Por: Bojana Kovacevic Petrovic
En 7 capítulos de este poemario, titulados en función de
la temática de los versos: Travesías
urbanas, Peregrinos del conflicto, Noticias de Ultramar, Libaciones cotidianas,
Poemas de niños (para adultos), Elucubraciones nocturnales y Decrescendos emocionales, Jacqueline
Murillo ha retratado la ciudad de Bogotá, articulando conmovida y poéticamente
las imágenes de una sociedad de conflictos armados y decadencia moral, una
realidad de muerte pero también de amor, a través de las palabras de los
testigos cuyas historias están llenas de vida, entre cuyos extremos se ubica la
experiencia de los individuos que la residen. Entre las travesías urbanas de
Colombia leemos y sentimos las influencias de Puskin, Quevedo, los poetas de la
Generación del 27, las tardes lluviosas de Bogotá… que forman parte de la
experiencia de la poeta.
Entre los 27 poemas que reflejan las travesías urbanas de Jacqueline, he
escogido algunos para comentarlos en breve:
Buscando liberaciones de sus inquietudes a través de los versos, la poeta en
“Sísifo” celebra la poesía; en “El culebrero y una canción” transmite el latido
de su corazón mediante la palpitación de las calles de Bogotá, cuyo inframundo
refleja las almas de los transeúntes; en “Predestinación” expresa la historia
de la mujer cuyos pasos firmes y seguros le ayudan a salir de su interioridad:
enfrentada a la realidad, ella percibe su propia belleza, su papel femenino
iluminado por la luz de su ancestral predestinación. Sin resignarse a ese
papel, ella se libera de su cerco y abraza “el amor esquivo y la felicidad
precaria” que por fin siente “leve como la brisa del mar que soñamos, ligero
como la canción que nunca cantamos”.
“Requiem” es un poema antológico sobre el entierro de la ignorancia humana, la privación de la lectura, la destrucción de la naturaleza. Todas esas calamidades ocurren porque no hemos entendido, sabido seguir el corriente del río, el corriente del tiempo. El mayor castigo es el miedo que nos supera y obstruye, la ignorancia que nos domina y por consiguiente no nos permite enfrenar el río, la vida, puesto que “ese río ha sido testigo / de lo que puede hacer / la condición humana”.
El “índigo profundo, cercano y extraño” del Mediterráneo también refleja miedos, mareas, aguas profundas de nuestro propio ser. Por un lado, ofrece la posibilidad de huir y por el otro enseña que la confrontación no se puede evitar y que la indulgencia es dolorosa, teñida de sangre, puesto que “la vida de la guerra afana”.
Concluyendo que Jacqueline Murillo ha escrito un poemario por excelencia,
que lleva a la catarsis a sus lectores ofreciéndoles -a pesar de las
turbulencias que nos rodean- la omninecesaria esperanza en la palabra que
genera su propio mundo, más amistoso y más habitable, aprovecho para dar mis
parabienes al prologuista Manuel Ferrer Muñoz, a las ilustradoras Marcela Ángel
Salgado y Jéssica Rocío Mejía Leal y sobre todo al editor de este libro, José
Manuel Castellano.
Me gustaría terminar este breve discurso con una pequeña sorpresa: algunos poemas de Jacqueline me inspiraron tanto que los traduje inmediatamente y si me permiten, compartiría con ustedes unos versos en mi idioma, el serbio:
LAS PALABRAS
REČI
šapuću mi i dahću
poput tela bez obličja
usred tišine
a ja ih ne dodirujem.
Reči me pritiskaju,
drmaju me, zavode,
govore mi.
lepeću kao krila.
one odzvanjaju u mojim glasnim žicama.
Reči su obično neudate
a ponekad i nisu.
njihove misli teku
kao akordi gitare.
Katkad ih ostavljam neme.
Neke me odaju,
druge mi oduzimaju hrabrost.
nasmešene saučesnice
u noćima bez imena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario