Esta
situación generada requiere de un necesario ejercicio de reflexión y análisis,
aunque estas breves líneas no nos permiten abordar el asunto con la profundidad
que merece, al menos, pueden servir para
destapar la caja de pandora, no con la intención de provocar un ambiente de
crispación sino para exigir una responsabilidad institucional en cascada: desde
la inocua Prefectura a la ausente municipalidad, las anteriores y las actuales; la de
sus fatuos comités, “con sus notables incluidos”; desde el desdén generalizado incubado
en otros centros y organismos, hasta la exclusión forzada y desconsideración institucional
hacia artistas, gestores, organizaciones culturales, que mal sobreviven fuera de
esos circuitos pesebristas del poder, y hacia la sufrida ciudadanía.
En
definitiva, se ha configurado un escenario modélico de política vacía, de
cartón piedra, de florero sin flores, de un exceso y barroquismo de palabrería sin sustancia, de puntuales declaraciones pero sin acciones, de la
inexistencia de un simple programa definido y, lo que es más preocupante, por
no existir, no existe ni siquiera improvisación alguna.
Toda
una amalgama de despropósitos que delata un espíritu de dejadez y desidia
absoluta, que encuentra en la pandemia su gran excusa, un escudo para
protegerse de las posibles irresponsabilidades, incapacidades e ineficiencias y
que tiene como desenlace: la mayor derrota histórica de nuestra ciudad.
En
cualquier caso, este Bicentenario es un legado para no olvidar y nos debe dejar
una gran enseñanza, porque a mí, de tanto que la quiero, me duele esta Cuenca y
espero pronto vislumbrar en el horizonte una renacida Atenas del Ecuador y de Nuestra
América.
¡Qué pena perder esa oportunidad!
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