viernes, 11 de diciembre de 2020

Sobre la existencia

Erick Jara

A la basura todo. Nada toma sentido si la pregunta de oro no envenena la conciencia: Sobre la existencia: ¿Quién soy?

Tierna la etapa de ficticios colores con minúscula experiencia, viajera de pies pequeños y sonrisa inocente donde creíamos que estaba envuelto el mundo. No, nadie nos dijo que llevásemos la mirada para otro lado. ¿Fue esta acaso una ofrenda de aquel con luz difusa en los ojos y atado al capital, para no manchar nuestra casta felicidad? Es joven, qué más da –decían–. Cabe la posibilidad de que nos protegían de los lentes con los que ellos miraban la realidad.

Desde luego que no condeno este acto honesto por parte del adulto, el problema es cuando revienta la burbuja protectora y nos llegamos a sentir ajenos a la realidad poco antes pensada, para observar que la vida ética de un niño estaba condicionada a la voz del progenitor. Cuando crecemos, aunque sin criterios y perdidos en un abismo normativo, nos ponemos en contra del “ser buenos” por el soborno del no castigo, peor aún, del cielo; es aquí cuando las puertas al mundo se abren para dar uso a la decisión o a la afamada libertad, sin que este acto signifique algo positivo o negativo. Pero, ¿qué pasa cuando un minúsculo adolescente con nada de valor para el universo, empieza a abusar del uso de su libertad? Yo, por ejemplo, la usé, o quizá no. ¿Cómo usas algo que no sabes lo que significa?

La última pregunta mencionada en el párrafo anterior llegaría a dar una salida a ese abismo en el que se encuentra un joven perdido en una moral heredada y ética por activar. Como otros grandes pensadores ya lo han dicho, aquella pregunta nos puede ayudar a encontrar placer en la búsqueda de la verdad. Es como si la razón de nuestra existencia descansara en la búsqueda de la misma. Así el uso de la libertad llegaría a entenderse mejor, para verla como un contrato colectivo necesario en nuestra supervivencia.

Pregunto: ¿Existirá un libro dónde estén escritas todas estas preguntas? Desde luego que “El Mundo de Sofía” no es el único libro de iniciación a la filosofía. ¿Existirá un lugar como el ágora donde se discutan las preguntas de Sofía? Desde luego que no en la escuela. Pero entonces, ¿para qué vamos a la escuela y más aún en tiempos de virtualidad por pandemia? ¿Quizá para aprender a leer, escribir y responder preguntas muertas? ¿Cuándo se estudia nuestra existencia, nuestra libertad?

La escuela debe ser ese espacio que muestre el mundo al niño/a y detenga el tiempo para analizar sus bellezas y acompañe a la búsqueda de sus respuestas. La escuela somos todos, es un deber universal, o es que acaso solo aprendemos y nunca enseñamos lo que sabemos. La obligación de responder y enseñar la pregunta de “¿Cómo usar algo que no sé lo que significa?” recae sobre todos nosotros. Es un deber social, tiene que ser cumplido si queremos hacer de la libertad un acto verdaderamente libre. No necesitamos en las escuelas esas charlas eternas donde el maestro –sentado en el trono– clame, por toda una hora, su tesis: – ¡Pórtense bien que llamaré a sus padres!

Sí, necesitamos de unas simples y tan complejas palabras vivas y energéticas, de tono vulgar y filosófico para romper con el confort, adueñarnos de la historia y su cultura y apropiarnos de la libertad, la pregunta de oro: – ¿Quién carajo eres?

He decidido trazar las anteriores líneas para presentar un hecho que motivó a muchos a la crítica social, además de invitar al lector –y sobre todo a este humilde escritor– a pensar sobre sus actos y los del otro, para encaminarse a la apropiación de su realidad.

