Julián Ayala
Armas
Periodista y escritor
Conocí a José Manuel
Castellano Gil un día del año 1994 del pasado siglo. Trabajaba yo como redactor
en el programa cultural “Ágora”, de Televisión Española en Canarias, y fui a
hacer un reportaje al Museo de Historia y Antropología de Tenerife, inaugurado
recientemente en la histórica Casa Lercaro, de La Laguna. Había concertado una
cita por teléfono con el director del centro, al que imaginaba un hombre mayor
y ceremonioso; pero ante mi sorpresa me encontré con un joven universitario
sencillo y cordial que, dejando a un lado sus ocupaciones, me guió
personalmente por todas las estancias del museo, dándome cumplida información
sobre los objetivos del mismo y exponiéndome con entusiasmo los proyectos que
tenía en mente para dotar de vida a la recién nacida institución, que quería
convertir en un centro referencial en Canarias.
LUCHAS
SOCIALES.-
Años más tarde, en la época combativa y esperanzada de Asamblea por Tenerife,
movimiento cívico creado como oposición activa a los proyectos de grandes
infraestructuras –innecesarias y destructivas del medio ambiente–, que los
sectores dominantes económicos y políticos de la isla habían puesto en marcha
para su exclusivo beneficio, volví a encontrarme con José Manuel Castellano. Su
compromiso cultural y social le había enfrentado con los intereses y las
coartadas ideológicas del poder constituido, especialmente los que controlaban
el Cabildo Insular de Tenerife y la Caja General de Ahorros de Canarias, ambos
bajo la égida del partido ATI-Coalición Canaria, brazo político de la
oligarquía tinerfeña. Eran los tiempos de la famosa “Piedra Zanata”, falso
montaje arqueológico que con la complicidad de algunos técnicos y
administradores culturales se había puesto en marcha para dotar de legitimidad
identitaria a los mentados detentadores del poder. Castellano, siempre riguroso
y apasionado, se había significado públicamente contra aquella maniobra
pseudocientífica, ganándose las iras de los popes de la subvencionada cultura
oficial.
En aquellas luchas –en
especial la llevada a cabo contra la construcción del macropuerto industrial de
Granadilla, en el sur de Tenerife, que sacó a la calle a cientos de miles de
personas–, en las que ambos participamos junto a otros muchos compañeros y
compañeras (me vienen a la memoria los nombres de Ramón Afonso, Luis Pérez
Serichol, Asunción Delgado, José Manuel Méndez, Federico Aguilera, Ramón Pérez
Almodóvar, Rosy Cubas, Cándido Quintana, Antonio Javier González, Tatiana
Delgado, José Ramos Arteaga, Domingo Méndez y tantas otras y otros que harían
interminable la lista) se anudaron lazos de amistad y compañerismo de los que
duran toda la vida. José Manuel Castellano, Pepe Castellano a partir de ahora,
fue uno de los que más caro pagó su disidencia. Perdió su trabajo y se le
cerraron las puertas al ejercicio de su vocación de historiador.
Pero no se acobardó,
siguió luchando con la palabra, el arma pacífica de los valientes, contra las
injusticias y arbitrariedades del Poder. Fue una época difícil para él y para
muchos de sus amigos y amigas que con igual empeño y entusiasmo nos afanamos en
el combate contra los proyectos de la élite gobernante. Y fuimos derrotados,
pues utilizando los inmensos recursos del poder, los gerifaltes del Gobierno
llegaron incluso a la desvergüenza política de manipular a la máxima
institución democrática de Canarias, el Parlamento Autonómico, para
descatalogar mediante una ley ad hoc
la zona protegida de los sebadales de Granadilla, último obstáculo que impedía
la construcción del puerto industrial[1].
