domingo, 3 de enero de 2021

Entre la condición y la deliberación

Por Erick Jara Matute 

No logro identificar el momento de quiebre, ese que al día de hoy me aleja del mito y conduce al logos, el que antes de dormir y al despertar, observo sin materia ni figura bajo la ausencia de luz. Me resulta imposible verme como otro individuo que no tenga el deber ético del maestro. No hablo de los que en el camino mueren, por las indeseables sesiones de horas donde se habla en círculos indeterminados de programas educativos y pillerías estudiantiles. Al contrario, hablo de los que se mantienen inspirados en la tardada y trabajada felicidad –aunque efímera– de sus discípulos, que intentan demostrar la falsedad, una verdad y su cambiante en este camino finito y dialéctico de la humanidad. Escribo para plantear nada más que un pensamiento. Espero algún día enseñar, sin temor a ser temido.

Hoy, mientras existía, caminaba por casa pensando: ¿Con que estoy enojado? O más bien, ¿qué rechazo y por qué? Siendo sincero no pude evitar responder, “Religión”. Me atrevo a decir, a esa doctrina mal utilizada, la que hoy en día veo a mi alrededor e identifico cómo continúa contagiando con ese virus que hace del hombre, un hombre aceptado, normalizado; el que está bajo las estructuras sociales que se han creado por miedo a los suyos. Es entonces, que cuestiono y abordo en breves tesis su origen y relación con el sistema educativo.

Confieso

Todos los días pienso en ese momento en el que por primera vez el hombre se vio indefenso al verse solo en este vasto universo abstracto, ¿qué sentimientos encontró? y sobretodo, ¿cuál fue su reacción? Mi respuesta después de observar a los míos y alejarme de mi mismo, tiene un efecto curioso. Pienso en el tiempo como tal, ese que se fragmenta en pasado, presente y futuro y que, por consecuencia, da a pensar en el origen de las cosas y si existe o no un final; expone nuestra vulnerabilidad e insignificancia. Fue entonces que el hombre empezó a darle sentido a su vida viéndose como instrumento de un fin divino –su misión celestial–, y no fue capaz de soportar el peso de su propia existencia. Viéndolo desde la arista occidental, lo señalado empeoró cuando esto llevó al asqueo de la vida finita por la esperanza infinita; ver el presente humano como un trance necesario para la felicidad divina. El temor nos trajo males, éstos son nuestra creación, y nosotros, nuestra propia salvación. Pensar que todo se reduce al tiempo ¿Somos capaces de liberarnos de él o de Dios?

Esa vulnerabilidad, encontrada al momento de observar la infinitud de lo existente y la finitud de nuestra existencia, construye temores, delirios e histeria. Resulta una embriaguez de preguntas con resaca de pesares, su cura: Dios. Ese es el origen de la religión. 

Todo resultó en un “premio doble”, al sentirse libre del temor a su existencia encontró motivos para definir su permanencia, “ésta es mi lucha, recibo lo que merezco, es un trance” –se dijo– sin saber que a posteriori lo cambiaría por “ésta es mi cruz, el señor es mi pastor”. No hace mucho me comentaron una reflexión, “Hoy en día la gente ya no tiene necesidad de Dios”. Pues claro, ahora tenemos Facebook. Los miedos que se presentan al sentir nuestra vulnerabilidad nos hace sentir abandonados, solos en el mundo. La respuesta ya no estaría en “Dios”, al contrario, en esta droga tecnológica contemporánea.

Pensemos, ¿existe un sistema general creado por el hombre, que nos implanta la necesidad de no cuestionar? Desde luego, es más, le declaro la guerra ¿Será posible que lo construimos inconscientemente para que nuestra y futura generación no se autodestruya por pensar en sí mismo, como pudo haberle pasado a ese primer hombre? ¿Al día de hoy aún debemos mantenerlo? ¿Es posible la destrucción del pensado sistema? En este momento entiendo y acepto la “Muerte de Dios” para Nietzsche, el hombre está en su entera capacidad de superar su flaqueza e insignificancia, dar sentido al sin sentido, en base a su existencia y superar al nihilismo que, entre otros conceptos, niega el valor de todas las cosas.

