martes, 8 de septiembre de 2020

Cuando la cultura considera solo a la creación artística como parte de ella

El siguiente artículo de opinión toma como referencia la participación de los invitados a la Mesa por la Cultura en Machala. El encuentro organizado por el Centro de Estudios Sociales de América Latina se desarrolló el 13 de agosto, contó con la participación de Jorge Ramírez, Francisco Xavier Reyes, Jonathan Jaya, Marcelo Cruz y fue moderado por el PhD José Manuel Castellano.

Por: Brígida San Martín

Cuando en Ecuador se habla de cultura es común que se lo haga desde las heridas: de esas heridas provocadas por la carencia de recursos económicos, una cuestión histórica; por una idea y práctica cultural clasista reservada para las élites, histórica también; y ahora, en la contemporaneidad, por una herida mayor, la falta de oportunidades, apoyo, acceso a espacios y recursos que tienen los actores culturales para hacer de la cultura, entendida desde la exposición de resultados de expresiones estéticas, un pilar del desarrollo de la comunidad.
El ecosistema de la cultura ecuatoriana, visto desde la institucionalidad, colisiona con el ideal del creador de la Casa de la Cultura Ecuatoriana -primer órgano rector de la cultura en el país- Benjamín Carrión, para quien seremos una gran potencia de la cultura, porque así nos autoriza y alienta nuestra historia”. (CCE, 2020).
La relación cultura-élites no es un asunto del siglo XXI ni absolutamente ecuatoriano. Pierre (Bourdieu, 1990, pág. 14) expuso que “el desarrollo capitalista hizo posible una fuerte autonomización del campo artístico y la burguesía halla en la apropiación privilegiada de estos signos, aislados de su base económica, un modo de eufemizar y legitimar su dominación”.
Con la emergencia sanitaria vigente por la pandemia del COVID-19 como protagonista, los sectores que trabajan con la creación de propuestas artísticas que es parte de la cultura, ven un futuro menos prometedor que antes, una preocupación nacional, algunos actores-artistas estiman indispensable por una parte entender al proceso individual de acción y creación como factor externo a lo institucional y, por otra, buscar escenarios donde se pueda conjugar el trabajo armónico de los actores con los programas de instituciones, la visión es terminar con ese divorcio latente, permanente y evidente entre lo que propone el artista o gestor con su proyecto y la visión de la institución, aspecto que, en vez de aliarlos los ubica como competidores entre sí.
El aliento de mejores días es casi una utopía y, si en el mundo urbano la situación está así, del sector rural mejor ni hablar; el centralismo de la institucionalidad cultural -no solo entre la capital Quito y el resto del país, sino desde las capitales de provincia a cantones y parroquias- es más letal que un cáncer.
El escenario para potenciar la cultura, desde la perspectiva que designa la “formación”, la “educación” de la mente del arte, (Cuche, 1996) “es un asunto de políticas más que definiciones; y no es que Ecuador no tenga políticas culturales, la Constitución de la República (Registro Oficial, 2016) establece el derecho de la personas al acceso y participación para la deliberación, intercambio cultural, cohesión social y promoción de la igualdad en la diversidad en el espacio público”; más bien, se requieren de políticas enraizadas en el pensamiento social, propuestas que se orienten a fortalecer y dirigir la producción artística-cultural, aprovechando los recursos naturales y los espacios públicos donde se puedan compartir exposiciones, talleres, demostraciones del arte y lograr la interacción entre artistas y ciudadanía.
Cuando la crisis cultural se asocia directamente con el dinero o recurso económico, la discusión pisa algunos terrenos pantanosos: primero, la interpretación de lo cultural que lleva a creer que solo los artistas y entidades definidas para eso hacen cultura, sin reconocer que, cuando esa responsabilidad se entrega a los artistas e instituciones, la comunidad se aleja de este propósito su participación se vuelve casi nula; un agente perverso porque el involucramiento social no está dado con edificios o membretes sino con la ciudadanía.
