Por: José Manuel Castellano, PhD
La pervivencia milenaria
de una conducta salvaje y primitiva frente al “otro”, basada en la imposición y
en el dominio por medio de la fuerza y la violencia, donde intervienen diversas
conductas de apropiación material, ideológica y/o religiosa, cimentadas sibilinamente
en las propias macroestructuras organizativas y que son estimuladas para su
reproducción en los círculos más reducidos y cotidianos (abusos,
marginalización y discriminación), nos debería llevar a un profundo análisis no
sólo para entender una parte de nuestra realidad sino esencialmente para
transformarla. Evidentemente estos tres aspectos son meros indicios, sin embargo
muy clarificadores al respecto, a los cuales se deben incorporar otros
elementos que intervienen en su conformación para así apropiarnos de una visión
más detallada.
En esta tercera
década del siglo XXI ni la pandemia ha podido cerrar los nueve conflictos
bélicos que se mantienen abiertos en este 2021: Camerún, Etiopía, Mozambique, Oriente Próximo, Sáhara Occidental–Marruecos,
Sahel, Siria, República Centroafricana y Yemen. A los que se deben sumar los
incalculables costos humanos ocasionados por las represivas acciones sobre los
movimientos sociales, los atentados gubernamentales, los efectos de las guerrillas,
de los narcoestados y las injerencias militares, los bloqueos económicos y
sociales que desangran la vida de millones de ciudadanos, que provocan
inseguridad alimentaria, que están expuestos a enfermedades y que los condenan a
movimientos migratorios forzados en los que encuentran la muerte o la esclavitud.
Un contexto originado por las hegemónicas potencias “democráticas”, a través de
los desajustes-desequilibrios ocasionados y que son responsables directos de un
genocidio y de una crisis humanitaria a nivel mundial sin precedentes
en la historia.
Un reciente informe,
elaborado por Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), señala
que el gasto militar mundial durante el primer año de la pandemia (2020)
ascendía a casi DOS BILLONES de dólares, un 2,6 % más que en 2019. Mientras que
la inversión militar en
América Latina en ese mismo periodo rondaba los 43.500 millones de dólares y marcaba una tendencia
contrapuesta, al registrar un descenso de un 2%; originado principalmente por el
recorte de inversión en Brasil con un 3% (país con el mayor gasto en la región),
que pasaba de 25 mil millones a 19 mil millones. Mientras que en el resto de
los territorios nacionales del subcontinente se mantiene una dinámica de gasto muy
similar con respecto a 2019 y en el caso concreto de Ecuador, su recorte presupuestario
en el gasto militar pasó de 2.400 a 2.244 millones, es decir, dos veces más que
la cantidad el dinero destinada a la Educación.
Desde otro oscuro ángulo, la descripción cartográfica actual del hambre en el mundo dibuja un panorama terriblemente desolador y catastrófico traducido numéricamente en 256 millones en África; 513 millones en Asia y 42 millones en América Latina. Si a ello se añade que en estos momentos 34 millones de personas se encuentran a un paso de la muerte por hambre, junto al incremento mensual de más de 10.000 niños fallecidos por hambruna como consecuencia de la crisis sanitaria actual; y que los índices de desnutrición aguda están en un constante crecimiento a nivel mundial (Ecuador es el segundo país en la región en desnutrición crónica infantil), problema que unido a los efectos devastadores de la actual crisis económica y laboral acentuarán aún más las ya precarias condiciones de millones de millones de ciudadanos, que verán perder en los próximos años sus derechos, prestaciones básicas y garantías sociales, además, de convertirse en los “paganinis” de esta crisis, a través de los sanguinarios reajustes tributarios que se están ya ejecutando en esos profanados santuarios legislativos.
Evidentemente esa realidad en tiempos pretéritos a la pandemia era ya de por si extremadamente alarmante y terrible, como han puesto sobre la mesa diversos estudios de organizaciones internacionales. Uno de ellos, el Informe Global de Nutrición (ONU) publicado en mayo de 2020, revelaba ya que la desnutrición constituía la principal causa de muerte a nivel mundial y que, indudablemente, se agudizará aún más en estos tiempos de Covid-19.
Ante ello, una “sociedad formada” se apropiaría del aprendizaje proporcionado por la pandemia para descubrir y detectar una realidad que se encontraba tapada a los ojos de la humanidad con sus propias manos. En ese sentido, podemos concluir afirmando con total rotundidad nuestra desconfianza absoluta a esos “brindis al sol”, vacíos de contenidos sobre los valores democráticos, de libertad, de igualdad y de solidaridad, que son promovidos por esos clanes políticos de rango local, nacional y mundial; por esos viciados y vividores que conforman las organizaciones internacionales; y por una sociedad global indiferente e indolente.
La democracia, la libertad, la igualdad y la solidaridad se proclama a través de un diseño presupuestario que fortalezca un orden y un estado en todas sus dimensiones. Todo lo demás es puro cuento y más de lo mismo: demagogia, manipulación y engaño social, que ejerce un reducido grupo sobre la inmensa mayoría. La única vacuna esperanzadora de futuro en estos tiempos es la generación de un cambio radical en el proceso productivo que pueda organizar una nueva forma de relación social en el escenario local e internacional ¡O eso, o nada!
No hay comentarios:
Publicar un comentario