viernes, 27 de noviembre de 2020

EL EGO, UN SÍNTOMA DE MEDIOCRIDAD Y BAJEZA INTELECTUAL

La verdad es que uno no sale de su asombro, cuando descubre a ciertos sujetos que, supuestamente, ejercen labores académicas con una mirada miope, que no ven más allá de los límites ombliguistas propios, que portan banderas grises de individualidad egocéntrica, que restan valor, desvirtúan y traicionan hasta su propia creación por su ausencia humanista. Resulta obvio, que tales actitudes se manifiestan en otros espacios profesionales pero en el ámbito educativo tiene una mayor gravedad, ya que contribuyen a trasmitir, de forma directa y efectiva, concepciones reproductoras entre los jóvenes, que abortan toda esperanza de cambios en las mentalidades, hábitos y prácticas para consolidar unas relaciones sociales clasistas y un sistema educativo caduco.

Esa borrachera por un ansiado prestigio social les lleva a situarse por encima de sus colegas, a transitar por senderos polvorientos, carentes de valores, guiados por un coleccionismo de reconocimientos y extraviados en una búsqueda de esencias, muy lejos del buen “hacer” y para el mejor “ser”. Para ellos, lo importante no es el camino sino el destino, donde todo vale para llegar como sea.

El atrevimiento y la osadía de algunos, esa exaltación del “yo” o de sus “capillas”, llegan a superar los límites de la infinitud y a sobrepasar despropósitos surrealistas inimaginables: como llegar a reclamar, por ejemplo, que sus apellidos, o el de sus allegados, sean incorporados en un listado de personalidades destacadas; o mostrar su agria arrogancia por no ser integrados en un imaginario inventario de “nobles gremiales” y alegan ser víctimas de una agresión intencionada, de una negación de su propia existencia, cuando no una injusticia incuestionable por sus méritos.

Comportamientos que delatan, a todas luces, una actitud de superioridad frente a los “otros”, como si ellos fueran los únicos dueños de la visión o del criterio de los demás. Esos individuos, sin duda, no sólo carecen de abuelos (es decir, nadie que los mimen), sino también de honestidad intelectual y compromiso social en su pleno sentido. Habrán pasado, o no, por todas las etapas formativas posibles, tendrán en su haber una amplia producción, serán poseedores de algunas preseas pero están desnudos completamente y vacíos de espíritu, porque la educación y la formación no han pasado, evidentemente, por ellos.

La sencillez y la humildad son los dos grandes rasgos de la sabiduría. Mientras que la arrogancia y la prepotencia definen a aquellos que han sido incapaces de aprender a lo largo de su travesía, independiente del papel, ejercicio, desempeño o escalafón en que se encuentren. Con estos mimbres, estos cestos sociales y académicos: Pa´ trás, como los cangrejos.


José Manuel Castellano
Cuenca (Ecuador) noviembre 2020


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