‘MELANCOLÍA
RESISTENTE’.-
Ortega y Gasset constató hace años que “el esfuerzo inútil engendra
melancolía”. Tiene razón, pero hay esfuerzos cuya inutilidad no nos exime del
apremio, y aún de la obligación moral de acometerlos, como nos enseñó otro
filósofo más cercano a nosotros, Javier Muguerza, que impartió docencia en la
Universidad de La Laguna y a cuyas clases asistimos muchas y muchos de los
partícipes en las luchas sociales Canarias de principios del presente siglo.
Todas las generaciones
acaban pudriéndose en la historia, pero a algunos de sus integrantes les es
dado el dudoso privilegio de destilar de su propia putrefacción el perfume
evanescente de la melancolía, no como producto de una nostalgia del pasado, de
la frustración por lo que pudo haber sido y no fue, sino de la decisión de
aprovechar el presente, por ingrato que sea, para intentar seguir cambiando,
para mejor, las cosas. Se trata, pues, de una variante de la melancolía, que no
conduce a la inacción nostálgica sino a la actividad combativa. Es la melancolía resistente de quienes tienen
la convicción de que la lucha por una existencia más digna o por una sociedad
más justa es un imperativo moral y se emprende independientemente del éxito que
se pueda alcanzar. Y aunque esté cantado que no se logrará, lo que conlleva un
alto grado de frustración, se ha de intentar llevar a cabo. Nec spe, nec metu, como decía el antiguo
lema estoico. Debemos acostumbrarnos a perder teniendo razón, pero esa
circunstancia no debe quitarnos las ganas de luchar por nuestras razones.
Bienaventurados sean los
disidentes, porque gracias a ellos los mansos podrán poseer la Tierra. O al
menos lo intentarán.
Pepe Castellano ha sido
y es uno de esos disidentes, un héroe sencillo y cotidiano que en Canarias, y
ahora en Ecuador, se esforzó y se esfuerza por mejorar la vida de los demás.
Así, en sus libros El Paraíso según Adán:
veinticinco años de caciquismo autonómico (2006) y Adán expulsado del Paraíso: crónicas del caciquismo canario (2007),
ambos escritos en colaboración con el periodista Ramón Pérez Almodóvar, puso en
solfa con sólidos argumentos las políticas antipopulares de Coalición Canaria,
con el hilo conductor de las actividades de Adán Martín Menis, presidente del
Cabildo de Tenerife durante doce años, de 1987 a 1999, y presidente del
Gobierno de Canarias de 2003 a 2007.
A esta etapa de la vida
del autor corresponden los textos fechados en Canarias e integrantes de la
primera parte de Entre Canarias y Ecuador,
que no es un libro lineal, antes bien, como la vida misma, abarca una
miscelánea de asuntos de lo más variado, saltando de un género a otro con
naturalidad y dominio de los temas. Desde artículos periodísticos escritos al
filo de la actualidad, prólogos a libros ajenos y propios, o recensiones y
presentaciones de libros, hasta ensayos más profundos de carácter histórico,
como son las monografías sobre el músico Cubano Ernesto Lecuona Casado,
fallecido en 1963 en Santa Cruz de Tenerife, de donde era originaria su
familia; el trabajo que lleva por título
José Morales Lemus, un canario en la evolución del pensamiento político cubano
del siglo XIX, o el dedicado a exponer y glosar la vida y obra del primer
rector de la Universidad de La Laguna, José Escobedo González Alberú, abuelo de
su esposa, Ana Rosa de Ascanio y Escobedo.
DECLARACIÓN
DE PRINCIPIOS.-
Es en estudios históricos como estos –y en otros desarrollados en Ecuador, como
el impacto de la guerra de 1941, las investigaciones sobre el patrimonio
cultural de Machala, o las casas flotantes de Babahoyo, por citar algunos de
los muchos que ha llevado a cabo– donde brilla con luz propia el trabajo, el
arte y el estilo humano y científico de este honesto investigador del pasado
que es Pepe Castellano. Él mismo lo dice en una especie de declaración de
principios formulada en su discurso de ingreso en la Academia Nacional de
Historia de Ecuador: “No concibo la historia como una profesión, sino como un
ejercicio de compromiso social que me permite indagar en el pasado para
intentar comprender y actuar en el momento presente, con la idea de proyectar
una visión hacia el futuro en ese largo y necesario recorrido hacia la utopía,
hacia la construcción de una sociedad libre, igualitaria, solidaria,
intercultural y de Buen Vivir. Ese ideario ha sido la hoja de ruta de mi vida y
de mi ejercicio profesional”.
