Dr. José Manuel Castellano Gil
Dr. José Manuel Castellano |
Director de la Casa
de la Cultura Benjamín Carrión Núcleo del Cañar, Dr. Edgar Palomeque,
dignísimas autoridades, Señoras y Señores, amigas y amigos sean bienvenidos y
muy buenas noches con todas y todos.
En representación de
mis compañeros quiero extender un fraternal saludo a todos por su presencia, al
tiempo, que expresar nuestra inmensa gratitud por considerar nuestro ingreso a
esta noble institución cultural, fundada en 1944 por el intelectual lojano el
Dr. Benjamín Carrión.
Somos conscientes que
ser miembros del Núcleo del Cañar conlleva inherentemente una responsabilidad,
dedicación y un compromiso por esta tierra, desde un comportamiento ético,
solidario y ejemplar que estamos dispuestos a asumir con plena lealtad a
nuestra provincia y a Ecuador.
Para nosotros, desde
luego, constituye un enorme honor y una alta responsabilidad. Por ello, nos
comprometemos a seguir las huellas indelebles de nuestros prohombres e insignes
mujeres de esta tierra originaria Cañari, en este paraíso terrenal de
guacamayas y vergel de esperanza que representa esta tierra, con la firme
convicción de colaborar codo a codo con el resto de los compañeros, desde este
espacio cultural e intelectual, que es un componente clave en la construcción
del mejor futuro posible.
Nuestra inmensa
gratitud, por tanto, a los respetables y honorables miembros de este Directorio
del Núcleo del Cañar y, muy especialmente, a su Director, el Dr. Edgar
Palomeque, un hombre apasionado por la preservación, conservación y difusión
del legado histórico-cultural y patrimonial y por su condición humana y
humanista.
Los colegas que me
han precedido en la palabra han realizado un recorrido histórico de esta
Institución a través del tiempo y han señalado el relevante papel y función que
ha desempeñado este Centro, que va camino de cumplir su primer centenario.
Ahora bien, desde mi visión como historiador, que no la concibo como una
profesión sino que la entiendo como un ejercicio de compromiso social, y desde
mi condición de extranjero, vocablo que rechazo frontalmente porque me
considero ciudadano de este territorio que compartimos, me refiero al planeta
tierra, porque por encima de todas las cosas creo que debe primar y estar presente
en primer orden la condición humana, el respeto y la consideración al “otro”, a
las culturas y a las ideas.
Dr. José Manuel Castellano y Dr. Edgar Palomeque |
Uno es de donde nace
no sólo por el simple hecho circunstancial de nacer y vivir en un territorio
concreto. Uno es, desde mi perspectiva, del lugar donde se esfuerza e intenta
colaborar, trabajar y relacionarse con el “otro”, con los demás, con la idea de
seguir creciendo como comunidad y colectividad.
Por tanto,
independiente de mi origen isleño, procedente de un Archipiélago Atlántico cuyo
devenir histórico secular ha estado muy estrechamente vinculado con América
Latina, puedo decir abiertamente y con pleno convencimiento que me siento
ecuatoriano, orense, machaleño, fluminense, quiteño, azuayo, cañarense y azogueño. Siento y vivo que su prehistoria e historia es la mía, que su gente
es mi gente y que su tierra es mi tierra.
Ustedes se preguntarán
a que viene este preámbulo. Pues bien, es muy sencillo, me han sugerido muy
acertadamente que en esta intervención expusiera mi visión externa sobre la CCE
y que abordara, además, una reflexión sobre los posibles retos futuros de esta
institución cultural.
Desde esa mirada,
debo señalar que en los primeros momentos a mi llegada a Ecuador, allá por 2013,
tuve conocimiento de la existencia y fundación de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana; promovida por el Dr. Carrión, en aquellos duros años de la década
de los cuarenta de la pasada centuria, derivado por la crisis existencial de la
propia concepción nacional ecuatoriana, tras los efectos generados por el
conflicto con Perú y la consiguiente pérdida territorial.
Esa inquietud, esa
visión y ese acto de materialización de la CCE me causó un hondo sentimiento de
admiración intelectual y humana, que da la medida de la altura visionaria del
Dr. Carrión, pues colocar los cimientos de un Templo de la Cultura constituye,
sin duda, la plasmación de unos de los mayores ideales y loable contribución
que un pueblo puede ofrecer al mundo; pues, es uno de los instrumentos más valiosos
que una sociedad puede legar a las próximas generaciones; una herramienta
social clave de presente y futuro en todos sus aspectos, que tributa a edificar
y fortalecer una sociedad abierta que avanza con hombres y mujeres respetuosos
con las ideas, las culturas, las libertades, la solidaridad, el progreso y
bienestar colectivo.
