Me es grato compartir con los lectores de este Blog y muy especialmente
con mis alumnos y colegas universitarios un artículo de fondo, clave y esencial
de un amigo al que admiro por su compromiso social e intelectual como es Federico Aguilera Klink,
catedrático de Economía Aplicada y Premio Nacional de Economía y Medio Ambiente
(2004).
El deterioro de la Universidad, si es que alguna vez noha estado deteriorada, queda evidenciado con lo ocurrido en la URJC sobre el Máster de Cifuentes. Pero el deterioro va más allá de este tipo de corrupción y abarca otra corrupción que se puede considerar como el ‘engaño’ en la enseñanza o la falta de cumplimiento de los objetivos de algo que se pueda calificar en serio de Universidad, en el sentido de que enseñe a pensar y haga a las personas mejores personas, precisamente porque se centre en enseñar a pensar por cuenta propia, planteándose las preguntas relevantes para poder entender el mundo en el que vivimos y para poder entenderse mejor uno mismo y rechace el enseñar a obedecer.
En este sentido, la sugerencia que hacía Antonio Machado en su Juan de Mairena en 1936, sigue siendo totalmente válida. “Seguid preguntando, nunca os canséis de preguntar, sin preocuparos demasiado de las respuestas. Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que sólo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes. Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá?...Vosotros preguntad siempre, sin que os detenga ni siquiera el aparente absurdo de vuestras interrogaciones. Veréis que el absurdo es casi siempre una especialidad de las respuestas”. Pero la Universidad sigue sin prestar atención a Machado.
En este sentido, la sugerencia que hacía Antonio Machado en su Juan de Mairena en 1936, sigue siendo totalmente válida. “Seguid preguntando, nunca os canséis de preguntar, sin preocuparos demasiado de las respuestas. Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que sólo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas, a arar el barbecho empedernido de vuestro pensamiento, a sembrar inquietudes. Preguntadlo todo, como hacen los niños. ¿Por qué esto? ¿Por qué lo otro? ¿Por qué lo de más allá?...Vosotros preguntad siempre, sin que os detenga ni siquiera el aparente absurdo de vuestras interrogaciones. Veréis que el absurdo es casi siempre una especialidad de las respuestas”. Pero la Universidad sigue sin prestar atención a Machado.
“Las universidades se han
convertido en amplia medida en las criadas del sistema corporativista. Y esto
no se debe sólo a las especializaciones académicas y sus impenetrables
dialectos, que han servido a su vez para ocultar tras multitud de velos la
acción gubernamental e industrial…si las universidades son incapaces de enseñar
la tradición humanista como parte central de sus más alicortas
especializaciones, es que se han hundido otra vez en lo peor del escolasticismo
medieval” (Ralston,
La civilización inconsciente, 1997: 81-82). El resultado final es que las
miradas críticas, humanistas o, simplemente, conectadas con las preocupaciones
reales de las personas son poco habituales en las universidades que, en su
mayoría, forman ya parte del ‘establishment’ como criadas pero instaladas en la
creencia (¿engañándose?) quizás, de que su trabajo es honesto intelectualmente
y socialmente relevante aunque, en la mayoría de los casos no es así. Dados los
incentivos académicos para ser considerado merecedor de una plaza de profesor,
cada vez es más necesario que el trabajo académico sea socialmente
‘irrelevante’ y no cuestione nada si quieres que te publiquen en alguna revista
‘académicamente relevante’ en el sentido de que ‘cuente’ como mérito
académico. Esto es lo que el escritor norteamericano Philip Roth en su novela
La mancha humana (2000), califica de ‘Basura académica prestigiosa’,
refiriéndose a las universidades norteamericanas. La situación ha ido a peor. “Las universidades ya no preparan a sus alumnos
para el pensamiento crítico, no les enseñan a analizar y criticar los sistemas
de poder y los presupuestos culturales y políticos….se han convertido en
escuelas profesionales, en criaderos de gestores de sistemas preparados para
servir al Estado empresarial. Firmando un pactofaustiano con
éste, muchas de esas universidades han visto incrementarse las donaciones que
reciben y los presupuestos de sus departamentos con miles de millones de
dólares procedentes de empresas y del Gobierno….A cambio, esos centros
universitarios, al igual que los medios de comunicación y las instituciones
religiosas, no solo guardan silencio sobre el poder empresarial, sino que
también tachan de <político> a todo aquel que dentro de sus confines
cuestiona los desmanes empresariales y los excesos del capitalismo sin
trabas…sobre todo en los departamentos de Ciencia Política y Economía, repiten
como loros la desacreditada ideología del capitalismo desregulado” (Hedges,
La muerte de la clase liberal, 2011,22-23).