Cuento: El 2 de noviembre gracias a la invitación a moderar la presentación del libro “Lo escrito, escrito está” de Simón Valdivieso, recibida de mi gran amigo y mentor, José Manuel Castellano, editor-jefe de la Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina, vivencié con la compañía de muchos la decadencia social.

Sí, hablo de esos así llamados comediantes, quienes por molestar un evento de relevancia social, como fue el de Simón, piensan que todos disfrutamos y reímos a carcajadas por sus interrupciones; actos que se deben afrontar en la virtualidad. Siendo sincero, no los culpo, pues son una representación de la calidad social al día de hoy. Son los monigotes de un sistema sucio y pintado de conformismo que no entiende la vida en cultura. Lastimosamente no podemos estar en continua amistad con la conciencia y entender el daño que causamos hasta que un altruista nos pone los pies sobre la tierra.

Este escrito no busca presentar un odio a esos “comediantes”, más bien intento crear una empatía con aquellos: los obligados a estar solos ya que nadie en su mundo se ha preocupado por ellos. Yo fui así, el que fastidiaba en su máximo esplendor. No siento pena al decirlo, más bien me motiva a lo que Simón Valdivieso en su texto dijo, “ajustar la palabra a la acción”. De adolescente sentía esos mismos miedos que detallé en los primeros párrafos. Había una necesidad de soltar la moral heredada para sentir la brisa de la “libertad”, como aquellos que interrumpieron la sesión. Y nuevamente pregunto, ¿cómo usas algo que no sabes lo que significa?

Intento responder, “¿Quién soy?”. Es esa pregunta inicial que puede ser una gran alternativa a las enseñanzas tradicionalistas de cumplir por obligación y no por disfrute. Resulta crucial que aceptemos la labor social de cuestionar nuestras prácticas para encontrar sentido a las cosas, no podemos enseñar algo que nunca reflexionamos. Buscar el significado de las cosas constituye encontrar la esencia de las mismas; darle un valor a lo que se presentaba como desconocido. Hay que impulsar el contagio a las dudas existenciales y motivar sus respuestas, a sabiendas de sus límites. Como he dicho, es una labor de todos y no solo de los docentes.

El suceso, por una parte, desagradable para muchos y, por otra, inspiradora a la reflexión, expone al desnudo a una sociedad marginada de preguntas con esencia filosófica. Los “comediantes” en esta ocasión, buscan placeres vagos del momento, un mal uso de las libertades que la virtualidad ofrece; muestran la necesidad profunda de decir, “aquí estoy, por favor mírenme, necesito sentir que existo”. No solo vivimos de pan y agua, también de la existencia.

Todo lo expuesto, desde luego que no es una solución absoluta, peor aún una verdad. Solamente expreso, lo que a mí criterio, junto con algunas reflexiones del libro “El valor de ser uno mismo” de Torralba; un buen profesor-mentor; y la invitación a una primera lectura, fueron de ayuda para disfrutar las melodías de una vida compleja y hermosa. Esa pregunta de oro –implícita pues estaba en todo lado, a falta de saber observar– me permitió renacer y vivir en cultura. Y así es como, desde la posición de educador, surgió el deseo de aprender un poquito más de la belleza del mundo. Quiero en conjunto con mis futuros estudiantes continuar buscando el sentido profundo de la vida, para no caer en placeres vagos donde el espíritu curioso se pierda en la obscuridad.

4 comentarios:

  1. FELICITACIONES QUERIDO ERICK!
    Sus recuerdos, observaciones, experiencias, y reflexiones son realmente profundas...han dejado en su ser raíces firmes, convirtiéndolo en un ser humano excepcional: Preparado, visionario, culto, automotivado, y sobre todo con una voluntad inagotable por trabajar por el bien común, sus convicciones, y porque ninguno de sus estudiantes en el futuro sea un ser ignorado, olvidado... ¡nunca más!
    ¡Erick es un ejemplo a seguir!

    Con respeto y admiración,
    Alicia.

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