viernes, 5 de marzo de 2021

BREVE ESBOZO SOBRE EL PAPEL DE LA MUJER ECUATORIANA A TRAVÉS DE LA HISTORIA

Por: José Manuel Castellano Gil (PhD)

 "Mi reconocimiento y admiración a las mujeres ecuatorianas libertarias".


La mujer ha ejercido, sin duda alguna, una labor clave a lo largo de la historia, sin embargo, su condición de dependencia jurídica con respecto al hombre y la absoluta discriminación, a la que ha sido sometida en todos los aspectos de la vida social, le ha llevado a enfrentar una lucha constante por el reconocimiento de sus derechos. De modo que aproximarse al conocimiento de la historia de la mujer policía ecuatoriana requiere de una exposición de partida sobre su evolución en un contexto interdependiente y global, ya que es un componente activo y generador de nuevos procesos en esa batalla que continúa aún abierta en la consecución de una legítima y justa igualdad entre géneros.

La mujer como sujeto histórico es una línea de investigación relativamente reciente que adquiere un gran impulso en las últimas décadas del siglo XX. La nueva configuración social, surgida a partir de la reivindicación de los derechos de la mujer y su incorporación al mundo laboral a lo largo de la pasada centuria, da lugar a una transformación paulatina y continuada en todos los órdenes y, como consecuencia, a una progresiva readaptación social e implementación de políticas igualitarias que actualmente sigue abierta.

La relevancia de este acontecimiento ha centrado la atención de diversos investigadores sobre la necesidad de ahondar en el papel histórico jugado por las mujeres, con la finalidad de visibilizar su actuación y reconocimiento en pos de una transformación social. Esta reconstrucción histórica se encuentra en procesos activos de revisión y renovación, a partir de la acumulación de los conocimientos resultantes y en la aplicación de diversas propuestas metodológicas desde la parcela académica. Las primeras investigaciones realizadas sobre la mujer en la región Latinoamericana tenían como asunto prioritario el estudio de las organizaciones feministas y su incursión en el mundo político. Sin duda, en estas últimas décadas se ha intensificado y diversificado nuevas perspectivas temáticas centradas en el periodo colonial y republicano desde diferentes enfoques, aunque, por otro lado, se detecta todavía un gran déficit de conocimiento sobre el rol de la mujer en las sociedades originarias de América Latina.

La lucha reivindicativa de la mujer a lo largo del tiempo se ha caracterizado por un ritmo lento que atraviesa una amplia franja temporal. Esa legítima búsqueda de acceso a los espacios sociales ha obligado a la mujer hacer frente a la rígida estructura patriarcal dominante en todo momento, bajo visiones y planteamientos que deben ser interpretados en su propia contextualización sociohistórica.

Una batalla que, independientemente de sus actuaciones y objetivos planteados en cada etapa, ha tenido un punto de referencia común: la activa y relevante participación social de la mujer. En ese camino recorrido la mujer ha sabido demostrar su enorme capacidad de perseverancia, superación y su plena convicción en la materialización de sus aspiraciones: desde el reconocimiento jurídico a su ingreso en los centros educativos, a su entrada al mundo laboral, académico, cultural y político. Ese proceso no puede entenderse sin la labor, en unos casos, de las acciones individuales que han servido como referencia modélica, y, en otros, de forma colectiva, canalizada a través de organizaciones feministas, por su empuje y presión social e institucional en la introducción de nuevas normativas legales.

Los primeros antecedentes de acciones colectivas de reivindicación de la mujer tienen su origen en la propia ausencia de contenidos referidos a los derechos de igualdad y género entre los ejes fundamentados sobre Libertad, Igualdad y Fraternidad propugnados por la Revolución Francesa (1789). Consecuencia de ello, la escritora francesa Marie Gouze, conocida por el seudónimo Olympe de Gouges, en 1791 elaboraba la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Se iniciaba así, una larga batalla por la emancipación de la mujer y la igualdad de derechos en todos los ámbitos (derecho al voto, a la propiedad privada, a la educación, a ejercer cargos públicos, etc.).

