Erick Jara
A la basura todo. Nada toma sentido si la pregunta de oro no envenena la conciencia: Sobre la existencia: ¿Quién soy?
Tierna la etapa
de ficticios colores con minúscula experiencia, viajera de pies pequeños y sonrisa
inocente donde creíamos que estaba envuelto el mundo. No, nadie nos dijo que
llevásemos la mirada para otro lado. ¿Fue esta acaso una ofrenda de aquel con
luz difusa en los ojos y atado al capital, para no manchar nuestra casta felicidad?
Es joven, qué más da –decían–. Cabe la posibilidad de que nos protegían de los
lentes con los que ellos miraban la realidad.
Desde luego que no condeno este acto honesto por parte del adulto, el
problema es cuando revienta la burbuja protectora y nos llegamos a sentir
ajenos a la realidad poco antes pensada, para observar que la vida ética de un
niño estaba condicionada a la voz del progenitor. Cuando crecemos, aunque sin
criterios y perdidos en un abismo normativo, nos ponemos en contra del “ser
buenos” por el soborno del no castigo, peor aún, del cielo; es aquí cuando las
puertas al mundo se abren para dar uso a la decisión o a la afamada libertad,
sin que este acto signifique algo positivo o negativo. Pero, ¿qué pasa cuando
un minúsculo adolescente con nada de valor para el universo, empieza a abusar
del uso de su libertad? Yo, por ejemplo, la usé, o quizá no. ¿Cómo usas algo que
no sabes lo que significa?
La última pregunta mencionada en el párrafo anterior llegaría a dar una
salida a ese abismo en el que se encuentra un joven perdido en una moral
heredada y ética por activar. Como otros grandes pensadores ya lo han dicho,
aquella pregunta nos puede ayudar a encontrar placer en la búsqueda de la
verdad. Es como si la razón de nuestra existencia descansara en la búsqueda de
la misma. Así el uso de la libertad llegaría a entenderse mejor, para verla
como un contrato colectivo necesario en nuestra supervivencia.
Pregunto: ¿Existirá un libro dónde estén escritas todas estas preguntas?
Desde luego que “El Mundo de Sofía” no es el único libro de iniciación a
la filosofía. ¿Existirá un lugar como el ágora donde se discutan las preguntas
de Sofía? Desde luego que no en la escuela. Pero entonces, ¿para qué vamos a la
escuela y más aún en tiempos de virtualidad por pandemia? ¿Quizá para aprender
a leer, escribir y responder preguntas muertas? ¿Cuándo se estudia nuestra
existencia, nuestra libertad?
La escuela debe ser ese espacio que muestre el mundo al niño/a y detenga el
tiempo para analizar sus bellezas y acompañe a la búsqueda de sus respuestas.
La escuela somos todos, es un deber universal, o es que acaso solo aprendemos y
nunca enseñamos lo que sabemos. La obligación de responder y enseñar la
pregunta de “¿Cómo usar algo que no sé lo que significa?” recae sobre todos
nosotros. Es un deber social, tiene que ser cumplido si queremos hacer de la
libertad un acto verdaderamente libre. No necesitamos en las escuelas esas
charlas eternas donde el maestro –sentado en el trono– clame, por toda una
hora, su tesis: – ¡Pórtense bien que llamaré a sus padres!
Sí, necesitamos de unas simples y tan complejas palabras vivas y
energéticas, de tono vulgar y filosófico para romper con el confort, adueñarnos
de la historia y su cultura y apropiarnos de la libertad, la pregunta de oro: –
¿Quién carajo eres?
He decidido trazar las anteriores líneas para presentar un hecho que motivó
a muchos a la crítica social, además de invitar al lector –y sobre todo a este
humilde escritor– a pensar sobre sus actos y los del otro, para encaminarse a
la apropiación de su realidad.
Cuento: El 2 de noviembre gracias a la invitación a moderar la presentación
del libro “Lo escrito, escrito está” de Simón Valdivieso, recibida de mi
gran amigo y mentor, José Manuel Castellano, editor-jefe de la Editorial Centro
de Estudios Sociales de América Latina, vivencié con la compañía de muchos la
decadencia social.
