De modo que, este articulillo intenta
desvelar uno de esos loables planes que tiene como destinatario el “bien común”
y que hasta el momento por cautelosa estrategia de nuestros dirigentes se ha
mantenido oculto, un material clasificado de muy reservado, para evitar que
otros países de la Región o del “mundo mundial” se adelanten y patenten esta
nueva actividad que tiene como foco inicial y principal a la provincia del
Azuay.
La primicia que ofrecemos no ha
trascendido todavía a la opinión pública, al menos no tenemos conocimiento alguno
-cualidad, que nunca hemos tenido-, debido a un sigiloso compromiso adoptado
por unanimidad entre diversas instituciones de carácter nacional, provincial y
local -con sus equipos de gobierno y grupos
de la oposición-, junto a gremios
empresariales, sindicatos de choferes, medios de comunicación y colectivos
sociales, entre otros.
Este revolucionario programa
piloto, ya en plena fase de ejecución, pretende alcanzar una reactivación
económica vinculada a una novedosa modalidad turística, tanto endógena como foránea,
mediante una atractiva oferta de aventura de experiencia extrema sin par, donde
los niveles de adrenalina alcanzan índices hasta ahora insospechados para la
ciencia, según un reciente “paper” publicado en una
revista de alto impacto científico.
La propuesta en cuestión, sin
asignación presupuestaria, es bien sencilla y consiste en realizar un recorrido
en automóvil bajo su propia conducción (aunque en bus debe ser todavía más
apasionante) por la vía Cuenca-Pasaje o viceversa con dos opciones: diurna o
nocturna. Esta última tiene un hándicap mayor y, por tanto, un coste superior
para el usuario. Sin duda, usted podrá vivir en vivo y en directo un conjunto
de emociones únicas y excepcionales, además, de comprobar in situ que las
dificultades de los rallyes de Dakar o Kenia, considerados como los más
peligrosos del planeta, son simples juegos de niños.
Usted durante tres horas, si es
que logra superar la prueba y llega a su destino sano y salvo, disfrutará y
experimentará sensaciones nunca antes vivida, aunque cabe la posibilidad de que ese viaje sea
su última exhalación, su última agonía terrenal, pero no será un sacrificio en
vano porque tiene el gran aliciente de haber superado con creces la vetusta
propuesta virtual del Metaverso. En su camino encontrará un sinfín de socavones,
algunos del tamaño de un cono volcánico, sufrirá adelantamientos temerarios a
caravanas o en curvas cerradas por pilotos suicidas amigos de Lucifer, se
topará de pronto con buses y camiones endiablados venidos del espacio sideral,
que superan ampliamente la velocidad de la luz y que deslumbran hasta los más invidentes.
En cambio, si usted no es amigo
de emociones fuertes, entonces le recomendamos algo más sosegado: un paseo en carro por la ciudad de Cuenca. Una actividad más fácil
de sobrellevar en una verdadera selva asfáltica, donde los peatones no tienen
derechos y son víctimas propiciatorias; donde es muy común saltarse los
semáforos en rojo; donde los cambios de carriles se hacen al antojo con sublime
anarquía; donde los adelantamientos se realizan en seis dobles dimensiones cuánticas
a través de agujeros de gusanos espaciales. Tampoco pierda la oportunidad de
transitar por sus redondeles o rotondas, una elegante, plácida, armónica e
impagable sinfonía para su espíritu; ni se atreva a mantener distancia
prudencial con los abigarrados y agresivos motoristas que reparten encargos -en cualquier caso, ellos tampoco se lo permitirían-, ni deje de saborear las suaves brisas que
desprenden sus pegatinas, así como deleitarse de sus magníficas piruetas
acrobáticas; nunca eluda, por favor, el sentir del amigable acorralamiento de
bienvenida que le brinda buses y taxis, que se asomarán gentilmente a su chasis
para que pueda percibir en alta definición la instrumentalización celestial de
sus pitos, pitas y bocinas, algo realmente excitante e inolvidable, aunque realmente
no hay mejor espectáculo que las múltiples y cuidadosas actuaciones teatralizadas
que escenifican un esmerado “arte de hacer trampas”, a cargo de consumados y experimentados
conductores “sabidos”, merecedores de un “Oscar” colectivo a la mejor
interpretación por su “realismo real”.
En definitiva, nuestra querida Cuenca,
Patrimonio de la Humanidad desde 1999, es hoy en día una ciudad sitiada y
aislada, que ha perdido gran parte de su protagonismo histórico dentro del
contexto nacional, con un conjunto de infraestructuras ancladas en el pasado: un
aeropuerto en miniatura y con una red viaria que pone los pelos de punta al más
calvo, pero es una ciudad que ofrece a propios y extraños una aventura singular,
complementada en estos últimos años con un toque de inseguridad alarmante, un
plus extra en la supervivencia para los amantes del alto riesgo, gracias al
buen hacer y gestión de sus representativas autoridades. Todo, absolutamente
todo, es susceptible de empeorar.
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