“La
realidad es múltiple y cambiante, por tanto, la realidad no existe.
Existen
realidades y en ocasiones incomprensibles”.
JM Castellano
Desde las últimas
décadas del siglo XX, los países centrales han reconvertido la educación
superior (con minúscula) en una “mercancía” más de consumo, que ha obligado a
las clases medias y precarias a hipotecar su patrimonio. Una maquinaria agresiva,
con un fuerte componente empresarial, generadora de suculentos ingresos, como
consecuencia de un contexto de mayor exigencia, competitividad y calidad en el
mercado laboral. Al tiempo que se ha ampliado una nueva etapa formativa (cuarto
nivel), que conlleva un retraso en la incorporación de esa mano de obra
cualificada a los sectores productivos y que maquilla, en cierta medida, el dato
de desempleo. Una formación que, además, prima las áreas básicas del desarrollo
productivo y especulativo del propio sistema. Mientras que aquellas otras
disciplinas, que no se ajustan a esos parámetros (Humanidades y Ciencias
Sociales) pierden cada vez más espacios y aportan una legión de parados, a
corto plazo, al no poder ser absorbidas por el mercado laboral para terminar
desempeñando, a medio plazo, otras ocupaciones profesionales para las que no
han sido formado. La calidad de la educación, al igual que la calidad de la salud
pública, caminan con pasos agigantados hacia un capitalismo salvaje.
Una dinámica mal replicada,
en estas últimas décadas del siglo XXI en las zonas periféricas de este planeta,
cada vez menos azul y menos verde, con ritmos asimétricos y diferenciadores,
según las características propias de cada territorio, como resultado del Imperio
Globalizador. Unas sociedades, que hasta épocas muy recientes presentaban unos
altos índices de analfabetismo, donde sus sujetos históricos han pasado a ser
apasionados coleccionistas de títulos (licenciados, magísteres y doctores), algunos
adquiridos en “socos informales”, cuando no cocinados a exprés en las calderas
del propio infierno.
Unas prácticas que,
sin duda, entorpecen y retrasan posibles vías alternativas de desarrollo y consolidan
y agudizan aún más los niveles de dependencia y sometimiento con respecto a las
áreas centrales. Ese mimetismo formativo ha abierto la veda de ofertas masivas
de especialización que no garantizan calidad alguna, aunque se traduce en unos
indicadores estadísticos que son pura entelequia.
Una política de café
para todos que ha encontrado en su camino a un gran aliado, la pandemia, que ha
impulsado la proliferación de maestrías y doctorados de muy corta duración bajo
modalidad virtual o semipresencial que, a simple vista, ha favorecido un acceso
y ha originado un proceso inflacionista de titulaciones, obtenidos en
promociones outlet, con la consiguiente reducción significativa en los
criterios de exigencia y calidad. Hoy en día, cualquiera
puede ser licenciado, cualquiera puede ser magister, cualquiera puede ser doctor.
La Academia se ha vulgarizado, se ha transformado en una plaza de mercaderes ambiciosos
que profanan el sagrado templo del conocimiento para reciclarlo en una feria del
cambalache sin límites, en una pantomima ramplona y en un esperpéntico vodevil.
Modelos Pedagógicos
Vender un producto,
aunque carezca de calidad y utilidad, es la esencia de esta sociedad
consumista. Las universidades tampoco han escapado al uso de esa estrategia,
pues junto a las declaratorias recogidas en su “Misión” y “Visión” (ideas
huecas y decorativas, el papel aguanta todo) se completa con las visiones
idealizadas a través de campañas propagandísticas de sus modelos pedagógicos, todo
un “canto de cisne”, en su originaria acepción griega.
No deduzca inquieto
lector, ni por un instante, que este posicionamiento es hostil hacia ese corpus
de ordenamiento, que encierra el proceso de enseñanza-aprendizaje. Desde
nuestra perspectiva es concebido como un punto de partida o referencial, y no
como un fin de la educación, que debe ir acompañado de un carácter abierto,
flexible y dinámico en función a las distintas realidades y sin la imposición
de unos estrechos límites reduccionista. Desde esa concepción, expresamos de
forma diáfana nuestro rechazo absoluto, nuestra oposición radical y frontal a
toda mirada y pensamiento único, a toda directriz impositiva, sectaria y
dogmática que trate de homogeneizar y uniformar, extirpar, amputar o liquidar
todo acto de librepensamiento o toda acción represiva, condenatoria o
despreciativa hacia los principios fundamentales del conocimiento y de las
ciencias, que son manifestadas a través del diálogo, la reflexión, el repensar,
el cuestionar y el ejercicio de la crítica, que nos permite acercarnos a entender
la diversidad cultural e individual bajo un paraguas de libertad, flexibilidad y
de respeto al otro a la hora de participar e intervenir en esa complejidad
social formativa.