Un siglo después, en 1911, tenía lugar en los EE.UU. la primera celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, aunque no sería hasta 1972 cuando la ONU aprobara la declaración del Día Internacional de la Mujer, a celebrase el 8 de marzo de 1975, como reconocimiento a su lucha histórica. De esta forma se consolidaba una voluntad institucional de construir una sociedad plural e igualitaria entre géneros, a través de regulaciones y exigencias normativas propias y de adhesión a las internacionales. Esa evolución ha sido muy desigual en el tiempo y entre los territorios, aunque en 1948 las Naciones Unidas reconocía el sufragio femenino. A pesar de ello, durante el siglo XIX y gran parte del XX, la situación de la mujer se caracterizaba por unas duras restricciones en el desempeño de sus actividades sociales, laborales y por una desigualdad política y educacional.

Uno de los grandes temas de batalla planteado por la mujer en los albores de la contemporaneidad estuvo asociado al sufragio. Se debe recordar que, hasta hace muy poco tiempo, la mujer carecía de capacidad y reconocimiento jurídico y, por tanto, su actuación como ciudadana se encontraba restringida, sometida y dependiente de una potestad que recaía directamente en sus padres o esposos. El movimiento sufragista, por tanto, introducía un cuestionamiento del carácter representativo de los gobiernos en manos del hombre y, por consiguiente, las mujeres activaron una intensa lucha cívica en contra de su exclusión representativa. De forma paralela, y como consecuencia del cambio en las estructuras socioeconómicas, junto al derecho al voto, se incorporaba nuevas demandas, como el acceso a la educación, al trabajo y la abolición de la doble moral sexual, etc. Así en el espacio latinoamericano, como veremos más adelante, el reconocimiento del derecho de la mujer a ejercer el voto tiene rostro y nombre de mujer ecuatoriana: Matilde Hidalgo de Prócel. Desde esas conquistas las mujeres diseñaron acciones de presión dirigidas a la transformación de las estructuras del poder, con la finalidad de alcanzar su presencia en los espacios públicos y suprimir las fronteras impuestas entre lo público y privado.

En ese contexto el sistema organizativo de la mujer, a través de los movimientos sociales y los colectivos feministas ecuatorianos entre los siglos XIX al XXI, han contribuido de forma decisiva a su visibilización en el ámbito social de sus demandas y a la incorporación de parte de sus anhelos y aspiraciones en los textos constitucionales, promulgación de leyes y políticas de inclusión. En ese sentido es de obligada referencia y responsabilidad mencionar al menos a las principales organizaciones que han prestado un alto servicio a la ciudadanía ecuatoriana, como la Sociedad Feminista Luz de Pichincha (1922), Alianza Femenina Ecuatoriana (1939), Asociación Femenina Universitaria (1944), La Unión Nacional de Mujeres del Ecuador (1960) y Movimiento Feminista Ecuatoriano (1995). El siglo XXI supuso una consolidación interna y externa para los colectivos feministas, que se reflejaba en una activa participación de programas y acciones. Su peso social se plasmaba en la Constitución de 1998, respecto a la demanda de paridad, en una época en que la integración de la mujer en el mercado laboral se incrementaba, aunque todavía con una escasa representación social en el mundo político y en el mundo universitario. Posteriormente con el proceso constituyente de 2007 y en la Constitución de 2008 se incorporaba una parte de esas aspiraciones en temas de equidad y de no violencia. No obstante, el panorama actual es poco halagüeño, pues la violencia de género ofrece unos índices excesivamente elevados (6 de cada 10 mujeres en Ecuador son víctimas de cualquier tipo de violencia).

La participación histórica de la mujer en el mundo económico también ha sido decisiva, pues ha combinado tanto sus actividades domésticas con las faenas agrarias en las zonas rurales, como con las propias desempeñadas en los centros urbanos. Ese acceso masivo de las mujeres al mercado de trabajo ha traído consigo uno de los cambios más significativos experimentado por la sociedad en las últimas décadas, representando un alto porcentaje en la población económicamente activa; aunque cuentan con enormes desventajas y obstáculos, como se revela por la existencia de una tasa de participación laboral inferior al hombre, el bajo índice en puestos ejecutivos, una remuneración menor, un nivel de jornada inferior, etc.

Actualmente la incorporación de la mujer al sistema educativo y universitario han permitido una mejora importante en el mundo laboral, copado hasta hace poco por el hombre, que ha cambiado sustancialmente la realidad pasada. En ese sentido, se debe recordar que hasta bien entrado el siglo XX, sólo los sectores privilegiados de la sociedad tenían acceso a la educación. Esa situación era aún más crítica para las mujeres y su proceso formativo estaba dirigido al desempeño del cuidado del hogar, el matrimonio, la procreación o para la vida religiosa. Por tanto, no sería hasta la pasada centuria cuando se inicia un proyecto de incorporación de la mujer a la educación, aunque bajo el rol de la mentalidad de la época, donde los centros de enseñanza estaban reservados al hombre. La incorporación de la mujer a las distintas etapas formativas fue un proceso lento, como limitado fue su acceso a la universidad hasta bien entrado el siglo XX.