El resultado final es la irrelevancia
intelectual y social de la Universidad como espacio de reflexión y de
pensamiento independiente, convertida desde hace mucho tiempo en un espacio de
sumisión y de aburrimiento. Las Universidades llevan muchos años vendiendo
humo. Los estudiantes ven con claridad que no aprenden sino
que asisten, dentro del esquema del “estalinismo de mercado” (Fisher,
Realismo capitalista. 2016) a un ritual (no se le puede llamar enseñanza) en el
que no cuenta que se aprenda sino que “prima
la evaluación de los símbolos del desempeño sobre el desempeño real” (Fisher,
2016,76). Es decir, que se satisfaga la apariencia de aprender, de ahí tanta
burocracia y papeleo inútil de carácter ceremonial que hay que cumplir sin que
importe en absoluto si los estudiantes realmente aprenden a pensar por cuenta
propia. Lo importante para aprobar la evaluación que el Ministerio realiza de
cada Facultad o Grado, de cara a renovar la acreditación para seguir
impartiendo la enseñanza, es demostrar que se cumple un protocolo, que se
obedece, que se rellenan bien las Guías Docentes (aunque no se sepa bien qué se
dice en ellas) no qué es realmente lo que se enseña.
Obviamente, formar personas que
piensen por cuenta propia es una amenaza para la continuidad de esta
‘normalidad patológica’ por lo que “…deberá enseñarse la ignorancia en todas sus
formas posibles” [1]. El problema es que “…no se trata de una
tarea fácil y, hasta el momento, salvando algunos progresos, los profesores
tradicionales no han recibido una formación adecuada al respecto. La escuela de
la ignorancia requerirá reeducar a los profesores, es decir, obligarles a “trabajar de forma distinta”, bajo el
despotismo ilustrado de un ejército potente y bien organizado de expertos en
“ciencias de la educación”. Evidentemente, la labor fundamental de dichos
expertos será definir e imponer (por todos los medios de que dispone una
institución jerárquica para garantizar la sumisión de los que de ella dependen)
las condiciones pedagógicas y materiales de lo que Debord llamaba la
“disolución de la lógica”: en otras palabras, “la
pérdida de la posibilidad de reconocer instantáneamente lo que es importante y
lo que es accesorio o está fuera de lugar; lo que es incompatible o, por el
contrario, podría ser complementario; todo lo que implica tal consecuencia y lo
que, al mismo tiempo, impide” (Michéa, La escuela de la ignorancia y sus
condiciones modernas, 2002, 46-47). (Cursiva en el
original).
Y lo mismo ocurre con la investigación, lo
importante no es qué se investiga sino dónde se publica. Mi experiencia es que
la credibilidad la tienen, a título individual, algunos profesores/as pero en
conjunto la universidad es un espacio estéril, de ignorancia, del
que los estudiantes están deseando escapar lo más pronto posible (Saludable
desprecio, llamaba Azaña en 1911 a esta actitud) con su papelito-título de
dudosa utilidad. Esta huída es más que comprensible pero no es nueva. Hace ya
bastantes años que suelo hacer dos preguntas a los estudiantes de distintas
universidades cuando imparto algún curso o conferencia. La primera es ¿Cuándo
dejaron ustedes de estudiar para aprender y empezaron a estudiar para aprobar?
La respuesta unánime es: en el primer cuatrimestre del primer curso de la
Licenciatura o del Grado, algo que yo interpreto como el desánimo total ante
las prácticas habituales de enseñanza. La segunda es ¿Cuántos profesores
sienten que realmente les han enseñado algo o les han transmitido entusiasmo a
lo largo de los cursos de Licenciatura o de Grado? La respuesta nunca pasa de
cinco profesores en toda la carrera, el mismo resultado que expresé yo, y el
grupo de estudiantes amigos, a lo largo de mis años de estudio de la
Licenciatura de Económicas en la Universidad Complutense de Madrid entre 1970 y
1975.
Una Universidad con estos
resultados está prácticamente muerta, es realmente una escuela de ignorancia y
prepara a los estudiantes para ser “cretinos militantes”, como señala Debord o
simplemente los prepara para esta normalidad patológica. De hecho, era Edgar
Morin el que afirmaba en su Introducción al pensamiento complejo (1994)
que “Mientras los medios de comunicación producen la cretinización vulgar, la
Universidad produce la cretinización de alto nivel. La metodología
dominante produce oscurantismo porque no hay asociación entre los elementos
disjuntos del saber ni posibilidad de engranarlos y de reflexionar sobre ellos”.