Segundo, saber qué caracteriza a un pueblo culturalmente hablando; esto es conocer cuál es el capital cultural de una comunidad ya sea desde lo incorporado o lo que se asimila como parte suya y que muchas veces lo aprende, lo hereda; lo objetivado con todo ese recurso cultural que dispone en museos, bibliotecas, galerías; y el institucionalizado, ese valor dado al individuo que posee un título académico y garantiza su conocimiento y formación escolarizada. (Bourdieu, Los tres estados del capital cultural, 1987).
Conociendo parte de la patología que afecta al sistema cultural, lo adecuado es que así como lo planteara Júrgen (Habermas, 1999) mediante la propuesta democrática de un ámbito social de comunicación y discusión libre de coacciones, se hable de este mal, escuchando voces de quienes ostentan el poder de dirigir la institucionalidad cultural, también de  creadores de espacios y elementos de orden artístico cultural, pero sobre todo de la ciudadanía que es la dueña de las carencias de acciones y dinámicas de cultura.
Hablar en franco y abierto incomoda, pero también abre la posibilidad de indagar y conocer que hay detrás de las dificultades, y en ese sentido para muchos de los artistas, creadores, gestores, la institucionalidad cultural se convierte en una traba; el interés político-partidista de gobiernos está como camisa de fuerza; por lo tanto, para tener espacio o recursos los activistas culturales formulan trabajos ajustados a tendencia de poder, de interés.
Entonces, la cultura con la creatividad como parte de ella gira en torno más que a una política en su estricto sentido, al interés del gobierno local o nacional de turno, punto en contra porque el arte está comprometido con la sociedad y no con las instituciones.
Frente a esto vale recordar que después de la segunda guerra mundial, las políticas culturales propendían a la igualdad y respeto del ser humano; desde la mitad del siglo XX el enfoque de la política se definió desde tres líneas: la primera, el desarrollo con una finalidad y orientación de economía; la segunda que se dio dos décadas antes de terminar el milenio dos y fue el tema fue los cambios en los discursos políticos y en los año noventa se incorpora el tema de la política cultural, con todo lo que implicaba la convivencia en un mundo masificado, alienado, con una opinión colectiva formada en base a los discursos emitidos en los medios de comunicación. (Nivón Bolán, 2013) En América, dentro de esta política cultural se toma en cuenta el tema de la diversidad, las relaciones entre culturas, al reconocer que somos pueblos multiculturales, pluriculturales.
Lo que está en entredicho es la sobrevivencia del artista, con aspiraciones que son en cualquier profesión, si el artista no cuenta con el apoyo no solo económico sino de formación, de estructura de un sistema, su rendimiento no puede ser el mejor, lo importante en el desempeño y crecimiento de la acción cultural, incluso como pilar del desarrollo social y económico no está en competir de manera desleal entre institución de gobierno y artista, no se puede, el Ecuador tiene como base de incentivo cultural el mecenazgo y desde esa perspectiva el gestor pierde; la estrategia, de acuerdo a las necesidades de los actores y gestores es abrir diálogos, mesas de capacitación, seguimiento, unir a las diferentes áreas del accionar cultural, es la institución a lado de los artistas y viceversa, lo fundamental en este asunto es que entidades como Casa de la Cultura, Ministerio de Cultura, Direcciones de Cultura deben replantear su función, su actividad. La institucionalidad cultural ecuatoriana no se escapa de una realidad Latinoamérica “están dirigidas por personas y gestionadas por equipos que operan desde a la vez que intervienen sobre sus propios horizontes históricos” (OEI, 2019).
Para un enfoque más real de la situación cultural en el país, hay que tomar en cuenta y de forma muy clara las dimensiones que tiene el tema de la política cultural en la contemporaneidad: la dimensión económica, social, política que abre un camino al desarrollo; la dimensión humana enfocada en dos sub-dimensiones, los gestores, creadores, por una parte y la ciudadanía por otra; y la dimensión legal, con el sistema de normas establecidas en la institucionalidad.
Dimensiones que cimientan ejercicios como: dejar de concebir a la acción y trabajo artístico cultural como eventos de orden clasista-social y de recreación; concretar proyectos macros que signifiquen buen uso de recursos económicos y talento humano, aprovechamiento de infraestructura y espacios; y crear alianzas con universidades y entidades de educación y producción, hasta conseguir programas de impacto académico, participativo, de identidad, de educación, de crecimiento de las humanidades.