No obstante, las dificultades encontradas en ese camino nunca fueron un obstáculo para que mujeres valerosas emprendieran en todo momento histórico una intensa labor de concienciación colectiva que ha trazado una sólida estela para las generaciones venideras. Es así que en el contexto ecuatoriano se cuenta con una nómina de pro-mujeres que han marcado hitos de especial relevancia en distintos espacios públicos, ampliaron nuevos horizontes a la invisibilidad secular y se enfrentaron abiertamente a los paradigmas dominantes establecidos. De este modo, no podemos dejar de referenciar a un elenco de ecuatorianas, cuya aportación fue clave en la conformación cultural e identitaria en los diferentes campos sociales, políticos, profesionales y en el mundo de las ideas.

Así la ambateña Ana de Peralta (c. siglo XVIII), nacida en Huachi, es un símbolo del feminismo ecuatoriano por su rebeldía frente a las disposiciones coloniales españolas, al encabezar una protesta contra la Cédula Real de 1752, que prohibía a las mujeres mestizas usar vestimentas indígenas o españolas. Además, es considerada como promotora del primer movimiento de mujeres en la Real Audiencia de Quito que luchó por la libertad y los derechos de la mujer.

Manuela Cañizares y Álvarez (1769-1809) y Manuela Sáenz Aizpuru (1795-1856) son dos referencias claves y precursoras de la participación de la mujer en el movimiento emancipador de Latinoamérica, cuyos comportamientos fueron cuestionados y marginados por la sociedad del momento por trasgredir el rol que se adjudicaba a la mujer en esa época pero que, afortunadamente, han sido rescatadas por la Historia en estas últimas décadas. En ese plano de libertadora-revolucionaria, junto a su compromiso feminista e intelectual, se encuentra con nombre propio Manuela de la Santa Cruz y Espejo (1753-1829), a las que algunos recurren a valorar su figura simplemente por ser hermana de Eugenio Espejo, rebajando su papel de mujer, además, de ser una de las precursoras de la enfermería en Ecuador.

Otro icono del movimiento feminista ecuatoriano fue Marieta de Veintimilla (1855-1907), destacada pensadora y escritora, sobrina del general Ignacio de Veintimilla, que llegó a desempeñar funciones de décimo primera Dama de la nación y encargada del poder Supremo en ausencia de su tío. Apodada “la Generalita” participó en los movimientos armados de 1882 contra los conservadores. Junto a ello, no debemos obviar la heroicidad de un conjunto de mujeres activistas insurgentes, las denominadas “guarichas[1]. Una gran mayoría de ellas anónimas que no han sido registradas suficientemente por la historia, aunque se cuenta con algunas referencias, como es el caso, entre otras, de Dominga Vinueza; Nicolasa Jurado; Inés María Jiménez; Gertrudis Esparza; y Rosa Robalino.

A finales del siglo XIX sobresale la presencia de mujeres en la lucha revolucionaria dentro de las filas liberales en 1895, que desempeñaron tareas logísticas, propagandísticas y hasta financieras. Entre otras muchas, debemos señalar a María Matilde Gamarra de Hidalgo; Dolores Usubillaga; Juliana Pizarro; Maclovia Lavayen de Borja; Carmen Grimaldo de Valverde; Joaquina Galarza de Larrea; Felicia Solano de Vizuete; Leticia Montenegro de Durango; Dolores Vela de Veintimilla; Tránsito Villagómez; Filomena Chávez de Duque; Sofía Moreira de Sabando; Delfina Torres de Concha; Rosa Villafuerte de Castillo; Cruz Lucía Infante; Delia Montero Maridueña, etc.

La orense Zoila Ugarte de Landívar (1864-1969) fue una de las pioneras en el ámbito de la defensa del sufragio femenino, además, de escritora y primera mujer en ejercer el periodismo en Ecuador, junto a Hipatia Cárdenas de Bustamante (1889-1972). Fue la primera directora y redactora del periódico político La Prensa en 1911, fundadora de la revista La Mujer en 1095 y directora de la Biblioteca Nacional. En el ámbito del activismo participó en la creación de la Sociedad Feminista Luz del Pichincha (1922) y del Centro Feminista Anticlerical (1930), agrupación que luchó por la defensa del derecho al voto femenino tras su aprobación en 1929, ante el surgimiento de grupos conservadores.

