Esta tercera entrega de la serie, “La IA, la puerta de entrada a una nueva etapa histórica”, tiene como eje central plantear la posible erosión del actual sistema democrático en el mundo occidental, causada por los efectos de esta cuarta revolución tecnológica que, unido a las transformaciones simultáneas, que se están produciendo en los otros pilares en que se asienta el solar de esta contemporaneidad, derivará, con bastante probabilidad, en el inicio de una nueva fase histórica: la edad cibernética.
Debemos iniciar estas líneas resaltando que el
desarrollo de la IA cuenta con una amplia trayectoria histórica, desde los años
30 del siglo XX, aunque su exposición mediática e incidencia social haya tenido
lugar en estas últimas décadas. Una tecnología que es capaz de realizar las
tareas propias de la inteligencia humana y tiene la gran facultad de
aprendizaje automático y exponencial, que según los expertos podría superar en
un futuro inmediato la capacidad humana.
El debate actual sobre la IA se establece entre
aquellos que consideran que aporta una serie de beneficios a la sociedad
(salud, educación, medio ambiente, seguridad,...) y los que la conciben como
una gran amenaza (manipulación, control de datos, violación de la privacidad,
sesgos, vigilancia, censura, desinformación, discriminación,…).
Uno de esos tantos peligros, derivado de su mal uso,
es que podría socavar el sistema democrático. De ahí, la imperiosa necesidad de
normatizar y supervisar el uso y desarrollo de la IA. Cuestión en la que
parece no existir un acuerdo al respecto. Por tanto, se podría decir que la
supervivencia de la estructura del poder vigente dependerá, en gran medida, del
uso y del desarrollo de la IA, así como de las medidas que se adopten. Ambos
asuntos son centrales.
En ese sentido, las voces críticas en el mundo
occidental no paran de alertar sobre los riesgos de una pérdida de principios y
la exigencia de establecer normativas de uso con valores éticos y responsables,
tanto en el espacio social como en el actuar de las corporaciones tecnológicas.
Aunque también, debemos decir con claridad y bien alto, que es imprescindible
que los propios gobiernos, las instituciones y los partidos políticos sean los
primeros en ejercer un uso ético y transparente, respetando los valores y
derechos democráticos.
No obstante, nos cuesta comprender, o quizás no, por
qué hasta este momento, la gobernanza, como los grupos opositores, no han
propuesto y normalizado un sistema de regulación, especialmente en un contexto
donde esa tecnología se encuentra en manos de los intereses de las grandes
corporaciones y pueden propiciar un golpe de muerte a este sistema democrático
precario, nacido a finales del siglo XVIII, y borrar de un plumazo los derechos
ganados a sangre a lo largo del tiempo, aunque gran parte de los mismos han
quedado reducidos, en esencia, a un soporte puramente documental-normativo.
La situación actual es que casi ningún país cuenta con
un marco regulador de la IA. Ese dato nos está hablando de muchas cosas. Sin
embargo, a pesar de ese vacío, han surgido algunas iniciativas, como el acuerdo
adoptado por 193 estados miembros de la UNESCO en 2021; las acciones
propiciadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos
(OCDE); la propuesta de Ley de IA de la Unión Europea en abril de 2021; el
proyecto de Ley en España en junio de 2022; y la presentación de un proyecto de
Ley en los Estados Unidos Mexicanos en 2023. En cualquier caso, aunque se
disponga de esos impulsos, todavía nos encontramos en pañales o en el limbo de
este mundo global. Y no llegamos a entender, o más bien todo lo contrario, por
qué ese retraso y lentitud en abordar un tema clave, que va a definir el futuro
más próximo. Y no hay excusas por la existencias de diferencias significativas,
porque también hay convergencias.
Las trampas del sistema
Se habla mucho, quizás demasiado y sin fondo, tanto
desde los organismos internacionales como desde los gobiernos nacionales o
supranacionales, sobre la necesidad de un desarrollo ético, responsable y
transparente, que evite acciones dañinas a los individuos o a la sociedad. Sin
embargo, la IA ha sido utilizada como herramienta en diferentes países por los
partidos políticos con la finalidad de interferir en los procesos electorales.
Por ejemplo, en los EE.UU. una consultora utilizó los datos de 50 millones de
usuarios para crear perfiles y enviar mensajes personalizados a favor de un
candidato en las elecciones de 2016, también, se aplicó la IA para generar
imágenes falsas o manipuladas de candidatos; y en España, algunos partidos
políticos han empleado el big data y análisis predictivo para segmentar el
electorado y adaptar sus mensajes en las campañas electorales, además, de
utilizar la IA para crear bots, que difundían propaganda o desinformación en
las redes sociales.
De modo que, el uso de la IA en los procesos electorales
es otro de los riesgos junto a la manipulación, el engaño, la desinformación, etc.
Desde otra perspectiva, se puede entender entonces esa escasa preocupación de
los partidos políticos en incorporar a sus programas electorales propuestas de
control y regulación, cuando son ellos los que utilizan esos mismos recursos
para influir de forma irregular y mal intencionada en los procesos electorales.
En definitiva, a río revuelto, ganancia de pescadores,
que son los que tienen los aparejos adecuados. Debemos resaltar, para
finalizar, que esta realidad descrita es posible gracias a la baja calidad
democrática de la ciudadanía, a la inactividad de los movimientos sindicalistas
y al escaso eco de los colectivos y movimientos sociales. Temas estos, que
abordaremos en una siguiente colaboración.
Estimado José Manuel, el abordaje a un buque enorme de inseguridades -en variopinta extensión y procedencia- requiere de espacios de reflexión como los que estás proporcionando. La educación y la política -por nombrar solo dos variables- necesitan de urgencia límites establecidos por el raciocinio humano, límites que puedan garantizar la "utilidad" de la IA de manera propositiva y amigable. Un abrazo.
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