No puedo tapar mis
ojos, callar mi voz, ni secuestrar mi pluma ante esos terribles brotes
pandémicos xenófobos que se están produciendo en el Archipiélago canario y en
muchos otros espacios territoriales alrededor del mundo, que me deshonran como
canario y como ser humano.
Las páginas de historia
de esta civilización están ya cargadas y manchadas por demasiados torrentes,
ríos y océanos de sangre y muertos, por demasiadas barbaries fomentadas desde
las propias estructuras de poder, por las propias relaciones económicas en
plano de desigualdad y explotación, por los hipócritas e invisibles valores impuestos
y por el propio sistema social y educativo, que reproduce individuos sin
criterios, maleables y moldeables.
Está más que constatado
que los comportamientos radicales frente al “otro”, por su etnia, por su color,
por su género, por su condición extranjera, por su pertenencia a estratos
sociales precarios, por la condición de miseria y pobreza son, desgraciadamente,
una constante discriminatoria histórica siempre presente, que aflora con
intensidad extrema en momentos de crisis económica. Esto viene a demostrar que
no hemos aprendido absolutamente nada.
Este tema requiere, sin
duda, de un abordaje profundo, que obviamente no es nuestra intención en estas
breves líneas. Tan sólo tiene como pretensión dos aspectos: a) denunciar esa
realidad, cuya responsabilidad máxima recae en esos vividores, que supuestamente
representan al interés público e institucional y al propio sistema educativo canario.
No le dedico más atención ni espacio porque nada espero de ellos hasta que no
se produzca un cambio de sistema; y b) aunque sólo sea un ejercicio de arar en
el mar, invito a todos esos canarios ombliguistas, que no ven más allá del
contorno de su isla, a que se adentren en su historia para descubrir que sus
ancestros originarios provenían, quieran o no, de la cornisa norteafricana y
que la conformación social canaria está configurada por una diversidad de orígenes,
desde los asentamientos diversos de pueblos de esa vieja Europa, junto a esa
población esclava resultante de las cabalgadas africanas, además, de otras comunidades
orientales y la presencia significativa de “Nuestra América”. Tampoco deberían
olvidar que el caciquismo canario, el de ayer y el de hoy, en connivencia con el
sistema económico dominante en cada época histórica, condenó al destierro migratorio
durante estos últimos cinco siglos a un contingente inmenso de isleños hacia América
Latina y también hacia las viejas colonias españolas en África. De modo, que en
los canarios actuales corren por sus venas sangre de migrantes. Resulta obvio,
que no se puede pedir nada, a quien nada tiene.
José Manuel Castellano Gil
Cuenca (Ecuador), septiembre 2020
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