La lojana Matilde Hidalgo de Prócel (1889-1974) es otra de las figuras emblemáticas. Fue la primera mujer en reclamar e inscribirse para ejercer su derecho al voto, cuando era solo un derecho concedido a los hombres. Su voto fue el primer sufragio femenino en América Latina. Fue la primera mujer en Ecuador en doctorarse en Medicina y la primera en ocupar un cargo político por elección popular en la administración pública en Loja, aunque relegada a la calidad de suplente, que llevó a miles de mujeres a rebelarse bajo el grito: “¡Queremos una voz femenina que sepa defender nuestros derechos, pospuestos injustamente por sociedades constituidas bajo la prepotencia viril!”. En el ámbito cultural y social, fue vicepresidenta de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y presidenta de la Cruz Roja, ambas en El Oro.

Otra referencia del feminismo del siglo XX fue la imbabureña Tránsito Amaguaña (1909-2009), un símbolo de la resistencia indígena y activista comunitaria en la reclamación de tierras y derechos laborales. Tras su participación en la huelga agrícola de 1931 le arrebataron su vivienda y pasó a la clandestinidad durante quince años. Más tarde fundaría la Federación Ecuatoriana de Indios e impulsaría la creación de escuelas bilingües (castellano y quichua) y tras su vinculación al Partido Comunista fue acusada de tráfico de armas y encarcelada en prisión. Fue una de las fundadoras de la Federación Ecuatoriana de Indios y representante de los indígenas del Ecuador en la Unión Soviética y en Cuba, que le llevó, tras su regreso a Ecuador, a su ingreso en el Penal García Moreno de Quito. En 2003 el Gobierno ecuatoriano la galardonaba con el Premio Nacional Eugenio Espejo.

Otra figura del feminismo ecuatoriano con una intensa labor indigenista fue Dolores Cacuango Quilo (1881-1971), nacida en Cayambe y pionera en la defensa de los derechos indígenas y del campesinado. Desde joven impulsó las escuelas bilingües y fundó la primera en 1946 y participó en la creación de la primera organización indígena (Fundación Ecuatoriana de Indios). También colaboró en la apertura de escuelas sindicales en Cayambe. Tampoco podemos dejar de señalar a otras insignes del siglo XX, como Rosaura Emelia Galarza Heyman; Isabel Donoso; Mercedes González de Moscoso; Josefina Veintemilla; y Dolores Sucre.

En el mundo laboral se crearon organizaciones que defendían las reivindicaciones de la mujer obrera en Guayaquil. Así en 1918, María de Allieri y Clara Potes de Freile crearon el Centro Aurora y editaron una publicación feminista pionera de los derechos de las mujeres, “La Mujer Ecuatoriana”, que contó con el apoyo de la Confederación de Obreros del Guayas.

En el escenario político sobresale la cañareja Nela Martínez (1912-2004), que en su juventud ingresaría en la filas del Partido Comunista de Ecuador y que llegó a convertirse en una de las líderes más carismática de su época y primera mujer diputada. Participó en la revolución La Gloriosa (1944), que derrocó al dictador Carlos Arroyo del Río, y alcanzó la presidencia del Gobierno durante unos días, aunque su nombramiento nunca fue oficial. Nela Martínez participó en la creación y liderazgo de diversas organizaciones, como Unión Revolucionaria de Mujeres Ecuatorianas y Alianza Femenina Ecuatoriana. Fue diputada suplente en la Asamblea Constituyente de 1945 y se convirtió en la primera mujer en ejercer esa función en el país. Es coautora, junto a Gallegos Lara, de la novela Los Guandos y recientemente se ha editado otra obra suya titulada “Yo siempre he sido Nela Martínez”.

