Dedicado a las
víctimas inocentes, mi solidaridad.
Sin ejércitos, sin
invasiones, sin misiles se ha iniciado la III conflagración mundial. Un
conflicto silencioso orquestado, como siempre, por ese clan de poder que
pretende perpetuar su hegemonía en el contexto internacional o bien por aquel otro
que aspira a alcanzarlo.
Nos han atemorizado y
amenazado desde hace décadas con un apocalipsis originado por un conflicto
atómico planetario. De modo que la gran inversión en la industria armamentística
se justificaba como una estrategia defensiva y de equilibrio de fuerzas pero, tras
esa realidad, escondía la ambición de los intereses geopolíticos y de los suculentos
beneficios de un tráfico de muertes en conflictos locales. Un país que produce armas
para vender a otros nos habla por sí sólo de la cuestión central de este
sistema saturnino, devorador de los hijos de su propia especie.
Ante esta cruel
realidad que estamos viviendo, en estos primeros meses de 2020, de una pandemia
que recorre todos los rincones del mundo cabe interrogarnos sobre si tiene un
origen natural o es el resultado de una intervención (in)humana.
En primer lugar, debo
reconocer que no dispongo de información, ni conocimiento al respecto pero eso
no me impide reflexionar y expresar mi consideración apoyado en el comportamiento
histórico de esos entes de poder que definen el devenir y el control social.
Una guerra nueva en
un tiempo nuevo, pero todo lo nuevo tiene sus antecedentes. La guerra biológica
no es un fenómeno novedoso, pues tiene una larga trayectoria con un intenso impulso
desde la segunda mitad del siglo XX. Por tanto, es una hipótesis a considerar
muy seriamente.
No creo en las
casualidades y si en la causalidad. De modo que habría que preguntarse inicialmente
¿Por qué China? A nadie se le escapa el gran desarrollo económico y tecnológico
del gigante asiático que ha desbancado a la principal potencia mundial, que le ha
declarado abiertamente una guerra económica y financiera internacional.
¿Por qué Wuhan? Vaya
casualidad que el foco originario de esta epidemia provenga de un centro político, económico y financiero de la
China Central, que cuenta con seis parques especializados en bioinnovación, biopharma, bioagricultura, biofabricación,
dispositivos médicos y salud médica.
En el supuesto caso que el coronavirus
sea resultado de una intervención humana, es un decir, creado por científicos mercenarios
y asesinos promovido por los diabólicos detentadores del poder ¿Quién sería el
responsable? Sea quien sea, uno u otro, lo más lógico, es que antes de contagiar
a la población mundial se haya asegurado de contar con una vacuna o un antídoto.
¿Qué intención hay detrás de esta catástrofe
artificial? Sin duda, la principal es provocar un cambio en el orden geopolítico
internacional, que conllevaría paralelamente otros efectos y reajustes
vinculados a un control demográfico en relación a la mermada capacidad de
sustentación del territorio actual, altamente degradado por la explotación
salvaje a la que ha sido sometido y que ha llegado a su límite, a su fin, y al
mayor nivel de control y desequilibrio social que jamás se haya registrado en
la historia de la humanidad. Esta maldita guerra silenciosa ha ocasionado hasta
ahora más de 11.000 muertes en 171 países y contagiado a casi 300.000 personas.
Unas cifras que, desgraciadamente, irán en aumento, además, de los efectos incalculables
que generará en la economía doméstica, con altos niveles de desempleos y una
lucha titánica por la supervivencia. Ojalá que esta nefasta experiencia nos permita
abrir las puertas de una reconstrucción social más humanista y solidaria.
José Manuel Castellano Gil
Cuenca, 20 de marzo de 2020
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