Sin duda, esa es una
labor ardua y muy compleja que recorre caminos intransitables, pedregosos con
múltiples encrucijadas, abismos e incluso campos minados. Pero no por ello, por
los obstáculos presentados, por los errores cometidos, por las contradicciones
existentes, por los experimentos fallidos, debemos desertar y claudicar. Más
bien, todo lo contrario.
Ese es un sendero permanente
y una travesía interminable que no tiene un destino final, ni único. Es una
siembra constante, cuyos frutos cosechados nos alimentan a seguir avanzando en el
camino guiados por la esperanza, los sueños y las utopías. La Historia de la
Humanidad es fiel testigo de lo que decimos, sólo hay que mirar hacia atrás,
para ver de dónde venimos, para saber dónde nos encontramos y divisar el
horizonte a dónde nos debemos dirigir.
La CCE, con sus
sombras y sus luces, con sus errores y sus aciertos, ha jugado, sin lugar a duda,
un papel esencial y clave en la sociedad ecuatoriana y en la región
Latinoamericana. Ha evolucionado desde un centro conformado inicialmente por
una “aristocracia intelectual” minoritaria y endogámica hacia un proceso de
democratización social y de acción cultural de base.
Creo que ambas
concepciones son muy válidas y deben ser potenciadas, además, de articular vínculos
más estrechos y sólidos entre ambas. Tan importante es la producción científica
e intelectual como la difusión del conocimiento y las acciones dirigidas a
fortalecer las prácticas y hábitos culturales, pero no como meros reproductores
del sistema establecido, sino como espacios de utilidad y aplicación de la
apropiación de esos conocimientos, que deben ir destinados a la mejora de la
relación social y colectiva de los individuos y de los pueblos.
Creo modestamente, y
asumiendo la complejidad que encierra este último planteamiento enunciado, que
ese debe ser el principal reto de la Casa de la Cultura, cuya aspiración debe
ir encaminada a generar cambios en la sociedad ecuatoriana y en su entorno, especialmente,
en estos momentos históricos actuales trepidantes, con fuertes transformaciones
en todos los ámbitos, para hacer frente a un sistema depredador de valores y
conductas éticas, de brutales agresiones medioambientales, de rígidas
estructuras de sumisión y de dependencia globalizadas que generan desigualdades,
injusticias, discriminaciones y poder desafiar y contrarrestar así el dominante
y amenazante control de libertades existente.
Y en ese sentido creo, y
estoy plenamente convencido, que hay que realizar una fuerte y decidida apuesta
por los jóvenes, que debe traducirse en una mayor capacidad de cesión de
espacios, en apoyar su crecimiento formativo, en incrementar la inversión presupuestaria
y en una mayor consideración, reconocimiento, promoción y otorgarles un
protagonismo central. En esa dirección lanzo otra propuesta para que se estudie
la posibilidad de crear estructuras, como secciones o comisiones, que
integradas por la juventud dispongan de la facultad de desempeñar
colegiadamente acciones colectivas, con capacidad de gestión y de organización.
Pues, en ellos, sin duda, está el futuro de Ecuador y del mundo. Sin los
jóvenes no hay futuro posible. Ellos son la nueva sabia y la única esperanza
redentora que nos queda.
Asimismo en estos
momentos históricos los intelectuales, los hombres y mujeres de la cultura
deben desempeñar un papel de responsabilidad activo, un compromiso abierto,
claro y transformador. Pues, la cultura no es un florero decorativo de nociones
e ideas muertas y el conocimiento no es una bodega donde se acumulan saberes.
Cultura y
conocimiento son instrumentos de articulación social, que a través de la
reflexión, del análisis, la discusión y la acción nos debería conducir a
incorporar los cambios necesarios para la construcción de una sociedad mejor,
que nosotros no hemos podido, no hemos sabido, o no hemos sido capaces de
crear.
Mañana 9 de agosto
coinciden dos motivos de celebración: en el ámbito interno, el Día
Nacional de la Cultura Ecuatoriana y, en el contexto mundial, el Día
Internacional de los Pueblos Indígenas. Dos recordatorios para pensar,
repensar, actuar y construir. Asimismo les animo a celebrar y dignificar a
todas aquellas mujeres y hombres que dieron su vida con el Grito de
Independencia del 10 de Agosto de 1809 bajo el sueño de constituir una nación
soberana. Buenas noches y sean felices.
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