
Algunos herejes académicos
–que de haberlos, haylos, afortunadamente– cuestionaban ocultos y en los
límites de la marginalidad esas endiosadas misiones plenipotenciarias allende
los mares y los cielos. Sin embargo, desconocían el fondo de la cuestión, que
no era otro que la aguda afección que sufría el padre Prior en monacal silencio,
ya que le habían diagnosticado el síndrome Marco
Polo. Por ello, estaba sometido a una terapia asistencial intensiva, sufragada
con el aporte de los plebeyos contribuyentes, bajo el cometido de crear una
imagen mediática (la suya, claro está): una misión presentada como servicio de transformación
social pero que no era más que una trastienda para sus incursiones mercantilistas
en busca de lucrativos intercambios –nuevos espejos y baratijas a cambio de oro
y plata con sus viejos camaradas y nuevos contactos– (léase contratación de
personal, conferencistas, convenios, invitaciones…) para alcanzar ser investido
como “académico global” y como previsión futura de un cómodo destino en esos
territorios de infieles, porque eso de la cantata de–colonialidad simplemente
era etiqueta, recurso y mera pose circunstancial.
Pero los tiempos y las
décadas cambian, sus “intermediarios” y “amigos” habían sido desalojados de
aquel “consejo de sabios sabidos” y en esos nuevos tiempos la mesa había sido despojada.
Trompetas y timbales anunciaban oscuros nubarrones –entiéndase recortes y
ajustes presupuestarios– que cubrían aquellos días soleados del pasado. Su
padecimiento empeoraba, la fiebre aparecía y desvalido intenta, en su última
exhalación, refugiarse en una acción de pseudo-rebeldía manipuladora,
parapetándose en tierna “carne de cañón”, frente a esas medidas antisociales
que le privarían de su hacienda, rentas, productos y esclavos.
Dr. José Manuel Castellano
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