionalismos perversos. Nuestra región, nuestro paisaje cultural es la
tierra prometida del presente, siempre y cuando la acción humana se constituya
en eje o medio de conservación de los recursos para prolongar la vida en
armonía, contraria a la devastación y muerte.
Creo en
los pueblos, en la ruralidad, en los olvidados, allí está la fuerza de la
transformación, porque debemos entender el centralismo y cuestionarlo, este es
un modelo que nos viene desde la antigua Grecia, desde la polis y sus habitantes,
el resto son negados, esa concepción ha sido impuesta como verdad absoluta.
La gestión
cultural alterativa pretende reflexionar y provocar nuevas actitudes para
transformarnos y transformar la sociedad desde el ejercicio de los derechos
culturales. Para ello, la organización es vital, que fortalezca las identidades
locales para avanzar en procesos de construcción de mayor participación en la
toma de decisiones en política cultural local.
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