Los enfoques a las políticas culturales de ahora son diferentes a los de diez o veinte años atrás; es más, las formas de crear, producir y consumir arte-cultura son diferentes por la presencia, uso e incidencia de las tecnologías de la información y comunicación, TIC, que no solo son canales de divulgación de información, sino escenarios de promoción y producción misma.
La inquietud es cómo lograr que las propuestas de creación artística presentadas, difundidas en escenarios virtuales generen recursos y reconocimiento económico al autor. Si en entornos físicos, el problema de reconocer, pagar, saber que los productos culturales tienen su costo ya era difícil, ahora, con la virtualización de esas creaciones, el tema económico se vuelve más profundo y hasta abstracto.
Se trata de abrir espacios de cultura de manera digital, tratando que de la nueva normalidad surjan propuestas de orden creativo, político, legal y se ejecuten acciones, convenios o trabajos que articulan ganancias, hay que replantear todas las actividades y las formas como esas se harán efectivas.
Es indispensable una reactivación cultural desde diversos sectores: la ciudadanía como beneficiaria directa del crecimiento cultural de su entorno y en su contexto; la institucionalidad pública con algunos y severos cambios a su estructura como institución, sin mecenazgo y con una visión de reconocimiento y posicionamiento de la cultura como eje de desarrollo. El sector empresarial-industrial, con inversiones para producción de obras más que de eventos; el sector académico, abriendo espacios de investigación científica; los medios de comunicación analógicos y digitales, gestionando contenidos que generen conocimiento cultural, dejando de lado el principio informacional del “eventismo” con la promoción superficial del producto terminado. Escuchar a los artistas, ese es parte del clamor de los actores culturales que no necesitan eventos, necesitan procesos.
Una de las alternativas para la mejora en el sistema cultural nacional  y planteada desde los sectores involucrados con ella es presentar proyectos sin dejar de lado la acción alternativa del “tocar puertas de organismos e instituciones” para trabajar sin confrontaciones, con proyectos que incluyen la creación, producción y ejecución virtual, porque si bien el “like” de las redes sociales, el encuentro virtual con el cuerpo y rostro del artista  no pueden ser igual al aplauso directo, a los reflectores o a la cómoda silla del frente del escenario, sin embargo en el nuevo orden mundial, el telearte está entre las alternativas de producción y divulgación de una forma de vida. Estamos frente a nuevas formas de consumos simbólicos, accesibles por dispositivos elementales y con el aprovechamiento de la conexión de internet.
Esta alternativa no significa que el arte y la cultura pueden generar trabajos desde los escritorios. “El ciberespacio es un campo de acción, un nuevo escenario que llega” (Lago Martínez, 2020) “y se lo busca a dedo, pues son los actores de forma individual o en grupo quienes articulan el escenario virtual y en un territorio geográfico desde donde surge la acción”, esta acción llega achicando tiempo y espacio y captando atención de usuarios a ciber-audiencias. Actores y directores de organismos empezarán a idear y efectivizar los mecanismos y coordinar el accionar a desarrollar en pro de una acción cultural más real, justa y dinámica.

Referencias

Bourdieu, P. (1987). En Los tres estados del capital cultural (págs. 11-17).
Bourdieu, P. (1990). Sociología y Cultura. México.
CCE, B. (19 de Agosto de 2020). Casa de la Cultura Ecuatriana Benjamín Carrión. Obtenido de https://casadelacultura.gob.ec/postlacasa/historia/
Cuche, D. (1996). LA NOCION DE CULTURA EN LAS CIENCIAS SOCIALES. Buenos Aires: Nueva Visión.
Habermas, J. (1999). La Inclusión del Otro. Buens Aires: Paidós.
Lago Martínez, S. (2020). Comunicación, arte y cultura en la era digital. En Ciberespacio y resistencia. Territorios en disputas (págs. 123-139).
Nivón Bolán, E. (2013). Hegemonía cultural y políticas de la diferencia. Buenos Aires: Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
OEI, O. D. (2019). Estudio comparativo de cultura y desarrollo en Iberoamerica. Madrid-España.
Registro Oficial. (16 de Diciembre de 2016). Ley Orgánica de Cultura del Ecuador. Quito, Pichincha, Ecuador.

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