En el mundo educativo y académico nos encontramos con Rosa Cabeza de Vaca que, nacida a finales del siglo XIX, fue la primera mujer en matricularse en el Colegio Mejía en 1903 y primera mujer en graduarse en el mencionado establecimiento educativo; a María Zúñiga (1890-1979), que tras el alcanzar el logro de integrar a la mujer a la secundaria fue la primera mujer graduada como médico; a insignes educadoras liberales como Rita Lecumberri Robles; Lucinda Toledo; Mercedes Elena Noboa Saá; y María Luisa Cevallos. Todas ellas primeras egresadas del Normal de señoritas que inauguró Alfaro en 1901; a Dolores J. Torres que fundó una escuela en su casa y formó la Liga de Maestros del Azuay (1922); y a Piedad Peñaherrera de Costales (1929-1994), catedrática universitaria dedicada al estudio de la antropología, etnología e historia y coautora del libro Historia Social del Ecuador, obra considerada un clásico de la Etnología ecuatoriana. Tampoco podemos obviar a Hermelinda Urvina (1905-2008), ambateña que fue la primera mujer ecuatoriana y latinoamericana en obtener en Estados Unidos la licencia de piloto aviador en 1932, además, de participar en la creación de la compañía norteamericana Ninety Niners conformada por mujeres pilotos.

Cerramos estas breves pinceladas mencionando, entre otras muchas mujeres, a Lupe Rosalía Arteaga Serrano (n. 1956), comunicadora, escritora y política que fue la  primera vicepresidenta y presidenta del Ecuador entre el 9 al 11 de febrero de 1997, tras la destitución de Abdalá Bucaram; a Teresa Guadalupe Larriva González (1956-2007) primera mujer y primer civil en ser Ministra de Defensa en Ecuador, cuyo nombramiento generó un rechazo entre los sectores conservadores por el simple hecho de ser mujer; a María Fernanda Tamayo (n. 1964) e Ivonne Daza (n. 1965), las primeras generales de la Policía Nacional del Ecuador y a la reciente primera rectora de la Escuela Politécnica Nacional (EPN), Florinella Muñoz. Asimismo como testimonio y recordatorio a todas las mujeres de las sociedades originarias, tanto de América Latina como de Ecuador, queremos finalizar este apartado de forma simbólica haciendo mención al reciente mural pictórico[2] inaugurado en Quito, que pretende homenajear la lucha de las mujeres indígenas ecuatorianas y su defensa de la Pachamama.

En definitiva, las transformaciones sociales en el ámbito internacional, el reconocimiento a sus derechos plenos como ciudadanas a través de la facultad de ser electoras o elegibles, su incorporación al mundo educativo, su incursión al mercado laboral tanto público como privado y a los espacios de poder, ha resultado un proceso reciente, lento y vinculado a la adhesión y compromisos del escenario mundial, con respecto a la igualdad y reconocimiento de la mujer. Un devenir que ha dado un giro importante hacia la todavía inconclusa emancipación de las mujeres. Los cambios sociales experimentados y el establecimiento de los sistemas democráticos en Latinoamérica abrían una nueva época para la mujer en general y de forma específica la oportunidad de ingresar a la institución policial, donde intervienen también otros factores junto al calor de las demandas de las organizaciones feministas y su exigencia en el establecimiento de políticas públicas sobre equiparación de género.

El ingreso de la mujer en la institución policial, a nivel general, ha sido una historia de superación permanente ante los elevados muros construidos por una sociedad patriarcal y los roles establecidos de una división del trabajo por género, con espacios reservados exclusivamente al hombre, como ha sido el caso de la institución policial. Un ejemplo de lo comentado fue el cierre de la Escuela Superior de Policía a la mujer ecuatoriana, durante 10 años, a partir de la promoción de 1987.

Los orígenes de la incorporación de la mujer a las instituciones policiales en la región se sitúan de forma progresiva en distintos momentos y fases entre la década de los 30 al 70 del siglo XX en relación a las funciones desempeñadas. En ese sentido se puede distinguir dos etapas: una previa y otra de consolidación.

La incorporación de las mujeres al mundo policial en los EE.UU. arranca en una fecha temprana, en 1845, aunque de un modo informal, relegadas a tareas menores y sin ser denominadas mujeres policías hasta 1910. En Francia, su ingreso se producía en 1935 bajo la denominación de “asistentes de policía” y sin uso de uniforme. En México, su incorporación se iniciaba en 1930 con el ingreso de 69 mujeres en la llamada “Policía femenina”, cuyas funciones encomendadas también eran menores.

En Argentina, la primera tanda de “Agentes Femeninos” en la Policía Federal se producía en 1951 y en 1978 se incorporaba la primera promoción de mujeres. En Uruguay, el primer ingreso de la mujer en la fuerza policial fue en 1914 con la incorporación de Generosa Brandón en calidad de escribiente, a la que le siguieron en 1922 otras mujeres a desarrollar las mismas tareas. Posteriormente en 1931 se creaba la “Policía Femenina” y se producía el ingreso del primer grupo de seis mujeres.

