jueves, 22 de septiembre de 2022

Una sociedad plenamente descompuesta: Me duele Ecuador, me duele el mundo

A todas las víctimas y a sus familiares. 

Se puede comprender que en esta tercera década del siglo XXI pervivan todavía, tanto en los territorios centrales como en los periféricos, comportamientos criminales y antisociales anacrónicos propios de un pasado primitivo. Un salvajismo que es alentado desde los obscuros intereses de la propia estructura del poder dominante y espacios adyacentes, con sus cloacas y mercenarios de distintos tintes, rangos y ocupaciones. No es nada nuevo y nada nuevo hay.

Esa situación, sin duda, no es responsabilidad del fracaso de las políticas públicas por el simple hecho de que no es un asunto prioritario, ni forma parte en sus agendas programas de acción, tan solo responden, exclusivamente, a un entretenimiento por promulgar literatura legislativa con letra “muerta”, un lavado de manos a un estilo más rancio que el de Poncio Pilato.

Un recurso decorativo, cuya principal finalidad no es otra que seguir engañando al cándido vulgo con el mensaje de que vivimos en el mejor de los mundos. Ese es un aparataje legislativo y discursivo alejado de las realidades sociales, que carece de acciones pragmáticas destinadas a una transformación de valores y principios, que impide cambios de comportamientos sociales, que no plantea una ruptura radical con las desigualdades y los desequilibrios, que no castiga abusos, atropellos, explotación, dominación, discriminación y maltrato en todos los órdenes de la vida y que cuenta, además, con el total respaldo silencioso, indiferente y cómplice de una ciudadanía, que en el mejor de los casos está fragmentada en luchas individualizadas, francotiradores de postín y poca monta, con un fuerte componente de desidia e insolidaridad generalizada o cuando no financiados desde los círculos de poder o de sus pretendientes. Seamos francos, la responsabilidad de lo que sucede hoy en día no es del gobierno sino que recae directamente en la soberanía popular, es decir, en todas y en todos.

Este es un sistema que está fundamentado en un engranaje de corruptelas que invade todos los espacios y clases sociales sin excepción: desde la escuela a la universidad; desde el ámbito familiar a la colectividad; desde las organizaciones no gubernamentales hasta las instituciones locales, provinciales, nacionales e internacionales; desde los sindicatos, gremios empresariales hasta los colectivos sociales; desde las adjudicaturas judiciales y cuerpos represivos a las industrias armamentísticas y farmacéuticas; desde el narcotráfico, la trata de personas hasta la venta de órganos; desde los medios de comunicación convencionales o digitales a las grandes empresas tecnológicas; desde los chulqueros a las entidades financieras; desde los falsos mendigos a las sectas y santas órdenes religiosas; desde la maquinaria de la guerra, el terrorismo de Estado a los ajustes de cuentas de organizaciones delictivas o individuales…

No vamos a comprender esta complejidad social a través de miradas miopes, individualizadas y egoístas, ni vamos a generar cambios de transformación general si no somos capaces de reivindicar y luchar colectivamente por los derechos de los demás.

José Manuel Castellano
Tenerife (Islas Canarias), septiembre 2022

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