El
siguiente artículo de opinión toma como referencia la participación de los
invitados a la Mesa por la Cultura en Machala. El encuentro organizado por el
Centro de Estudios Sociales de América Latina se desarrolló el 13 de agosto,
contó con la participación de Jorge Ramírez, Francisco Xavier Reyes, Jonathan
Jaya, Marcelo Cruz y fue moderado por el PhD José Manuel Castellano.
Por: Brígida San Martín
Cuando en
Ecuador se habla de cultura es común que se lo haga desde las heridas: de esas
heridas provocadas por la carencia de recursos económicos, una cuestión
histórica; por una idea y práctica cultural clasista reservada para las élites,
histórica también; y ahora, en la contemporaneidad, por una herida mayor, la
falta de oportunidades, apoyo, acceso a espacios y recursos que tienen los
actores culturales para hacer de la cultura, entendida desde la exposición de
resultados de expresiones estéticas, un pilar del desarrollo de la comunidad.
El ecosistema de la cultura ecuatoriana, visto desde la
institucionalidad, colisiona con el ideal del creador de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana -primer órgano rector de la cultura en el país- Benjamín Carrión,
para quien seremos una gran potencia de la cultura, porque así nos autoriza y
alienta nuestra historia”. (CCE, 2020) .
La relación cultura-élites no es un asunto del siglo XXI ni
absolutamente ecuatoriano. Pierre (Bourdieu, 1990, pág. 14) expuso que “el
desarrollo capitalista hizo posible una fuerte autonomización del campo artístico
y la burguesía halla en la apropiación privilegiada de estos signos, aislados
de su base económica, un modo de eufemizar y legitimar su dominación”.
Con la
emergencia sanitaria vigente por la pandemia del COVID-19 como protagonista,
los sectores que trabajan con la creación de propuestas artísticas que es parte
de la cultura, ven un futuro menos prometedor que antes, una preocupación
nacional, algunos actores-artistas estiman indispensable por una parte entender
al proceso individual de acción y creación como factor externo a lo
institucional y, por otra, buscar escenarios donde se pueda conjugar el trabajo
armónico de los actores con los programas de instituciones, la visión es terminar
con ese divorcio latente, permanente y evidente entre lo que propone el artista
o gestor con su proyecto y la visión de la institución, aspecto que, en vez de
aliarlos los ubica como competidores entre sí.
El aliento
de mejores días es casi una utopía y, si en el mundo urbano la situación está
así, del sector rural mejor ni hablar; el centralismo de la institucionalidad
cultural -no solo entre la capital Quito y el resto del país, sino desde las
capitales de provincia a cantones y parroquias- es más letal que un cáncer.
El
escenario para potenciar la cultura, desde la perspectiva que designa la
“formación”, la “educación” de la mente del arte, (Cuche, 1996)
“es un asunto de políticas más que definiciones; y no es que Ecuador no tenga políticas
culturales, la Constitución de la República (Registro Oficial, 2016) establece el derecho
de la personas al acceso y participación para la deliberación, intercambio cultural,
cohesión social y promoción de la igualdad en la diversidad en el espacio
público”; más bien, se requieren de políticas enraizadas en el pensamiento social,
propuestas que se orienten a fortalecer y dirigir la producción artística-cultural,
aprovechando los recursos naturales y los espacios públicos donde se puedan
compartir exposiciones, talleres, demostraciones del arte y lograr la interacción
entre artistas y ciudadanía.
Cuando la
crisis cultural se asocia directamente con el dinero o recurso económico, la discusión
pisa algunos terrenos pantanosos: primero, la interpretación de lo cultural que
lleva a creer que solo los artistas y entidades definidas para eso hacen
cultura, sin reconocer que, cuando esa responsabilidad se entrega a los
artistas e instituciones, la comunidad se aleja de este propósito su
participación se vuelve casi nula; un agente perverso porque el involucramiento
social no está dado con edificios o membretes sino con la ciudadanía.
Segundo, saber
qué caracteriza a un pueblo culturalmente hablando; esto es conocer cuál es el
capital cultural de una comunidad ya sea desde lo incorporado o lo que se asimila
como parte suya y que muchas veces lo aprende, lo hereda; lo objetivado con
todo ese recurso cultural que dispone en museos, bibliotecas, galerías; y el
institucionalizado, ese valor dado al individuo que posee un título académico y
garantiza su conocimiento y formación escolarizada. (Bourdieu, Los tres estados del capital cultural,
1987) .
