Ing. Bing Nevárez Mendoza
Miembro Numerario de la Academia Nacional de Historia de Ecuador
Ing. Bing Nevárez Mendoz |
La investigación que el catedrático Manuel Ferrer Muñoz pone hoy en
manos de los ecuatorianos (en general) y de los esmeraldeños (en particular)
constituye un gran esfuerzo no sólo histórico sino metodológico, como un aporte
a la enseñanza y aprendizaje de la historia en la Educación Intercultural
Bilingüe de nuestro país.
El malagueño, con amplio conocimiento docente e investigativo, se ha
tomado su tiempo para escudriñar la historiografía de la Provincia Verde, en
calidad de ejemplo dentro de un contexto de país, lo cual es demostrativo de su
compromiso profesional como experto dentro de los programas Prometeo que
suscitaron su presencia en nuestro suelo, así como también de su aprecio por
nuestra cultura latinoamericana, pues también tiene en su haber otra fructífera
estancia de diez años en México.
Se trata indudablemente de un proyecto ambicioso, ya sea por lo extenso
de su pretensión temática, como por las muy diferentes aristas de su contenido
y hasta por el noble propósito pedagógico que implica en último término.
En el país –como en muchos otros de la Patria Grande- el criterio
eurocentrista ha predominado por largo tiempo en la forma de ver, analizar y
escribir nuestra propia historia. Deviene oportuno entonar un mea culpa, que obligue a una reflexión
‘mirando hacia adentro’.
Empero, desafortunadamente, aquello no ha sido lo único. También hemos
privilegiado historias ajenas, como la del incario, en detrimento de las
propias y del orgullo de pertenecer a alguna casta Quitu-Cara, que había
superado ya la consabida etapa imperialista para avanzar a una etapa superior
de comercio internacional. Los finos orfebres Tolitas aún siguen asombrando al
mundo por sus conocimientos únicos sobre el platino, en tanto que entre
nosotros sólo mueve el interés de los huaqueros y depredadores del patrimonio
nacional.
Todavía hay escritores ingenuos –por decir lo menos– que consideran que
la independencia política se logró sólo gracias a la gesta de los criollos
acaudalados, cuando en realidad fueron las etnias indígenas y afrodescendientes
las que pusieron no sólo los pechos a las balas, lanzas y espadas sino el
irrefutable aporte demográfico, y las mujeres quienes pusieron la chispa
inteligente para obtener y pasar la información crucial.
Las supuestamente grandes historias localistas o provincialistas, que
todo lo han conseguido solitas, sin ningún aporte importante por parte de las
ciudades o provincias consideradas ‘chicas’, han alimentado al monstruo del regionalismo
y de la desunión, de tal manera que ahora, para encontrarnos en el mapa
continental, por poco no debemos tomar una lupa.
El festín de la república, del petróleo, la fiesta del chivo, y otros
etcéteras, ha estado a la orden del día. Y lo grave del caso es que el asunto
tampoco queda allí.
Volviendo a las etnias, nuestros hermanos indígenas son los que han sido
objeto de más estudios; de los montubios del litoral algo se ha hecho; de los
afrodescendientes empieza a escribirse, pero de los mulatos y zambos ni
siquiera eso, cuando es por demás cierto que la población de nuestro país ya es
mayoritariamente mezclada con las tres etnias originales. Y juntar tradiciones
con memoria histórica no es tarea fácil, aunque a algunos pudiera parecerles.
Así, resolver el importante tema de la identidad nacional aparece
remoto, pues primero hay que resolver el de cada colectivo o nacionalidad con
fines de empoderamiento, como requisito previo e indispensable para finalmente
encontrar las afinidades dentro de las diferencias pluriétnicas e
interculturales. Luego de ello podría llegar el magnífico Buen Vivir.
En nuestro país, analistas de lo social e histórico hemos dedicado
tiempo para realizar estudios regionales que nos vayan aproximando –al menos en
parte- a la meta final; los simposios o congresos son lo más parecido que
tenemos al respecto.
Ahora ya podemos colegir que la tarea que pretende iniciar Ferrer Muñoz
es significativa, aunque delicada y de largo aliento. Pero hay que emprenderla.
Y entre más pronto, mejor, pues hay carrete para rato.
Por ello este trabajo no agota el tema, apenas lo empieza. Viene a
constituir sólo un aporte, pero plausible y merecedor de que se tome en
consideración. El autor, en su calidad de proponente, está convencido de ello,
cuando sostiene que esta obra sustenta legítimamente el análisis de los
enfoques ideológicos y metodológicos que han presidido los trabajos
historiográficos centrados en Esmeraldas. Es una expresión muy profesional, por
sincera, ya que en la historiografía de la Provincia Verde que se ha revisado
aún faltan algunos otros trabajos, realizados por propios y extraños, que
deberán incluirse. Y, luego, replicarse para otras provincias del país.
El reto está lanzado. Y el primer ladrillo, puesto. Esperamos que suscite
un debate propositivo que nos dote de unidad para, finalmente, lograr la meta
común. Como país, claro está, pues de dicha trilogía estamos necesitando.
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