Médico y escritor (Cuenca-Ecuador)
No pude escribirte en el mismo momento
de leer tu despedida.
El impacto fue desolador.
Cuenca, 2 de octubre 2023.
Cuando se despide un
hermano, la aflicción es inevitable, pero la tristeza y la nostalgia
prontamente se ven sobrepasadas cuando este hermano querido se ha ido para
encontrar el amor y ser feliz.
Cuando lo conocí por
primera vez en aquella cafetería “Le
bistro”, ubicada en el patio del antiguo Seminario Conciliar San Luis, la
primera impresión al verle con su gruesa casaca e inseparable gorra marinera,
como también su indispensable cigarrillo, fumando imponentemente enmarcado con
el fondo de una arquería de medio punto apoyada sobre pilastras, la primera
impresión fue la de un marinero insondable, un anarquista, un escritor, poeta,
(que luego me aclararía que no era poeta, sino “pueta y escribía puemas”), en suma se trataba de un formidable
escritor pese a que renegaba de este calificativo. Pero más allá de todas sus locuras, José Manuel era y es sobre todo un hombre bueno.
Me encontraba en eso
de publicar una novela y José Manuel dirigía una editorial tan semejante a él,
libre y sin ninguna atadura comercial o interés alguno. Ambos escribíamos, y
nuestra pasión endemoniada por la literatura fue el principio de nuestra
amistad, que luego, después de tantas conversaciones, cafés y cigarrillos,
descubrir que yo era su “hermano mayor”.
Lo que me llevaba a cuidarlo, vigilar que no deje de comer, mitigar con jarabes
de rábano su tos de fumador, y “soportar” sus originales y geniales
excentricidades: “tengo una hernia
cerebral”, “soy un descerebrado”, “no escribas nada a mi memoria porque no
tengo memoria” a lo que le contestaba: no te preocupes, yo, en cambio, hace
más de cinco años que ya estoy muerto. O sus mensajes a las 2 o 3 de la mañana:
“A la mar fui por naranja, cosa que la
mar no tiene…” O ese mensaje “Perdona
por no haberte invitado al lanzamiento de mi primer cd” y a continuación
llegaba el video de un cd ¡lanzado violentamente contra el suelo!
Para entre
conversación y conversación, café, y “crème brûlée” tuvo la liberalidad de publicar
dos de mis novelas. Tanta peripecia vivida. ¡Cómo voy a extrañarte, amigo mío!
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