Manuel Ferrer Muñoz
Cuando empecé la
lectura de un libro de mi buen amigo Arturo Luque -Ecuaintegra.Tejiendo redes, construyendo puentes: miradas a la Red
de Científicos Españoles en Ecuador. Hoja de ruta para (e)migrar-,
recientemente publicado por la Editorial Centro de Estudios Sociales de América
Latina, nada más adentrarme en sus primeros renglones, me acometió la
perplejidad. ¿Constituye Ecuaintegra, como sugiere el título, la plataforma
analítica desde la que se afronta la investigación sobre las redes que culmina
en este ‘manual de instrucciones’, demasiado parecido a ratos a una ‘guía
turística’?; ¿o se trata más bien de un balance de la experiencia acumulada y del
trabajo realizado por la Red de Científicos Españoles en Ecuador, también
citada en el kilométrico título, pero ausente prácticamente en el cuerpo del
libro y casi relegada a la condición de medio instrumental que sirvió para
recabar información de algunos de sus miembros para una encuesta?
Sorprende mucho que,
si como parece, la Red Ecuaintegra es el espacio desde el que se han llevado a
cabo las observaciones y el análisis plasmados en estas páginas, sólo se la
mencione en el primer renglón de la Presentación, sin que aparezca referenciada
en ningún otro lugar del texto. Del mismo modo resulta extraño que, a la vista
del papel clave que ha desempeñado la Red de Científicos Españoles en Ecuador
para este estudio, dejen de reseñarse las circunstancias de su puesta en
funcionamiento y de sus primeros pasos, y simplemente se la registre como una
de las líneas que hay que explorar (p. 10), de donde se infiere que, de modo un
tanto contradictorio, no ha sido explorada a cabalidad en este trabajo.
Considero un
imperativo moral esforzarme por suplir las carencias tocantes a la Red de
Científicos Españoles en Ecuador, aunque sólo sea en parte, con objeto de
‘humanizar’ y ‘encarnar’ lo que el texto recoge en cuestionarios y tablas y cuadros
estadísticos: y éste es el propósito de este escrito que comparto al Centro de
Estudios Sociales de América Latina, en la confianza de que, como el autor del
libro, aceptarán esta crítica constructiva: a fin de cuentas, el Dr. Luque no
es historiador y tiene todo el derecho del mundo a desconocer los enfoques más
cercanos de quienes investigamos en sucesos -pequeños o grandes- que forman
parte de la historia cotidiana de los pueblos, o que se integrarán en ella. Sí
he de reconocer mi decepción por el hecho de que, a pesar de la estrecha
amistad que nos une, el autor del texto no solicitara una colaboración que le
habría prestado de mil amores: una omisión que, sin duda, es fruto de las
prisas por dar a luz este trabajo; y ya se sabe: las prisas no son buenas
consejeras.
Conste que hago este
comentario y asumo esta iniciativa a título personal y desde mi experiencia inmediata
y directa, pues fui yo quien promovió la Red, en febrero de 2018, después de
contactos previos con la Fundación Española para
la Ciencia y la Tecnología y con la Red de Científicos Españoles
en México, que precedieron a las gestiones llevadas a cabo con el responsable
de la Oficina de Empleo y de la Seguridad Social (OESS) de la Embajada de
España en Quito, en las que destaqué la importancia de la acción conjunta
y de la colaboración con otras Redes de Científicos Españoles que funcionan ya
en otros muchos países (Estados Unidos, México, Reino Unido, Alemania, Suecia,
Dinamarca, Italia, Bélgica, Irlanda, República Checa, Suiza, China, Japón y
Australia).
Tras esos pasos
preliminares, invité a muchos colegas de diversas universidades ecuatorianas a
que se sumaran al proyecto. Si bien la respuesta inicial fue excelente, el
correr del tiempo puso en evidencia el escaso sentido solidario de muchas de
las personas que habían expresado su entusiasmo. Pocas parecieron dispuestas a
remangarse y ponerse a trabajar, pues obviamente preferían beneficiarse del quehacer
ajeno. No faltó algún autodenominado independentista catalán que antepuso su ‘sentido
práctico’ a sus convicciones ideológicas, y no dudó en arrimarse a la Red, en
la confianza de obtener ventaja del trabajo que otros empezaban a llevar a
cabo.
Afortunadamente no
tardó en cohesionarse un pequeño y entusiasta grupo, del que formaba parte
Arturo, que fue allanando dificultades y desbrozando el camino. Diseñamos
estrategias simples para mantener una comunicación efectiva y afectiva, y
promovimos encuentros ocasionales que fueron creando lazos de amistad y
facilitaron la discusión de cuáles debieran ser las prioridades.
Arturo -y Héctor del
Sol, más tarde- serían puntales importantísimos de la Red todavía embrionaria.
Con ellos sumaron fuerzas colegas queridísimos: Javier Álvarez Botas, Álvaro Jiménez Sánchez, Ignacio Angós, Juan F.
Gallardo, Carlos Noceda, Vicente
Ferrándiz, Pedro Carretero, Carlos Fernández, Cristina Pérez,
Fernando Martín, Santiago Ballaz, Enrique de Gea, Miguel García…
Algunos continúan colaborando y otros se han hecho a un lado, por razones
varias que, en algunos casos, tienen que ver con su retorno a España.
Sí es cierto que tanto Arturo como
yo, en cuanto miembros más activos de la comisión organizadora, percibimos con
desaliento que las urgencias del día a día, el sentido de provisionalidad y los
mil pequeños avatares de la compleja vida académica en Ecuador impedirían que
la Red se extendiera al ritmo que habíamos proyectado. Y, persuadidos de esas
limitaciones, ralentizamos el proceso de constitución formal que habíamos
contemplado para el segundo semestre de 2018.
Pero se había logrado romper el
hielo y consolidar un grupito activo. Además, conseguimos apoyo desde la ya
mencionada OESS, si bien fracasaron los intentos de un encuentro
personal con el Embajador que, a pesar de nuestra insistencia, nunca manifestó el
mínimo interés por una iniciativa que está llamada a adquirir una importancia
grande en la defensa de los derechos de la comunidad científica española en
Ecuador y en la colaboración de sus integrantes en instituciones académicas
ecuatorianas.
He
redactado estas apresuradas líneas desde Benamocarra (Málaga), donde radico
desde noviembre de 2018. No obstante el tiempo transcurrido y la distancia
interpuesta, mantengo un contacto cercano con mis colegas de la Red, y admiro
las capacidades de compromiso y de liderazgo de algunos de ellos -Arturo y
Héctor, muy en particular-, que han empezado a dar sus primeros frutos a través
de gestiones efectuadas con funcionarios de la OESS, sensibles a los retos que
comporta para nuestros compatriotas la residencia en Ecuador, un país abocado a
una crisis múltiple, permanente y profunda, que no augura un panorama
precisamente optimista, a pesar de sus enormes posibilidades y de la calidad
humana de muchos de sus ciudadanos.
Soy
consciente del estancamiento que las actuales circunstancias han provocado en
el proceso de expansión de la Red. Y entiendo que no será fácil revertir esa
tendencia. Pero sí quiero trasladar a mis compañeros un saludo de aliento desde
este rincón remoto del sur de España. Nunca los comienzos fueron fáciles; pero
si hay voluntad de perseverar y convencimiento de que el empeño vale la pena,
hay que seguir adelante, modulando tal vez entusiasmos primerizos y pasajeros y
ciñéndose a las realidades del momento que, por fuerza, condicionan el quehacer
de quienes afrontan nuevos retos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario