viernes, 14 de mayo de 2021

Realidad ficcionada

 Por: José Manuel Castellano

Una mirada a la realidad social es simplemente una mirada, pues pueden existir tantas visiones y ángulos diferentes sobre un mismo asunto como individuos o, por el contrario, como sucede muy comúnmente, normalizamos una síntesis estandarizada construida por otros.

No obstante, la cuestión no está en la mirada que nos apropiamos sino en preguntarnos qué hay detrás de ese mecanismo que nos lleva, bien en el plano individual o como esclavo de “masas”, a focalizar algún aspecto, ya que como consecuencia de ello se conforma una idea, un pensamiento o un supuesto conocimiento sobre algo, que nos conduce irremediablemente a adoptar un posicionamiento y una acción al respecto. Ese es el quid de la cuestión. ¿Miramos por nosotros mismos o miramos a través de la silenciosa imposición de otros?

Sin duda, un asunto nada novedoso pero fundamental, clave y transcendental. Unos trescientos años antes de Cristo, Platón ya reflexionaba sobre este tema en su alegoría de la caverna, más conocida como el “mito de la caverna”, una metáfora sobre el conocimiento del hombre, que instamos a su necesaria lectura. Una práctica, el conocimiento, que tiene una doble dirección contrapuesta: una liberadora y otra de sometimiento.

En ese planteamiento discursivo sería imprescindible, al menos en esa primera opción, interrogarnos sobre el valor y calidad de la mirada que poseemos sobre la realidad actual, de dónde viene la información o el conocimiento que utilizamos, qué nos lleva a la adopción de un posicionamiento ante las cosas, o si somos capaces de ejercitar la duda, la indagación, la constatación o de preguntarnos qué interés o intereses pueden estar solapados. En cambio, no está de más subrayar que todavía no estamos preparados, ni en condiciones de transitar por esa utópica vía, por el momento tan sólo somos unos simples replicantes.

Mientras que la segunda elección nos muestra un sendero mucho más ligero que no requiere esfuerzo alguno, a pesar de renunciar y malvender nuestra alma y libertad al diablo, donde no se hace necesario cuestionar nada, tan sólo tomar posición dogmática entre los grandes modelos dualistas existentes, en los que se integran la inmensa mayoría social, o bien formar parte de otras concepciones residuarias y contra hegemónicas decorativas. En esas dos últimas opciones, sus miembros siguen fiel, ciega y obedientemente el adoctrinamiento recibido en sus micros entornos vivenciales.

Todavía hoy, en pleno siglo XXI, seguimos encadenados en la oscura caverna interpretando un mundo cerrado a través de las sombras proyectadas por seres endiosados, que nos construyen nuestra comprensión y asimilación de la realidad. Una realidad, evidentemente multi ficcionada y fraccionada que se proyecta en todos los aspectos de este complejo solar (social, económico, político, ideológico, cultural, educativo, tecnológico…), que configura un mundo exclusivo y reservado a una minoría de divinidades mortales y un infinito infierno terrenal destinado a la inmensa mayoría. Ese es nuestro particular matrix, una sociedad dirigida y controlada, donde los seres humanos y la naturaleza son consideradas como meras cosas e instrumentos desechables.

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