lunes, 29 de junio de 2020

Red de Científicos Españoles en Ecuador: sus primeras andanzas

Manuel Ferrer Muñoz

Dr. Manuel Ferrer Muñoz (PhD)
Cuando empecé la lectura de un libro de mi buen amigo Arturo Luque -Ecuaintegra.Tejiendo redes, construyendo puentes: miradas a la Red de Científicos Españoles en Ecuador. Hoja de ruta para (e)migrar-, recientemente publicado por la Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina, nada más adentrarme en sus primeros renglones, me acometió la perplejidad. ¿Constituye Ecuaintegra, como sugiere el título, la plataforma analítica desde la que se afronta la investigación sobre las redes que culmina en este ‘manual de instrucciones’, demasiado parecido a ratos a una ‘guía turística’?; ¿o se trata más bien de un balance de la experiencia acumulada y del trabajo realizado por la Red de Científicos Españoles en Ecuador, también citada en el kilométrico título, pero ausente prácticamente en el cuerpo del libro y casi relegada a la condición de medio instrumental que sirvió para recabar información de algunos de sus miembros para una encuesta?
Sorprende mucho que, si como parece, la Red Ecuaintegra es el espacio desde el que se han llevado a cabo las observaciones y el análisis plasmados en estas páginas, sólo se la mencione en el primer renglón de la Presentación, sin que aparezca referenciada en ningún otro lugar del texto. Del mismo modo resulta extraño que, a la vista del papel clave que ha desempeñado la Red de Científicos Españoles en Ecuador para este estudio, dejen de reseñarse las circunstancias de su puesta en funcionamiento y de sus primeros pasos, y simplemente se la registre como una de las líneas que hay que explorar (p. 10), de donde se infiere que, de modo un tanto contradictorio, no ha sido explorada a cabalidad en este trabajo.
Considero un imperativo moral esforzarme por suplir las carencias tocantes a la Red de Científicos Españoles en Ecuador, aunque sólo sea en parte, con objeto de ‘humanizar’ y ‘encarnar’ lo que el texto recoge en cuestionarios y tablas y cuadros estadísticos: y éste es el propósito de este escrito que comparto al Centro de Estudios Sociales de América Latina, en la confianza de que, como el autor del libro, aceptarán esta crítica constructiva: a fin de cuentas, el Dr. Luque no es historiador y tiene todo el derecho del mundo a desconocer los enfoques más cercanos de quienes investigamos en sucesos -pequeños o grandes- que forman parte de la historia cotidiana de los pueblos, o que se integrarán en ella. Sí he de reconocer mi decepción por el hecho de que, a pesar de la estrecha amistad que nos une, el autor del texto no solicitara una colaboración que le habría prestado de mil amores: una omisión que, sin duda, es fruto de las prisas por dar a luz este trabajo; y ya se sabe: las prisas no son buenas consejeras.
Conste que hago este comentario y asumo esta iniciativa a título personal y desde mi experiencia inmediata y directa, pues fui yo quien promovió la Red, en febrero de 2018, después de contactos previos con la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología y con la Red de Científicos Españoles en México, que precedieron a las gestiones llevadas a cabo con el responsable de la Oficina de Empleo y de la Seguridad Social (OESS) de la Embajada de España en Quito, en las que destaqué la importancia de la acción conjunta y de la colaboración con otras Redes de Científicos Españoles que funcionan ya en otros muchos países (Estados Unidos, México, Reino Unido, Alemania, Suecia, Dinamarca, Italia, Bélgica, Irlanda, República Checa, Suiza, China, Japón y Australia).
Tras esos pasos preliminares, invité a muchos colegas de diversas universidades ecuatorianas a que se sumaran al proyecto. Si bien la respuesta inicial fue excelente, el correr del tiempo puso en evidencia el escaso sentido solidario de muchas de las personas que habían expresado su entusiasmo. Pocas parecieron dispuestas a remangarse y ponerse a trabajar, pues obviamente preferían beneficiarse del quehacer ajeno. No faltó algún autodenominado independentista catalán que antepuso su ‘sentido práctico’ a sus convicciones ideológicas, y no dudó en arrimarse a la Red, en la confianza de obtener ventaja del trabajo que otros empezaban a llevar a cabo.
Afortunadamente no tardó en cohesionarse un pequeño y entusiasta grupo, del que formaba parte Arturo, que fue allanando dificultades y desbrozando el camino. Diseñamos estrategias simples para mantener una comunicación efectiva y afectiva, y promovimos encuentros ocasionales que fueron creando lazos de amistad y facilitaron la discusión de cuáles debieran ser las prioridades.
Arturo -y Héctor del Sol, más tarde- serían puntales importantísimos de la Red todavía embrionaria. Con ellos sumaron fuerzas colegas queridísimos: Javier Álvarez Botas, Álvaro Jiménez Sánchez, Ignacio Angós, Juan F. Gallardo, Carlos Noceda, Vicente Ferrándiz, Pedro Carretero, Carlos Fernández, Cristina Pérez, Fernando Martín, Santiago Ballaz, Enrique de Gea, Miguel García… Algunos continúan colaborando y otros se han hecho a un lado, por razones varias que, en algunos casos, tienen que ver con su retorno a España.
Sí es cierto que tanto Arturo como yo, en cuanto miembros más activos de la comisión organizadora, percibimos con desaliento que las urgencias del día a día, el sentido de provisionalidad y los mil pequeños avatares de la compleja vida académica en Ecuador impedirían que la Red se extendiera al ritmo que habíamos proyectado. Y, persuadidos de esas limitaciones, ralentizamos el proceso de constitución formal que habíamos contemplado para el segundo semestre de 2018.
Pero se había logrado romper el hielo y consolidar un grupito activo. Además, conseguimos apoyo desde la ya mencionada OESS, si bien fracasaron los intentos de un encuentro personal con el Embajador que, a pesar de nuestra insistencia, nunca manifestó el mínimo interés por una iniciativa que está llamada a adquirir una importancia grande en la defensa de los derechos de la comunidad científica española en Ecuador y en la colaboración de sus integrantes en instituciones académicas ecuatorianas.
He redactado estas apresuradas líneas desde Benamocarra (Málaga), donde radico desde noviembre de 2018. No obstante el tiempo transcurrido y la distancia interpuesta, mantengo un contacto cercano con mis colegas de la Red, y admiro las capacidades de compromiso y de liderazgo de algunos de ellos -Arturo y Héctor, muy en particular-, que han empezado a dar sus primeros frutos a través de gestiones efectuadas con funcionarios de la OESS, sensibles a los retos que comporta para nuestros compatriotas la residencia en Ecuador, un país abocado a una crisis múltiple, permanente y profunda, que no augura un panorama precisamente optimista, a pesar de sus enormes posibilidades y de la calidad humana de muchos de sus ciudadanos.
Soy consciente del estancamiento que las actuales circunstancias han provocado en el proceso de expansión de la Red. Y entiendo que no será fácil revertir esa tendencia. Pero sí quiero trasladar a mis compañeros un saludo de aliento desde este rincón remoto del sur de España. Nunca los comienzos fueron fáciles; pero si hay voluntad de perseverar y convencimiento de que el empeño vale la pena, hay que seguir adelante, modulando tal vez entusiasmos primerizos y pasajeros y ciñéndose a las realidades del momento que, por fuerza, condicionan el quehacer de quienes afrontan nuevos retos.

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