En Perú, la primera promoción de mujeres en la ex-policía de Investigaciones del Perú se realizaba en 1956 y, a partir de entonces, su presencia sería más notoria en otras instituciones, como fue el caso de la Guardia Republicana peruana, que permitía, en 1981, el acceso a la mujer a esa fuerza del orden; aunque con anterioridad, en 1954 se había iniciado la colaboración de la mujer en los departamentos policiales, con la responsabilidad de cuidar a las mujeres arrestadas, bajo la denominación en aquellos momentos de “matronas” y “celadoras”.

En Colombia, la incorporación de la primera mujer a la fuerza policial fue en 1953, a quien se le confería el grado de teniente segunda honoraria con el fin de realizar actividades de carácter social. Y en 1954 se llevaba a cabo la admisión de señoritas aspirantes a la Policía femenina, cuyas funciones se centraban en el cuidado de los niños en espacios públicos, la vigilancia frente al trabajo infantil, ingreso a espectáculos públicos, garantizar el cumplimiento de sus derechos, entre otros. En 1976 autorizaba a la Escuela General Santander a la concesión del título de profesional de policía y en ese mismo período ingresaban como oficiales de servicios las primeras doce mujeres profesionales. En este momento se da inicio a una segunda etapa, en 1977, cuando la Escuela de Cadetes de Policía General Santander incorporaba a 21 profesionales, de las cuales 12 eran mujeres, para seguir el curso de oficiales.

En Chile, la incorporación femenina en los Carabineros se iniciaba en 1962 con una convocatoria que había congregado a más de 2.000 postulantes para 104 vacantes. Sin embargo, la ausencia posterior de aspirantes en los años siguientes a los cursos de oficiales originó su suspensión en 1978 para ser restaurada en 1989.

En Nicaragua, tras el triunfo de la Revolución Popular Sandinista y la disolución de la guardia nacional en 1979, que asumía funciones militares y policiales, un grupo de hombres y mujeres combatientes guerrilleros recibían la orden de organizar la Policía Nacional el 5 de septiembre de 1979. Y por último en Costa Rica, su origen se sitúa en 1978 y la creación de la Policía Femenina en 1979 que desapareció en 1994 para iniciar un proceso de reclutamiento de mujeres más profesional.

De modo que, como hemos visto, la presencia de mujeres en las policías de América Latina y el Caribe es un fenómeno relativamente reciente, donde los cambios sociales experimentados y el establecimiento de los sistemas democráticos en Latinoamérica abrían una nueva época para la mujer en general y de forma específica la oportunidad de ingresar a la institución policial, donde intervienen también otros factores junto al calor de las demandas de las organizaciones feministas y su exigencia en el establecimiento de políticas públicas sobre equiparación de género. La década de los 70 fue el momento de entrada de las mujeres a las instituciones policiales en muchos países de Latinoamérica. Un ingreso que se producía mediante la creación de brigadas femeninas o la asignación a las mujeres de labores con un carácter preventivo (cuidado de niños y niñas, policía escolar, tránsito, narcotráfico y delincuencia juvenil) y que, poco después, se iba ampliando sus funciones y se equiparaba, al menos teóricamente, a los hombres. El promedio actual de la participación femenina en los cuerpos policiales de 24 países de América Latina y el Caribe es de tan sólo un 13%. Entre esos países destaca Nicaragua con el 27% de mujeres, seguido por San Cristóbal y Nieves (26%), Guyana y Jamaica (ambos con un 25%).

Los cuerpos policiales de los países Latinoamericanos, a pesar de su retraso en la incorporación de la mujer y de la enorme dificultad en ocupar puestos de mandos, tiene una evolución más intensa con respecto a los países centrales. La primera mujer alférez mayor y oficial de la policía Metropolitana en Venezuela y en América Latina fue Odalys Hernández, que realizó su curso de formación de oficiales entre 1970-1972. Habría que esperar a 1998 para que una mujer alcanzara el máximo rango en un órgano policial en América Latina: la general chilena Mireya Pérez Videla, luego de una carrera de 30 años en el cuerpo de Carabineros. En 2006 Aminta Granera Sacasa fue nombrada jefa de la Policía Nacional de Nicaragua, cargo que ejerció hasta 2018. En 2009, Luz Marina Bustos Castañeda se convertía en la primera mujer que obtenía el grado de General en Colombia. Mientras que en 2016 dos mujeres policías de Ecuador fueron ascendidas por primera vez en la historia de la institución al grado de general, Ivonne Daza y María Fernanda Tamayo. Del mismo modo, en diciembre 2018, dos mujeres alcanzaban el grado de general por primera vez en la historia de la Policía Nacional de Perú: Ángela García Estación y María Hinostroza Pereyra, aunque sin rango de armas, es decir, sin capacidad de dirigir la institución.