Conociendo
parte de la patología que afecta al sistema cultural, lo adecuado es que así
como lo planteara Júrgen (Habermas, 1999) mediante la propuesta democrática de un
ámbito social de comunicación y discusión libre de coacciones, se hable de este
mal, escuchando voces de quienes ostentan el poder de dirigir la
institucionalidad cultural, también de creadores
de espacios y elementos de orden artístico cultural, pero sobre todo de la
ciudadanía que es la dueña de las carencias de acciones y dinámicas de cultura.
Hablar en
franco y abierto incomoda, pero también abre la posibilidad de indagar y
conocer que hay detrás de las dificultades, y en ese sentido para muchos de los
artistas, creadores, gestores, la institucionalidad cultural se convierte en una
traba; el interés político-partidista de gobiernos está como camisa de fuerza; por
lo tanto, para tener espacio o recursos los activistas culturales formulan
trabajos ajustados a tendencia de poder, de interés.
Entonces,
la cultura con la creatividad como parte de ella gira en torno más que a una
política en su estricto sentido, al interés del gobierno local o nacional de
turno, punto en contra porque el arte está comprometido con la sociedad y no
con las instituciones.
Frente
a esto vale recordar que después de la segunda guerra mundial, las políticas
culturales propendían a la igualdad y respeto del ser humano; desde la mitad
del siglo XX el enfoque de la política se definió desde tres líneas: la
primera, el desarrollo con una finalidad y orientación de economía; la segunda
que se dio dos décadas antes de terminar el milenio dos y fue el tema fue los
cambios en los discursos políticos y en los año noventa se incorpora el tema de
la política cultural, con todo lo que implicaba la convivencia en un mundo
masificado, alienado, con una opinión colectiva formada en base a los discursos
emitidos en los medios de comunicación. (Nivón Bolán, 2013) En América, dentro de esta política
cultural se toma en cuenta el tema de la diversidad, las relaciones entre
culturas, al reconocer que somos pueblos multiculturales, pluriculturales.
Lo
que está en entredicho es la sobrevivencia del artista, con aspiraciones que
son en cualquier profesión, si el artista no cuenta con el apoyo no solo
económico sino de formación, de estructura de un sistema, su rendimiento no
puede ser el mejor, lo importante en el desempeño y crecimiento de la acción
cultural, incluso como pilar del desarrollo social y económico no está en
competir de manera desleal entre institución de gobierno y artista, no se
puede, el Ecuador tiene como base de incentivo cultural el mecenazgo y desde
esa perspectiva el gestor pierde; la estrategia, de acuerdo a las necesidades
de los actores y gestores es abrir diálogos, mesas de capacitación,
seguimiento, unir a las diferentes áreas del accionar cultural, es la
institución a lado de los artistas y viceversa, lo fundamental en este asunto
es que entidades como Casa de la Cultura, Ministerio de Cultura, Direcciones de
Cultura deben replantear su función, su actividad. La institucionalidad
cultural ecuatoriana no se escapa de una realidad Latinoamérica “están
dirigidas por personas y gestionadas por equipos que operan desde a la vez que
intervienen sobre sus propios horizontes históricos” (OEI, 2019) .
Para un
enfoque más real de la situación cultural en el país, hay que tomar en cuenta y
de forma muy clara las dimensiones que tiene el tema de la política cultural en
la contemporaneidad: la dimensión económica, social, política que abre un
camino al desarrollo; la dimensión humana enfocada en dos sub-dimensiones, los
gestores, creadores, por una parte y la ciudadanía por otra; y la dimensión
legal, con el sistema de normas establecidas en la institucionalidad.
Dimensiones
que cimientan ejercicios como: dejar de concebir a la acción y trabajo artístico
cultural como eventos de orden clasista-social y de recreación; concretar proyectos
macros que signifiquen buen uso de recursos económicos y talento humano,
aprovechamiento de infraestructura y espacios; y crear alianzas con universidades
y entidades de educación y producción, hasta conseguir programas de impacto
académico, participativo, de identidad, de educación, de crecimiento de las
humanidades.
