Después de liberar al café, al
cenicero y al tabaco mantuvimos un pulso con el Dios del Tiempo. Nosotros, los
expedicionarios, teníamos como misión confiscar un artefacto diabólico que
desafiara la gravedad terrestre. Esa empresa no resultó cosa sencilla, pero el
ímpetu y la estrategia empleada resultaron todo un éxito. Cabalgamos por
senderos de luces y melodías para derrotar al viejo e infatigable Crono, que
cayó rendido a nuestro paso.
La soldadesca celebró esa fausta
victoria con el reparto del suculento botín. Sin tiempo emprendimos nuestro
gran reto: cruzar el Rubicón. Poco después, el gran Atlante, desde la lejanía,
nos hacía llegar sus bendiciones en esta nueva y larga travesía de retorno a los
Campos Elíseos, con el previamente encargo de saludar a Hércules.
El sustentador del mundo, como agradecimiento a nuestra visita, nos confesó el cansancio e inutilidad de su empeño secular, no por falta de fuerza o energía sino por la propia estupidez de esos villanos mortales, unos seres minúsculos, ambiciosos y engreídos que se creen divinidades del Olimpo, cuando su existencia es circunstancial, intrascendente e insignificante. Su agotamiento por la estupidez humana le ha llevado a pensar dejar caer, por unos instantes, este globo cada vez más gris.
Aeropuerto Internacional Mariscal Sucre, Quito (Ecuador). |
Embarcando con destino a Madrid. |
Magnífico, como siempre
ResponderEliminar¡forza amico!
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