Sí, hablo de esos así llamados comediantes, quienes por molestar un evento
de relevancia social, como fue el de Simón, piensan que todos disfrutamos y
reímos a carcajadas por sus interrupciones; actos que se deben afrontar en la
virtualidad. Siendo sincero, no los culpo, pues son una representación de la
calidad social al día de hoy. Son los monigotes de un sistema sucio y pintado
de conformismo que no entiende la vida en cultura. Lastimosamente no podemos
estar en continua amistad con la conciencia y entender el daño que causamos
hasta que un altruista nos pone los pies sobre la tierra.
Este escrito no busca presentar un odio a esos “comediantes”, más bien
intento crear una empatía con aquellos: los obligados a estar solos ya que
nadie en su mundo se ha preocupado por ellos. Yo fui así, el que fastidiaba en
su máximo esplendor. No siento pena al decirlo, más bien me motiva a lo que
Simón Valdivieso en su texto dijo, “ajustar la palabra a la acción”. De
adolescente sentía esos mismos miedos que detallé en los primeros párrafos.
Había una necesidad de soltar la moral heredada para sentir la brisa de la
“libertad”, como aquellos que interrumpieron la sesión. Y nuevamente pregunto,
¿cómo usas algo que no sabes lo que significa?
Intento responder, “¿Quién soy?”. Es esa pregunta inicial que puede ser una
gran alternativa a las enseñanzas tradicionalistas de cumplir por obligación y
no por disfrute. Resulta crucial que aceptemos la labor social de cuestionar
nuestras prácticas para encontrar sentido a las cosas, no podemos enseñar algo
que nunca reflexionamos. Buscar el significado de las cosas constituye
encontrar la esencia de las mismas; darle un valor a lo que se presentaba como
desconocido. Hay que impulsar el contagio a las dudas existenciales y motivar
sus respuestas, a sabiendas de sus límites. Como he dicho, es una labor de
todos y no solo de los docentes.
El suceso, por una parte, desagradable para muchos y, por otra, inspiradora
a la reflexión, expone al desnudo a una sociedad marginada de preguntas con
esencia filosófica. Los “comediantes” en esta ocasión, buscan placeres vagos
del momento, un mal uso de las libertades que la virtualidad ofrece; muestran
la necesidad profunda de decir, “aquí estoy, por favor mírenme, necesito sentir
que existo”. No solo vivimos de pan y agua, también de la existencia.
Todo lo expuesto, desde luego que no es una solución absoluta, peor aún una verdad. Solamente expreso, lo que a mí criterio, junto con algunas reflexiones del libro “El valor de ser uno mismo” de Torralba; un buen profesor-mentor; y la invitación a una primera lectura, fueron de ayuda para disfrutar las melodías de una vida compleja y hermosa. Esa pregunta de oro –implícita pues estaba en todo lado, a falta de saber observar– me permitió renacer y vivir en cultura. Y así es como, desde la posición de educador, surgió el deseo de aprender un poquito más de la belleza del mundo. Quiero en conjunto con mis futuros estudiantes continuar buscando el sentido profundo de la vida, para no caer en placeres vagos donde el espíritu curioso se pierda en la obscuridad.
FELICITACIONES QUERIDO ERICK!
ResponderEliminarSus recuerdos, observaciones, experiencias, y reflexiones son realmente profundas...han dejado en su ser raíces firmes, convirtiéndolo en un ser humano excepcional: Preparado, visionario, culto, automotivado, y sobre todo con una voluntad inagotable por trabajar por el bien común, sus convicciones, y porque ninguno de sus estudiantes en el futuro sea un ser ignorado, olvidado... ¡nunca más!
¡Erick es un ejemplo a seguir!
Con respeto y admiración,
Alicia.
Muy buen trabajo
ResponderEliminarMuy buen trabajo
ResponderEliminarFelicidades sobrino muy bonito
ResponderEliminar