La realidad es
múltiple y cambiante, por tanto, la realidad no existe. Existen realidades y en
ocasiones incomprensibles, como también coexisten diversas formas de aprender,
de enseñar y diferentes actitudes, capacidades e inteligencias… No es sensato,
por tanto, vallar la selva, aunque algunos lo intentan a toda costa, como
tampoco es aconsejable delimitar o imponer formas de enseñar, a pesar de que
ese es el principal propósito y fin del sistema y de las políticas educativas, que
han conseguido forjar, con gran eficiencia y eficacia, un arquetipo de
ciudadano determinado, por medio del adoctrinamiento de principios, valores e
ideales que han sido vaciado de contenidos y re-conceptualizados.
En ese sentido, afirmamos
con contundencia que el sistema educativo está cumpliendo al pie de la letra y
a la perfección sus fines y objetivos propuestos, aunque estos, evidentemente,
no se correspondan con el ideario de construcción de una sociedad libre y
formada. Y es aquí donde entra en juego el modelo pedagógico como un elemento
de cartón piedra. Un marco normativo que mal convive entre falsas apariencias y
duras contradicciones, entre su ordenamiento y pautas pedagógicas, y que no se atreve
a enfrentarse al lado oscuro encarnado por el omnipresente poder administrativo,
guiado por otras orientaciones: dos mundos opuestos con intereses dispares e
irreconciliables que exteriorizan incoherencias, manipulaciones y dudosas
prácticas. Ello se complementa con otro ingrediente distorsionante al trasladar
a la comunidad un mensaje de defensa sobre los valores y saberes propios, para
después importar modelos foráneos, que responden a otras realidades, y que son aplicados
por un continuismo de transculturación académica, descontextualizados y
presentado socialmente como un producto de creación propia, original e
innovador.
Un ejemplo: El Modelo
Pedagógico de la UNAE
Llegados a este punto,
y sin querer profundizar en esta temática, nos limitamos a lanzar unos
interrogantes en busca de respuestas: ¿El modelo pedagógico que se aplica
teóricamente en la UNAE es realmente de la UNAE, es decir, es una construcción
original y con sello propio? O por el contrario ¿es un pastiche, un copia y
pega, de diversas concepciones pedagógicas globales -algunas con un origen que se
remonta a la filosofía presocrática-
con las que se intenta poner una camisa de fuerza, sin un previo proceso re-adaptativo
al contexto socio-histórico-cultural-educativo?
En cualquier caso, este
es un simple ejemplo, aunque no único, ni excepcional sino muy común, extendido
y generalizado y que, por tanto, invitamos a la reflexión colectiva, sin
señalar la puerta de salida a nadie, como hizo un atrevido pedagogo, que se permitió
el lujo públicamente de amenazar, con aspaviento incluido, hacia todo aquel que
no siguiera al pie de la letra el modelo pedagógico. Una concepción vertical,
autoritaria, impositiva y extremadamente contrapuesta a las competencias básicas
contempladas en el propio modelo.
Poltergeist en la
Academia
Por último, queremos compartir
un hecho específico, que tiene una estrecha concomitancia con los fenómenos
paranormales y que desde nuestras escasas y limitadísimas “entendederas” no logramos
descifrar, aunque, al menos, tenemos la capacidad de ponerlo sobre la mesa.
En 2016 tenía lugar
la publicación “El Modelo Pedagógico de la UNAE” en formato digital y,
poco después, en 2019, salía a la luz una segunda edición convencional, es
decir, en papel. Hasta aquí, aparentemente, todo normal. No obstante, avispado
lector, si usted se detiene en comparar ambos documentos podrá encontrar dos elementos
enigmáticos:
- La estructura y el texto de ambas ediciones son dos idénticas gotas de agua, a excepción de que en la publicación de 2019 se introduce como gran novedad un conjunto de fotografías.
- En cambio, puede detectar una diferencia altamente llamativa y significativa, ya que en la segunda edición (2019) desaparece, por arte de magia y con un golpe certero, cinco de los seis coautores firmantes en la primera edición.
Sin duda, un suceso misterioso, propio del género de suspense de Agatha Christie
(“Diez negritos”), aunque con un leve matiz, ya que en esta nueva
versión 2.0 -en estos momentos de cierre de la posmodernidad- logra sobrevivir uno
de sus principales protagonistas. A nosotros nos resulta muy enmarañado
deshacer ese entuerto. Necesitaríamos, desde luego, contar con la intervención de
uno de los más grandes y carismáticos detectives del “mundo mundial y parte del
extranjero”, Hércules Poirot, un personaje creado por la escritora británica, enunciada
con anterioridad. En fin, podemos concluir que en muchas ocasiones “la realidad”
y “la ficción” van entrelazadas de la misma mano.
José Manuel Castellano
Agosto, 2022
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