Aunque habría que ver en qué medida este
“estudiar para aprobar” es una señal de inteligencia, asumiendo que no van a
aprender las majaderías que se les pretenden enseñar, y les hace más inmunes a
esa cretinización, pues los estudiantes aprenden que tienen que repetir lo que
el profesor les dice pero sin creerse nada de lo que escriben. Memorizan,
repiten y borran esperando que en algún otro momento puedan
tener la posibilidad de aprender algo y disfrutarlo. Como le dice un estudiante
a otro en un dibujo de El Roto, “Mejor es que crean que no entendemos lo que
leemos a que sepan que no nos interesa”. Y en otro dibujo del mismo autor, un
estudiante le dice a otro, “Los llaman exámenes, pero se trata de saber si
agachamos bien la cabeza”. El dibujante Miguel Brieva acierta plenamente con su
dibujo sobre la enseñanza al mostrar que ésta se centra en enseñar a Repetir (mentiras)
en lugar de enseñar a Pensar por cuenta propia. Por otro lado, la mayoría de
las carreras universitarias siguen siendo excesivamente largas y sin apenas
contenido relevante, sin enseñar a relacionar, duplicándose y
triplicándose “temas sin contenido y sin profundidad” y evitándose las
cuestiones clave y las preguntas relevantes que son las que permiten comprender
en qué sociedad vivimos, qué implicaciones tiene nuestra manera de “pensar” y
de vivir y qué perspectivas tenemos como especie para vivir de manera razonable
en este planeta.
“Pregunté
a un médico cuánto tiempo tardaría en enseñarme a ser médico. ‘Seis semanas’,
respondió (…) Después de todo, no tardamos en olvidar al menos la mitad de lo
que aprendemos en la universidad (…) Pregunté a un ingeniero cuánto tiempo
tardaría en enseñarme a ser ingeniero. ‘Tres meses’, respondió. No a ser un
verdadero ingeniero, sino a comprender su lenguaje y sus problemas, a aprender
lo esencial de su forma de pensar" (Zeldin, Conversación, 1999). Y peor aún sería con los estudios de
Ciencias Sociales donde se ‘enseña’ a base de Manuales obsoletos y
descontextualizados y se repiten consignas sin tener tiempo para reflexionar
sobre las cuestiones y conceptos relevantes.
Desde
hace unos años, este espacio estéril va siendo cada vez más controlado y
mediatizado por las mal llamadas cátedras empresariales que, en España,
acabarán haciéndose con las propias universidades y dirigirán sus planes de
estudio, su investigación y su formación hacia lo que les interese a esas
cátedras que, con seguridad, no va a ser comprender en profundidad qué es lo
que está ocurriendo, algo que ya saben bien pues son ellas protagonistas y
orientadoras de lo que ocurre. Ya sabemos que los bancos no van a crear
cátedras que estudien con libertad temas como las pensiones públicas para que
se pueda concluir que los bancos tienen que pagar más impuestos y que hay
soluciones distintas a las de suscribir planes privados de pensiones, ni es
probable que las cátedras de Turismo vayan a aconsejar disminuir el número de
turistas aunque la saturación sea obvia y los costes sociales que impone el
turismo sean muy elevados. Las cátedras están creando profesores e
investigadores sumisos y obedientes que, además, se sienten orgullosos de su
trabajo sumiso. La continuidad de la irrelevancia y de la mediocridad está
garantizada y, mientras los estudiantes aguanten y no hagan públicas sus
vivencias y expresen su queja por el fraude que supone recibir unas clases de tan
baja calidad, esto no cambiará como no parece haber cambiado mucho desde hace
más de un siglo.
En 1911, Azaña escribió un breve texto sobre
la Universidad que mantiene una actualidad lamentable, ahora teñida con un
barniz de pedagogía moderna, y con el mismo desprecio por parte de los
estudiantes, ahora disfrazado de ‘fracaso escolar’ aunque quizás sería más
preciso calificarlo como rechazo estudiantil o fracaso de la Universidad.
Señalo algunos párrafos, “Triste y
difícil es la vida de Universidad (…) hay que sufrir la aridez de las clases
sin objeto, someterse a una gimnasia mental absurda, apechugar con libros
farragosos y tragarlos como quien traga estopa (…) A las «lecciones de
cosas» que se esfuerzan en darle los últimos eslabones de la cadena
administrativa opone la juventud un saludable desprecio. ¡Todo esto
pasará como una torturante pesadilla! El escolar aprende a contar el tiempo,
como no lo contará más en su vida, como no lo cuenta nadie, sino cuando está
cautivo o preso (…) Hornadas de doctores, de licenciados, salen cada año
preparados para abrirse camino a través de la libre competencia. Mas, ¡a qué
precio! La Universidad no es un hogar científico, un centro
de investigación, un probadero de la aptitud; es
una oficina montada para servir los intereses ya nombrados,
una estufa donde se mantienen vivas y se cultivan las más perniciosas
supervivencias. El régimen de la Universidad parece hecho para adormecer las
grandes cualidades y fomentar el contagio moral, la propagación de todos los
gérmenes nocivos que incuba el alma. En ese régimen naufragan
los peores y los mejores; flotan y sobreviven los mediocres”
(Azaña, “El templo de Minerva”, 1911). Desde luego, después de lo que está
aflorando a raíz del caso Cifuentes (y de los muchos casos similares que debe
haber en otras universidades), hay que reconocer lo poco que hemos avanzado.
[1] http://lhblog.nuevaradio.org/b2-img/DebordGuyComentarios.pdf
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