Como elemento de referencia para el lector, se esboza a continuación algunos rasgos generales sobre la Policía Nacional de España, al objeto de una resituación con respecto al contexto internacional. La Policía española, institución pionera en su territorio con la incorporación de personal femenino llevada a cabo durante su etapa de transición democrática, abría sus puertas en 1979 al ingreso de las primeras cuarenta y dos mujeres inspectoras en la Escuela General de Policía. En 2018 su contingente alcanzaba la cifra de casi 9.000 agentes mujeres, que viene a representar un poco más del 13% de su plantilla total, distribuidas en entre las distintas especialidades y con distintos niveles de responsabilidad. De este modo, la Policía española cuenta con índices que alcanzan los objetivos demandados por la Red Europea de Mujeres Policía, tanto en el número de mujeres en sus filas, como en el acceso a las posiciones de mando. Estos datos muestran que la realidad ecuatoriana (6.410 mujeres policías, que representa un 13% de su plantilla) se encuentra en una situación similar a la española, tanto en cuanto al porcentaje de mujer en la institución como a la presencia de mujeres en altos cargos (Ecuador cuenta con dos generales mujeres y España con dos mujeres en la categoría profesional más alta en el cuerpo policial, Pilar Allúe primera mujer nombrada en 2012 y Eulalia González en 2018.

Se ha referenciado con anterioridad que la mujer policía, al igual que en otras parcelas del mundo laboral, ha encontrado toda una serie de obstáculos que ha impedido su acceso a los puestos de liderazgo y mando y, por lo general, en la inmensa mayoría de las ocasiones las mujeres policías eran asignadas a unidades de trabajo de menor relevancia. De modo que, con el propósito de corregir esa situación discriminatoria, nacían las unidades de género, cuya finalidad consistía en supervisar y monitorear esos procesos de equilibrio e igualdad. A pesar de ello, todavía hoy sigue siendo muy escasa la presencia femenina en los organigramas de mandos en el escenario internacional, como vemos a continuación. La llegada de una mujer a ocupar el cargo más alto de la Policía Metropolitana de Washington tenía lugar en 2007, con el ascenso de Cathy Lanier, que se había iniciado como patrullera. El ascenso de una mujer al puesto de más alta responsabilidad policial en Inglaterra, también, es un acontecimiento muy cercano en el tiempo, ya que tenía lugar en 2017 tras la designación de Cressida Dick como comisionada de la Policía Metropolitana de Londres, con lo que se convertía en la primera mujer en liderar el Scotland Yard en sus 188 años de historia. Un año más tarde, en 2018, se nombraba por primera vez a una mujer, a Brenda Lucki, jefe de la policía federal de Canadá, un país que se caracteriza por una escasa representación de mujeres.

Este libro, Mujer policía: Historia, lucha y vocación, posee una serie de rasgos dignos de ser resaltados: constituye el primer estudio que tiene por tarea central la reconstrucción histórica del papel desempeñado por la mujer en la Policía Nacional en Ecuador, con todas las implicaciones que conlleva el análisis con respecto a sus vinculaciones sociales y rol de género. En segundo lugar, esta loable iniciativa nace desde el propio seno de la institución policial y ha sido desarrollada por un cohesionado equipo de mujeres y hombres policías ecuatorianos que no son investigadores pero que han sido capaces de materializar un trabajo meritorio, serio, riguroso y muy profesional, bajo la coordinación de la General Inspector María Fernanda Tamayo Rivera y la Mayor Mirian Son Kwak. Finalmente, un tercer aspecto, es que estas páginas integran colaboraciones de académicos, que han sido invitados a participar en este proyecto, toda una declaración explícita de la institución policial en su decidida acción de vinculación a la sociedad ecuatoriana.