Los
enfoques a las políticas culturales de ahora son diferentes a los de diez o
veinte años atrás; es más, las formas de crear, producir y consumir arte-cultura
son diferentes por la presencia, uso e incidencia de las tecnologías de la
información y comunicación, TIC, que no solo son canales de divulgación de
información, sino escenarios de promoción y producción misma.
La
inquietud es cómo lograr que las propuestas de creación artística presentadas,
difundidas en escenarios virtuales generen recursos y reconocimiento económico
al autor. Si en entornos físicos, el problema de reconocer, pagar, saber que
los productos culturales tienen su costo ya era difícil, ahora, con la
virtualización de esas creaciones, el tema económico se vuelve más profundo y
hasta abstracto.
Se trata
de abrir espacios de cultura de manera digital, tratando que de la nueva
normalidad surjan propuestas de orden creativo, político, legal y se ejecuten
acciones, convenios o trabajos que articulan ganancias, hay que replantear
todas las actividades y las formas como esas se harán efectivas.
Es
indispensable una reactivación cultural desde diversos sectores: la ciudadanía
como beneficiaria directa del crecimiento cultural de su entorno y en su
contexto; la institucionalidad pública con algunos y severos cambios a su estructura
como institución, sin mecenazgo y con una visión de reconocimiento y
posicionamiento de la cultura como eje de desarrollo. El sector
empresarial-industrial, con inversiones para producción de obras más que de
eventos; el sector académico, abriendo espacios de investigación científica;
los medios de comunicación analógicos y digitales, gestionando contenidos que
generen conocimiento cultural, dejando de lado el principio informacional del “eventismo”
con la promoción superficial del producto terminado. Escuchar a los artistas,
ese es parte del clamor de los actores culturales que no necesitan eventos, necesitan
procesos.
Una de las
alternativas para la mejora en el sistema cultural nacional y planteada desde los sectores involucrados
con ella es presentar proyectos sin dejar de lado la acción alternativa del
“tocar puertas de organismos e instituciones” para trabajar sin
confrontaciones, con proyectos que incluyen la creación, producción y ejecución
virtual, porque si bien el “like” de
las redes sociales, el encuentro virtual con el cuerpo y rostro del artista no pueden ser igual al aplauso directo, a los
reflectores o a la cómoda silla del frente del escenario, sin embargo en el
nuevo orden mundial, el telearte está entre las alternativas de producción y
divulgación de una forma de vida. Estamos frente a nuevas formas de consumos
simbólicos, accesibles por dispositivos elementales y con el aprovechamiento de
la conexión de internet.
Esta
alternativa no significa que el arte y la cultura pueden generar trabajos desde
los escritorios. “El ciberespacio es un campo de acción, un nuevo escenario que
llega” (Lago Martínez, 2020) “y se lo busca a
dedo, pues son los actores de forma individual o en grupo quienes articulan el
escenario virtual y en un territorio geográfico desde donde surge la acción”,
esta acción llega achicando tiempo y espacio y captando atención de usuarios a
ciber-audiencias. Actores y directores de organismos empezarán a idear y
efectivizar los mecanismos y coordinar el accionar a desarrollar en pro de una
acción cultural más real, justa y dinámica.
Referencias
Bourdieu, P. (1987). En Los tres estados
del capital cultural (págs. 11-17).
Bourdieu, P. (1990). Sociología
y Cultura. México.
CCE, B. (19 de Agosto de
2020). Casa de la Cultura Ecuatriana Benjamín Carrión. Obtenido de
https://casadelacultura.gob.ec/postlacasa/historia/
Cuche, D. (1996). LA
NOCION DE CULTURA EN LAS CIENCIAS SOCIALES. Buenos Aires: Nueva Visión.
Habermas, J. (1999). La
Inclusión del Otro. Buens Aires: Paidós.
Lago Martínez, S. (2020).
Comunicación, arte y cultura en la era digital. En Ciberespacio y
resistencia. Territorios en disputas (págs. 123-139).
Nivón Bolán, E. (2013).
Hegemonía cultural y políticas de la diferencia. Buenos Aires: Consejo
Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
OEI, O.
D. (2019). Estudio comparativo de cultura y desarrollo en Iberoamerica.
Madrid-España.
Registro Oficial. (16 de
Diciembre de 2016). Ley Orgánica de Cultura del Ecuador. Quito,
Pichincha, Ecuador.
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