viernes, 24 de junio de 2022

Nuestro último verano

No corren buenos tiempos. Algunos analistas prevén la llegada de un gélido invierno de larga duración y pronostican que este recién inaugurado solsticio será nuestro último verano por un largo periodo. Se abre así una nueva “estación”, una fase de glaciación económica, que congelará definitivamente todos aquellos espejismos (“democracia”, “libertad” y “bienestar social”), que han sido manoseados por los grupos económicos dominantes, a través de sus particulares títeres que ejercen de politiquillos, sinónimos de parásitos, sanguijuelas y estafadores sociales, que controlan los espacios nacionales y los organismos internacionales, y que son buhoneros expertos en prender fuegos de artificios para escenificar una aparente “paz social” y travestir el espíritu solidario en actos de pura mendicidad. Además, de ser un eficaz instrumento de control que les permite continuar imponiendo sus prácticas explotadoras, especulativas, al tiempo, que refuerzan ese encadenamiento social global, a través de la imposición de un alienado y robotizado comportamiento, donde esa cultura de los verdugos es reproducida, replicada y normalizada fielmente por las indolentes castas inferiores.

Desde hace algunas décadas se viene intensificando una serie de hechos y acontecimientos que apuntan hacia un cambio de “estación histórica”, marcado por una serie de transformaciones sustanciales, (el predominio de una economía basada en una ingeniería financiera generadora de crisis sociales artificiales y  especulativas, como la de 2007; las consecuencias derivadas por la revolución tecnológica en todos sus ámbitos; la repercusión de la crisis sanitaria mundial; el pulso y disputa por un relevo hegemónico entre el mundo oriental versus occidental; el conflicto bélico ruso-ucraniano…), que han introducido nuevas formas de relaciones sociales, económicas e ideológicas y traducidas en un cambio radical en la estructura del escenario internacional y en un nuevo contexto de desestabilización, con duras secuelas que afectarán directamente a las prácticas y hábitos de una sociedad atrapada en un consumismo compulsivo-enfermizo, que ahora comienza a afrontar caóticos problemas de abastecimientos, las consecuencias de los desastres naturales por la presión y sobreexplotación de los recursos, la carestía del nivel de vida con el resurgir de profundos desequilibrios sociales en una fase inflacionista galopante en los países centrales, junto a su efecto rebote que agravará la situación en los territorios dependientes, periféricos y subdesarrollados.

Una larga noche de oscuridad se cierna sobre la humanidad, como ha pronosticado el economista español Niño Becerra, que ya nos había alertado en los primeros años del siglo XXI sobre la llegada de la crisis financiera de 2007 -en la misma línea de otros reconocidos especialistas internacionales- y que ahora nuevamente nos pone sobre aviso que, a la vuelta de la esquina, nos espera un sunami económico de enormes dimensiones para el otoño entrante. Por tanto, este será nuestro último verano y el punto de partida de un nuevo y nefasto período histórico para la humanidad, donde todos hemos sido corresponsables directos por cobardes, miserables y egoístas. Nuestra ambición rompió definitivamente el saco de la vida, ya que nos cuesta creer la existencia de una posible salida. De modo que, rememorando al filósofo ateniense, Diógenes de Sinope, hago mía sus palabras: “cuanto más conozco al hombre, más quiero a mi perro”.

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