José Manuel Castellano Gil |
Históricamente ha existido una inmensa brecha, una gran desconexión, entre el mundo social y
el espacio intelectual. Las mujeres y hombres que han cultivado y dedicado toda
una vida a las ciencias no buscan más horizontes lejanos que su propio territorio:
los laboratorios, los archivos, las bibliotecas, el trabajo de campo, etc. Por
lo que general, su ambición se encuentra alejada de las áreas de poder, de los
despachos y cargos institucionales. Su pasión y vocación impiden ir más allá de
sus recintos sagrados, de sus liturgias de estudio, de sus rituales reflexivos
e investigativos y se guían por su ansia sin límite para romper las barreras del
conocimiento, acompañado de un compromiso ético de servicio y contribución social.
Obviamente estamos refiriéndonos exclusivamente a intelectuales; no a esa
otra subespecie de fugaces, circunstanciales, oportunistas, mediocres y peseblistas
que “haberlos, haylos” para dar y regalar en cantidad.
Estos prohombres y mujeres de las ciencias, en la mayoría de las ocasiones, no suelen recibir en vida el reconocimiento, la consideración y el respeto social que se han ganado más que merecidamente por su plena dedicación, profesionalidad y honestidad. Sin embargo y a pesar que la Historia siempre termina por ubicar a cada uno en su sitio, en el lugar que le corresponde, ésta sabia rectificación a destiempo no deja ser sentencia injusta, por mucho que se condene la miseria y la carencia de valores surgidas a través de tramas y connivencia de intereses espurios en cada momento. Ante esa realidad cabría una reflexión: si nos esforzamos en formar niñas y niños “en” y “con” valores, por qué no sembrar nosotros mismos con esas semillas. Prediquemos con el ejemplo, pues no hay mejor enseñanza y herencia que nuestros propios actos y comportamientos.
Este desmedido preámbulo viene a
colación de una petición reivindicativa que planteamos hacia una de nuestras intelectuales
ecuatoriana más destacada, que ha desplegado una ingente labor entre las
últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI. Una personalidad, probablemente,
desconocida para el gran público y para la inmensa mayoría de los jóvenes
ecuatorianos. Por ello hay que reseñar que ha sido una mujer que ha superado las
fronteras del Ecuador para convertirse en un referente en Centro-Sur América y cuyo
prestigio también ha cruzado el Pacífico y el Atlántico. De modo que no podemos,
ni mucho menos no debemos, dejar de sentirnos orgullosos de nuestra gente pero,
para ello, se hace imprescindible conocer y, sobre todo, saber valorar, pues no
se llega a apreciar lo que no se conoce, ni lo que no se reconoce.
Estamos refiriéndonos a un caso concreto,
a una pedagoga ecuatoriana dedicada a la educación indígena y al mundo de la
interculturalidad en sus distintas etapas formativas, desde la escuela primaria
a la universidad. Autora de una gran cantidad de textos escolares dirigido a
los más jóvenes y otros destinados a maestros y docentes, cuyas páginas son un
apasionante viaje por el amplio contexto territorial Latinoamericano.
Una sociolingüista especializada
en las lenguas, en los Derechos, en la literatura mítica y en la cosmovisión indígena,
que tiene en su haber un dilatado repertorio bibliográfico especializado. Una
investigadora como la copa de un pino, además, de una luchadora modélica, una
mujer sencilla, honesta, con elevados principios y dignos valores de ser
replicados en serie. En definitiva, todo un referente ecuatoriano-americano de
gran altura y no menos nivel.
A mí no me hará falta esperar al
paso del tiempo para decir entonces con el mismo orgullo, con que lo expreso en
este momento, que he tenido la fortuna de conocer a RUTH MOYA; la excepcional oportunidad
de disfrutar e intentar aprehender y aprender de sus enseñanzas y sabiduría; así
como reconocer públicamente su influjo tanto en el fortificación mi amor por la
docencia y por la investigación desde el humanismo como en el compromiso social
y los valores éticos; pero, sobre todo, la inmensa suerte de compartir su
amistad.
No, no me hace falta esperar tanto
tiempo para expresarlo, LO DIGO DESDE YA, muy alto y más claro para que resuene
en toda “Nuestra América”. Por ello, me van a permitir el atrevimiento de sugerir,
con el mayor de los respetos debidos, que ya va siendo hora, que ya es hora, de
que la sociedad, las instituciones, el ministro de Educación y nuestro
Presidente, Lenin Moreno, valoren la posibilidad de reconocer la significativa y
ejemplar trayectoria a toda una vida de una mujer que tanto ha honrado y
prestigiado a este país y a la región Latinoamericana, porque como muy bien dicta
la sabiduría popular “de bien nacido es ser bien agradecido” o parafraseando a uno
de nuestros más grandes libertadores humanísticos, José Martí, “Honrar, honra”.
Fuente: http://ecuadoruniversitario.com/opinion/ruth-moya-una-las-grandes-intelectuales-ecuatorianas/
Fuente: http://ecuadoruniversitario.com/opinion/ruth-moya-una-las-grandes-intelectuales-ecuatorianas/
Justo homenaje, profesor Castellanos, a una insigne trabajadora de la educación latinoamericana. Quienes hemos tenido la suerte y el privilegio de haber conocido a Ruth y aprendido de ella, nos sentimos agradecidos por sus contribuciones y por su esfuerzo para sembrar en tan honroso terreno, el de la educación. ¡Juyayay, Ruth Moya!
ResponderEliminarILEANA SOTO