Pepe Castellano, como
historiador, hace suyo el papel que Albert Camus asignó al escritor en general
en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura: “Por definición no
hay que ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de
quienes la sufren”. Y este compromiso social se sustenta en dos imperativos
difíciles de mantener, como subraya el mismo Camus: “La negativa a mentir
respecto de lo que se sabe y la lucha contra la opresión”. O dicho con otras
palabras, el servicio a la verdad y el servicio a la libertad.
VISIÓN
PEDAGÓGICA INTEGRADORA.-
Estos son los principales pilares que sustentan la extensa obra desarrollada
por José Manuel Castellano en Canarias y en Ecuador, como periodista, como
historiador y de una manera especial como docente desde su puesto de profesor
titular de la Universidad Nacional de Ecuador. Porque, cual un Sócrates de
nuestro tiempo, la visión pedagógica de Pepe Castellano busca no sólo dotar a
los jóvenes de una serie de conocimientos necesarios para su desarrollo vital y
profesional, sino también, despertar sus inquietudes, formar personas, hombres
y mujeres libres, con capacidad de análisis y criterios propios, difíciles de
manipular y capaces de tomar decisiones por sí mismos.
Contrariamente al
“Maestro de la sabiduría”, del que nos habla Oscar Wilde en uno de sus Poemas en prosa, que teme perder el
conocimiento de la verdad (Dios), si lo distribuye entre sus semejantes, Pepe
Castellano goza, se realiza a sí mismo repartiendo sus conocimientos –mucho
menos metafísicos– entre sus alumnas y alumnos, mediante un método de enseñanza
participativo, que busca el protagonismo de los estudiantes en las tareas de su
propia formación. Él dice –lo he leído en una reciente entrevista que le han
hecho– que su verdadera pasión es la investigación histórica, pero nosotros
desde la distancia nos aventuramos a llevarle la contraria: su verdadera
pasión, lo está demostrando, es la enseñanza. Dichoso él y dichosos los y las
estudiantes que participan y se benefician de sus tareas docentes.
EL
SOL DE LA INFANCIA.-
Y no quiero terminar sin decirlo: Creo que su estancia en Ecuador ha
contribuido –y mucho– a que mi amigo Pepe Castellano haya recuperado la alegría
de vivir que algunos intentaron arrebatarle en su tierra natal. El hombre es de
donde se encuentra bien, de donde puede expandir su humanidad, sus
conocimientos y buen hacer en interrelación con sus semejantes. Creo que Pepe,
cronista de dos mundos, es feliz en esa tierra próvida y ha superado con creces
los sinsabores del pasado. Me alegro profundamente por ello, pues es privilegio
de las almas fuertes no estar abrazadas al rencor más de lo estrictamente
necesario. “El sol que reinó sobre mi infancia –escribió Albert Camus– me privó
de todo resentimiento”.
Hasta más ver, hermano.
Santa Cruz de Tenerife
(Islas Canarias), 7 de julio de 2019
[1] Mientras escribo
estas líneas siento el agridulce placer de saber que algunos de aquellos mandatarios, entre ellos Luis Suárez Trénor,
presidente de la Autoridad Portuaria de Santa Cruz de Tenerife en aquéllos
tiempos y uno de los que más se distinguió en la defensa del puerto de
Granadilla (llegó a tachar públicamente de “terroristas sociales” a los que nos
oponíamos al proyecto), se encuentran hoy imputados por haberse lucrado con
comisiones de más de tres millones de euros de la empresa adjudicataria de las
obras. Pero el puerto está construido y el mal consumado. La próxima vez
lucharemos mejor.
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