El hombre de hoy dice no tener tiempo. Pues claro, si éste nos tiene en sus manos, le pertenecemos. Dios no es más que una gráfica mal representada del tiempo, una necesidad ante el efímero presente; lo peligroso de todo esto es que aún continúa y no sabemos hasta cuando nos seguirá contagiando. Cabe señalar que no me considero ateo, simplemente lo observo así desde sus pies.

Síntesis

Nos perdimos por la duda –que aristocrática manera de hacerlo– y no encontramos respuesta. Nació el temor al tiempo y lo representamos como Dios para apoyar nuestro valor en su sistema “progresista”, ahora estamos doblemente atados. ¡Necesitamos que muera, necesitamos de su superación!

Por otro lado, todo lo que he señalado en este texto desde luego que no es una verdad absoluta, no me considero su poseedor, es una descripción a la observación como estudiante-docente al sistema que pertenezco durante años. Encontré una relación tan reveladora que, al planteármela, me tiene “entre la espada y la pared”. Obliga a pensar el deber ético del docente para con la sociedad; cuán difícil podría llegar a ser, sus consecuencias positivas/negativas en los suyos y, ante todo, si está en la capacidad o no de desprenderse de su constructo social previo.

Dicha relación consiste en el miedo a la consciencia-autoconsciencia y a su defensa. El primero, como señalé, consiste en ignorar los temores a partir del sesgo cognitivo o autoengaño para una pronta y efímera felicidad y establece vínculos conductuales para que sostengan lo insostenible. El segundo es el accionar de un plan maquiavélico en los sistemas sociales para la permanencia del primero: no dudar, no criticar, no argumentar y no plantear en la escuela, por ejemplo. Sin embargo, esto no se enseña en la universidad como materia académica, no está en los libros, ni siquiera se dice a modo de consejo. Entonces, ¿en dónde se encuentra tal relación? Es un pecado original, nacemos con un chip reproductor y defensor del sistema. ¡Qué círculo vicioso!

Está en el inconsciente, aquí recuerdo lo que la mayoría de mis docentes universitarios decían en sus cátedras, “Un profesor es con sus estudiantes, como sus profesores fueron con él”. Realmente espero haber pausado mi escucha en clases y estar equivocado, pero no recuerdo que hayan recomendado una cura para tal enfermedad, además, parece que ellos tampoco –por supuesto, con minúsculas excepciones– ya que pobremente decían, “No tienen que ser como ellos”. También, el clásico, “la realidad será distinta, esperen el momento de trabajar directamente en las aulas y verán” ¿Qué querían decir con eso? ¿Sabían que no estamos aptos? ¿Y, ellos? En fin, queda a discusión.

Sin dudar ni un segundo, la labor docente es compleja, pues conlleva horas de planificación, repensar estrategias y metodologías para aplicarlas en el aula, además, de paciencia, vigor y algo más. Pero, ¿qué pasa si no cuestionan sus enseñanzas, como no lo hacían con lo que aprendían de jóvenes? Desde luego, les lleva a continuar trabajando bajo el yugo del silencio mental, vivir para trabajar, “no ser” para “no estar” y enseñar por enseñar.

La Educación Formal, es el camino aceptado académicamente que se implementa ya sea en las aulas de clase presenciales o en modalidad virtual, construida bajo un sistema de criterios dirigidos hacia el “adecuado” desarrollo humano, para permitirnos “ser alguien” en la vida o más conocido como un profesional, siempre y cuando se cumpla con el perfil correcto. Por ejemplo, el bachiller ecuatoriano debe ser justo, innovador y solidario adherido a un conjunto de responsabilidades y capacidades para con la sociedad. Siguiendo el postulado inicial, el docente se encarga de activar todo el proceso que lleva a satisfacer las necesidades cognitivas del alumno. En teoría, la Educación Formal se plasmó para construir una sociedad en armonía. Pero, ¿resulta posible que todo este proceso sea un medio para satisfacer una necesidad aún mayor de la que nos plantean?

