Érase una vez un rector
que, despojado de su antaña sotana negra camuflada, se lanzaba a la conquista
de nuevos espacios, financiado por fondos comunitarios –cuyos aportes en alguna
anualidad rozaba los 60.000 dólares y a los que habría que sumar otras
cantidades de campañas anteriores– con los que afrontaba sus diversas
expediciones a tierras lejanas (en “first class”, por supuesto), además, de sus
cabalgadas internas. Eso sí, todo estaba justificado religiosamente ante el
poder republicano, por padecer de “ciertos” dolores de espalda; aunque esas incómodas
molestias lumbares eran plenamente compatibles con su práctica cotidiana de
ejercitación física y su activa participación en pruebas atléticas de resistencia
(5-K, 10-K y las que fueran necesarias). A esos suculentos expendios se añadían
los ocasionados (desplazamientos, posadas y manutención) por su “comitiva clerical
heterodoxa”.
Algunos herejes académicos
–que de haberlos, haylos, afortunadamente– cuestionaban ocultos y en los
límites de la marginalidad esas endiosadas misiones plenipotenciarias allende
los mares y los cielos. Sin embargo, desconocían el fondo de la cuestión, que
no era otro que la aguda afección que sufría el padre Prior en monacal silencio,
ya que le habían diagnosticado el síndrome Marco
Polo. Por ello, estaba sometido a una terapia asistencial intensiva, sufragada
con el aporte de los plebeyos contribuyentes, bajo el cometido de crear una
imagen mediática (la suya, claro está): una misión presentada como servicio de transformación
social pero que no era más que una trastienda para sus incursiones mercantilistas
en busca de lucrativos intercambios –nuevos espejos y baratijas a cambio de oro
y plata con sus viejos camaradas y nuevos contactos– (léase contratación de
personal, conferencistas, convenios, invitaciones…) para alcanzar ser investido
como “académico global” y como previsión futura de un cómodo destino en esos
territorios de infieles, porque eso de la cantata de–colonialidad simplemente
era etiqueta, recurso y mera pose circunstancial.
Pero los tiempos y las
décadas cambian, sus “intermediarios” y “amigos” habían sido desalojados de
aquel “consejo de sabios sabidos” y en esos nuevos tiempos la mesa había sido despojada.
Trompetas y timbales anunciaban oscuros nubarrones –entiéndase recortes y
ajustes presupuestarios– que cubrían aquellos días soleados del pasado. Su
padecimiento empeoraba, la fiebre aparecía y desvalido intenta, en su última
exhalación, refugiarse en una acción de pseudo-rebeldía manipuladora,
parapetándose en tierna “carne de cañón”, frente a esas medidas antisociales
que le privarían de su hacienda, rentas, productos y esclavos.
Dr. José Manuel Castellano
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