jueves, 8 de julio de 2021

¿Hacia dónde va la Educación?

Por: José Manuel Castellano

En diversas ocasiones hemos planteado que estamos a las puertas de un período histórico de fin de ciclo, esto es, el tránsito de la contemporaneidad a los albores de una nueva época, que, a nuestro juicio, muy bien podría denominarse “Edad Cibernética”.

Una nueva y compleja sociedad reestructurada, reorganizada y retroalimentada bajo un absoluto control tecnológico global, cuyos antecedentes podrían remontarse al menos hasta mediados del siglo XX, que paulatinamente han ido consolidando una nueva estructura económica-productiva y que, por consiguiente, traerá aparejada una fuerte transformación en el marco ideológico-institucional, así como en las relaciones sociales derivadas y en las propias manifestaciones culturales.

Todo cambio de etapa histórica toma un hito como eje referencial. Y en ese sentido, es más que probable, que la crisis sanitaria, generada por la pandemia del Covid-19, se convierta en uno de los principales acontecimientos que marquen el inicio de esa nueva etapa, dado el gran impacto que va a generar en la próxima década en todos sus ámbitos.

La pandemia no trajo solo consigo una alteración radical de carácter coyuntural (todos aspiran a retornar a la vieja normalidad) sino que su principal incidencia ha sido la de acelerar en el tiempo un proceso que ya venía en marcha: una nueva forma de organización general. La introducción del teletrabajo en algunos sectores, por poner tan sólo un ejemplo, y la subsiguiente reconversión productiva, laboral y social, como consecuencia de la implementación tecnológica masiva, junto a la progresiva aplicación de la inteligencia artificial, serán los dos componentes estructurales definidores de esa nueva sociedad en cierne. No hay vuelta atrás posible.

En cualquier caso, estas breves líneas pretenden centrarse en una reflexión genérica sobre los posibles cambios en el mundo educativo, como eje complementario en esa vertebración del nuevo orden.

Las medidas adoptadas, en los primeros momentos por el cierre de los centros educativos en América Latina y el Caribe, por los gobiernos de la región a través de sus ministerios de educación respectivos, parece que siguieron una directriz externa única, un copia y pega vulgar, pero que en todo caso evidencia una destacada falta de personalidad territorial, una carencia de creatividad y una muy dudosa ausencia de profesionalidad, como muy bien queda reflejado no sólo en la denominación sino en la estructura de sus planes educativos: “Aprendamos juntos en casa” en Ecuador; “Aprenda en Casa” en Perú; “Aprende en casa” en México; “En casa aprendo” en Puerto Rico; o “Aprender Digitalen Colombia... Un aspecto, sin duda, irrelevante, nada novedoso, ni sorprendente, si tenemos presente que la política económica en nuestros países está encauzada exclusivamente por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

La pandemia realmente no nos ha enseñado nada nuevo sobre lo que ya sabíamos con plena certeza: la existencia de unas insuperables brechas sociales en el campo educativo. Un sistema que está pensado desde los principios del mercado o como algunas dignidades públicas se atreven a decir abiertamente “una educación estrechamente ligada al emprendimiento”, es decir, a formar “mano de obra” y, por ende, a disponer de una legión de desempleados. En ambos casos, ciudadanos con un perfil dependiente, obediente y replicante, donde el pensar y la creatividad no solo no están permitidas sino que son penalizadas, pues se intenta forjar individuos instruidos en la indiferencia, en la insolidaridad, fácilmente manipulables, maleables y ahora, esencialmente, robotizados.

Desde mi visión, la educación en tiempos pos-pandémico parece que no va a vislumbrar cambio alguno en ese camino trazado, ya que sigue su propia hoja de ruta, es decir, fortalecer e incrementar aún más esas diferencias, a través del protagonismo dictatorial de los soportes y elementos virtuales en los diversos aspectos del vivir cotidiano y educativo. En definitiva, es el mismo perro con distinto collar pero sujeto a un opresivo y despótico dominio de su amo.

Una gran mayoría de los académicos se han encargado de estudiar las consecuencias generadas por este cambio de modalidad en el sistema educativo con la finalidad de resaltar brechas sociales y tecnológicas y los hay, incluso, quienes se atreven a ofrecer propuestas digitales como esencia de renovación pedagógica, sustentadas en una visión presentista, frívola y trivial, de muy corto alcance sobre el impacto y repercusión venidera del gran Imperio de las Nuevas Tecnologías. Parece evidente que la Academia ha perdido el norte crítico en la construcción social para reconvertirse en simples vendedores, agentes promocionales y predicadores del nuevo orden, además, de evidenciar una baja calidad reflexiva y analítica con respecto al proceso liberador de la educación.

Este cuestionamiento no debe entenderse como un posicionamiento ludista, en contra de las potencialidades tecnológicas, sino como una declaración a favor de la libertad, de la independencia y de las capacidades del ser humano para evitar la instauración de un régimen esclavista, a través de los grilletes de un conocimiento impuesto, parcial y sesgado, como mecanismo de control global en manos de unos pocos, que ya vienen hace tiempo ejerciendo un proceso aculturativo compulsivo.

La educación está entrando en una fase de radicalización, encaminada a intensificar una formación digital enlatada y sustentada en una relación de dependencia externa. Esta viene promovida por los grandes emporios del sector tecnológico, que romperán fronteras con sus ofertas, ampliarán nuevos mercados y cuyas repercusiones se traducirán en un duro reajuste laboral del personal docente (especie en fase de extinción); en un estricto control sobre contenidos, aprendizajes y actividades; al tiempo, que reorientarán sus gastos e inversiones a la adquisición de paquetes de software educativos y soportes hardware, junto a una constante práctica de renovación de equipos, que conllevará a un incremento aún mayor de la actual mercantilización del proceso educativo, acentuando así desequilibrios y discriminaciones en los países dependientes y periféricos y en los sectores más vulnerables.

Un panorama que conformará una sociedad homogeneizada, aislada, individualizada y sin capacidad de respuesta en un contexto de convivencia entre una inteligencia artificial y una robotización humana hasta su inevitable ruptura.

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