De ser así, el currículo solamente pretendería exponer las mecánicas del mundo, no sus bellezas. Estas mecánicas serían analizadas como instrumentos de poder y defensa ante el enemigo, no para sobrevivir en armonía. Los valores del perfil estudiantil serían impuestos por el acto conductual; servirían para normalizar y convencer al hombre que éste es bueno por naturaleza y no por obligación, aunque resulte lo contrario. Los docentes, viva imagen/experiencia de lo escrito, serían quienes siembran y cosechan el eterno sistema; nacieron en una mentira y en esta morirán, sus colegas al igual que sus padres les mintieron, pues ellos también creyeron. Pensaría que no enseñan, más bien cumplen con un contrato: mantener aquel chip con garantía de felicidad.

Concluyo

La necesidad humana de protegerse de sí mismo y de los suyos llevó a una construcción social con su propio sistema de autodefensa: no pensar. El miedo a su insignificancia y vulnerabilidad condujo a normalizar actos bajo una moralidad y ética –en mi caso, judeocristiana–, que permita sobrevivir en “armonía” a la humanidad, es decir, cumplir lo establecido para inmortalizar el sistema, caso contrario, se nos ha graficado una destrucción apocalíptica. Lo desagradable de esta perspectiva fue que lo aceptamos, perduró bajo el manto educativo y aprendimos a vivir con ésta. Lamentablemente se volvió cómodo y no puedo evitar pensar lo rápido que sucedió. 

Existe un contrato humano donde la escuela como supuesto benefactor, entre otros, cumple día a día enseñando las mecánicas del mundo.  Este consiste en evitar el miedo y las preocupaciones de aquel “primer hombre” que, al verse insignificante en el basto universo, cuartó su excitada felicidad llevándolo a pensar en religión, luego en poder, dinero, tecnología, redes sociales y lo que vendrá. Desde luego que la escuela es el único medio para el fin profesional, pero también sirve para consolidar en las nuevas generaciones aquel contrato al cual adeudamos.

Este escrito tiene la finalidad de transferir al estimado lector la siguiente pregunta y, quizás, ofrecer una duda profesional. Entendiéndose aquel contrato social y su relación con la educación –recordemos el mencionado “pecado original”– ¿cuál es nuestro trabajo en el aula?

a) Mantenerlo, a sabiendas que ofrece un “progreso” con la condición de no pensar nuestra existencia, pero sí la de los otros, aceptando la normalidad como adjetivo innato de la humanidad, enseñar por enseñar lo estipulado en el currículo y vivir tranquilo.

b) Plantear la observación, descripción y manipulación didáctica-amigable del “mundo”, relacionándola con el tiempo y nuestra vulnerabilidad e insignificancia, para poner en duda nuestra existencia y arriesgarnos a la posibilidad de una “destrucción apocalíptica”.

c) Todas las anteriores (¿Sería posible?).

d) Ninguna de ellas.

Los dos planteamientos, el primero (a) como condición y el segundo (b) como deliberación, pugna la cómoda estabilidad moral frente a una posible respuesta de consecuencias éticas, es decir, compromete a la ruptura de nuestros esquemas culturales que, en base a la duda, permite el surgimiento de otros esquemas más conscientes. Necesitan reflexionarse, de no ser así, para qué llamarnos animales con razón.  Por tanto, desde la visión de este humilde escritor, el objetivo del texto es comprometer al lector a pensar la dialéctica entre estos dos términos, para que se presenten otras o nuevas tesis encaminadas a liberarnos de la manipulación por herencia.

Como docente, cabe la estupenda posibilidad de plantearse las siguientes preguntas: ¿Soy un instrumento más para cumplir y adeudar a más de uno, al dicho contrato? ¿Qué hacer?  Podemos llevar una relación entre las dos opciones separándola una de otra, por un lado, cumplir con lo estipulado y por otra, estipular una duda. Me explico: Enseñar las mecánicas del mundo resaltando el estudio de sus bellezas, alejarlas del concepto de poder y enmarcarlas bajo el enfoque de armonía, ritmo y melodía. Repensar los valores y buscar su necesidad en la sociedad para rechazar la imposición de que éstas no sean fruto de la condición. Por último, educar para la vida como tal y aborrecer la enseñanza –no literal– de un “así se debe pensar”. En fin, todo consiste en apartarnos de la herencia sempiterna del sistema para no morir en los brazos de la mentira.

1 comentario:

  1. Sin duda la experiencia forma a nuevos profesionales, ya que muchos no tienen ética profesional y optan por ser conformistas. Un docente es el paso para la intriga y la duda más no para solo ser llamado docente.

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