martes, 3 de diciembre de 2019

La inmensidad de Jorge Dávila y la humildad de un poeta

No vamos a descubrir ahora al gran poeta, tampoco vamos a disertar sobre su magna obra, ni siquiera pretendemos redibujar sus imborrables huellas impregnadas en las aulas universitarias. Tan sólo aportar un fugaz destello sobre un gesto que alumbra grandeza, sensibilidad y bondad.
Desde luego no es nada frecuente -en una sociedad de tanta arrogancia individualista y egocéntrica- que un “grande” en cualquier actividad, creativa o no, rebose sencillez y humildad hacia el “otro”, hacia los demás, hacia el que se inicia -rebosante de ilusión, sin más ambición que una ligera maleta llena a reventar de ganas y sueños por crecer en una constante búsqueda de un espacio de letras, cargado de vivencias, sentimientos, ideas y utopías- para extenderle su mano franca, limpia y maestra que le impulse a seguir deambulando por los senderos de la vida.
Esa ha sido la inconmensurable muestra y lección humanística ofrecida por Jorge Dávila Vázquez, uno de los más grandes literatos cuencanos y ecuatorianos contemporáneo, que retrata por sí solo a un hombre modélico e integral, que es más que un poeta, que es más que un docente, es un espejo donde mirarnos para modelar hombres y mujeres nuevos que tanto necesitamos.
Conocía al poeta, al maestro pero no a ese “ser gigante”. No dispongo de suficientes elogios para mostrar mi inmensa gratitud por ese magnánimo y significativo agasajo, concretado en un profundo y hermoso prólogo que abre el primer poemario de Francisco Carrasco Ávila, un elegante y muy oportuno pretexto para lanzar un mensaje al joven poeta cuencano y también a la juventud universal.

José Manuel Castellano Gil

No hay comentarios:

Publicar un comentario