La estructura de esta obra consta de seis capítulos. El primero aborda una caracterización de las fases del movimiento feminista conectado al sistema productivo, mundo laboral y su correspondencia con los derechos, las acciones de las organizaciones no gubernamentales, la elaboración de instrumentos de carácter nacional e internacional y las principales etapas de la incorporación de la mujer a la Policía Nacional de Ecuador, en el contexto jurídico ecuatoriano. El segundo capítulo se centra en dos aspectos previos con la finalidad de ofrecer al lector no especializado una clarificación conceptual y una contextualización sociohistórica del proceso de incorporación e inclusión de la mujer en la Policía Nacional del Ecuador. El tercer bloque se destina a presentar la evolución histórica de la presencia de la mujer en la institución policial desde sus orígenes, con la incorporación en el área administrativa entre 1937-1941, pasando por la participación femenina en calidad de enfermeras en el conflicto de 1941 y el ingreso paulatino desde 1944 hasta la actualidad. El cuarto capítulo se centra en analizar y valorar los logros alcanzados en ese complejo y angosto recorrido iniciado por la mujer e inconcluso proceso de integración en el cuerpo policial. En el quinto capítulo se realiza un recorrido por las vivencias y experiencias de un grupo de mujeres policías a través de sus propios testimonios de vida. El último capítulo abre una serie de reflexiones sobre retos y perspectivas de futuro, que deben ser abordadas para cimentar una integración plena de género en la institución policial ecuatoriana.

En conclusión, la lenta introducción de cambios y reformas normativas han creado, sin duda, unas mejores condiciones en el plano de igualdad entre género, aunque estos instrumentos no terminan por erradicar definitivamente las prácticas discriminatorias y vejatorias en los distintos ámbitos y tampoco se ha traducido en un cambio de mentalidad generalizado en la sociedad actual, que se manifiesta en la persistencia de rasgos y comportamientos en diversos contextos sociales, laborales e institucionales. De modo que publicaciones como estas son necesarias e imprescindible en ese proceso de concienciación institucional y social. Además debemos resaltar el valor que contiene esta obra derivado del explícito y ejemplar compromiso de la Policía Nacional del Ecuador en abordar y contribuir a una generación de cambios, tanto endógenos como exógenos, en ese proceso de reconocimiento a la trayectoria de la mujer policía ecuatoriana y de la equiparación entre género, que tiene como finalidad el establecimiento de conductas y comportamientos respetuosos con “el otro”, como aporte a la nueva configuración social de Ecuador. Sin duda, la realidad se ha transformado sustancialmente, aunque todavía queda un largo trecho por recorrer en ese proceso de igualdad y reconocimiento. Nunca los inicios son fáciles, el camino siempre es largo y los objetivos se multiplican pero la disciplina, el compromiso, el coraje y la preparación demostrada por estas mujeres policías, las de ayer y las de hoy, se han hecho merecedoras de un espacio privilegiado en los Anales de la Historia de Ecuador.

Independientemente de las consideraciones expuestas, este libro contiene y encierra un mensaje dirigido a las instituciones, a la ciudadanía ecuatoriana y del mundo, para afrontar una profunda reflexión que nos debe conducir a seguir construyendo una sociedad libre entre todos sus miembros sin exclusión por motivos de género, etnias, clases sociales, ni creencias.  

No debo concluir estas breves líneas sin realizar una mención y ofrecer un sentido homenaje simbólico de quien suscribe estas palabras, a las cadetes de la Policía Nacional del Ecuador, ERIKA SOFÍA CHICO VALLEJO, asesinada, y a CAROLINA SANANGO, herida, en el reciente atentado terrorista en Colombia, donde se encontraban en fase de formación en la Escuela de Oficiales General Francisco de Paula Santander, junto al fallecimiento de 20 personas y 60 heridos. Asimismo hago extensivo mi reconocimiento a todas las mujeres y hombres policías que han desempeñado su labor desde principios éticos marcados por la responsabilidad, la profesionalidad y el respeto hacia la sociedad ecuatoriana.

  


(*) Este texto corresponde al Prólogo al libro "Mujer Policía: Historia, lucha y vocación", editado por Instituto de Estudios Históricos de la Policía Nacional -INEHPOL- y la Inspectoría General de la Policía Nacional del Ecuador (2019).



[1] Con este término se designaba a la mujer que integraba las fuerzas libertadoras. En un principio su uso era empleado de forma despectivo y posteriormente adquiría una connotación heroica, para referirse a la destacada participación de la mujer en la causa patriótica. Estas mujeres se vestían con atuendo de hombres y asumían una identidad masculina para eludir la prohibición a las mujeres de acompañar a las tropas.

[2] Sus autores son los artistas plásticos Mona Carón, de origen suiza, Raúl Ayala y David Cevallos, ecuatorianos.

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